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Las mentiras de Neutrina |
Mi bitácora está llena de mentiras. Pero no te preocupes, no puede ser peor que los comerciales en la tele o tu querido amigo, peor aún, tu pareja, leyéndote el horóscopo del domingo...otra vez. | ![]() |
Háblame más de Cedric DiggoryÉl hablaba de Sirius Black y ella pretendía escucharlo. A veces su mano derecha se acercaba a la de ella pero nunca la tocaba. Parecía ensimismado en su monólogo. Ella se había pintado las uñas y ahora brillaban, como escarcha desparramada, bajo la luz de la pequeña lámpara de su habitación. ¡Tanto tiempo que un hombre no entraba allí! La asustaba no estar más nerviosa. Le había asegurado que había leído todos los libros de Rowling pero aquello no era realmente importante para él. Sólo le interesaba continuar hablando, no podía imaginar lo que pasaría si le daba paso al silencio. Estaba muy gordo y eso le molestaba. ¡Tenía tanto tiempo sin hacer el amor! A veces le parecía mucho más sano si se despedía y terminaba masturbándose en su casa. Trataba de no mirarla para fingir que hablaba con un amigo, pero sus uñas brillaban bajo la lámpara y lo hacían sentir de muchas formas. Todas inadecuadas. Habían cenado en “El rincón chino”, su favorito. Cuando la llevó allí pensó que era el gesto más romántico que alguien había hecho por ella en mucho tiempo. Pero después se percató que no le había comentado sobre aquel lugar. “Seguro que por lo menos le dije que la comida china era mi preferida, en algún momento se lo dije, seguro”. Estaba ansiosa, sólo había leído un poco más de la mitad de “El prisionero de Azkaban” y temía que su monólogo terminara en preguntas. A veces pensaba que era disléxica, “no entiendo por qué no puedo terminar de leer un libro completo”. Sentía deseos de orinar pero no quería interrumpir su análisis sobre la muerte de Cedric. A veces la sentía distante, le preocupaba que no lo entendiera, “quizás leyó los libros en otro idioma”. No sabía cómo preguntárselo sin suspender el discurso. Pensaba que quizás padecía alguna enfermedad mental, nunca había sido muy bueno con las chicas y dolía enamorarse pues significaba que tenía que actuar. Pero aquello era una tortura, varias conversaciones se manifestaban en su cerebro al mismo tiempo. Menos mal que Harry Potter estaba fresco en su memoria. Pensaba saltar a las hazañas del capitán Picard después. Si ella aún estaba despierta. “Ojalá pudiera ser más divertido”. Pensó ofrecerle algo de tomar pero en ese momento él acercó un poco su mano y no quiso moverse. Si tan sólo la tocara. No era muy atractivo pero tampoco ella se sentía bonita. Su amiga Neutrina siempre le decía en broma que seguro se sentía así porque su padre no se lo había dicho lo suficiente cuando era niña. Eso la hacía reír. Nunca conoció a su papá. Había sido criada por sus abuelos. “Quizás deba ofrecerle algo de tomar. Si tan sólo dejara de hablar”. Pero para ella era casi imposible interrumpirlo. Se había arriesgado a llevarla a su restaurante favorito aunque no estaba seguro que a ella le gustaría. Sí recordaba que había mencionado en alguna ocasión que le gustaba la comida china y pensó que quizás disfrutaría de aquel lugar. Cuando ella le comentó, algo sonrojada, que aquel antro también era su sitio de comer preferido no supo qué decir. “Es probable que esta sea la mujer de mi vida”. Tenía que agarrarse de Potter. No podía perderla. Si sólo recordara alguno de los chistes que contaba su amigo Ricardo en la Universidad. Él si era divertido. “Seguro que él a estas alturas ya la estaría besando”. “¿Quieres algo de tomar?”, se arriesgó a preguntarle. “¿Qué tienes?”, inquirió, algo sorprendido. “Tengo muchos jugos; de mango, de naranja, de pera, de manzana, me gustan mucho los jugos”, sentía que se sonrojaba y le dio rabia pensar que él lo notaría. “¿Por qué me tiene que dar vergüenza ser?” pensó. “Cualquier jugo estará bien, gracias. A mí también me gustan los jugos”. Ambos sonrieron y se sintieron más cerca. La miró mientras se levantaba y salía de la enorme habitación. Le dijo que vivía allí con sus abuelos pero que ellos se encontraban en la casa de la playa. Le había explicado, en uno de los pocos momentos que la dejó hablar, que ellos permanecían más tiempo en la playa que en la ciudad. Ella tenía los labios finos y cuando se reía podías ver sus encías, pálidas como todo en ella, sobre sus pequeños y cuadrados dientes. No era bonita pero poseía algo que lo hacía vibrar. Ricardo juraba que no era nada de eso. “Tanto tiempo sin sexo y cualquier mujer parece merecerlo”. Siempre hacía reír a todos sus amigos con esa forma desconsiderada de tratar a los demás. Pero ella a él le gustaba. “Es seguro que yo también le gusto sino no me hubiese traído a su habitación”. Ahora en la cocina no sabía cuál de todos llevarle. ¡Cómo odiaba ser tan indecisa! Llenó sus pulmones de aire, cerró los ojos y dejó que su delgada mano cayera en cualquiera de los jugos en la nevera. Mango. Su favorito. Quizás era una señal, aunque no creía en esas cosas, pero ahora cualquier estupidez era una ayuda. Sirvió dos vasos de aquel rico néctar y pensó que estarían bien con el jugo. Hasta imaginó que lo besaba. “Seguro que me va a picar un poco porque no está muy afeitado y siempre se me pone la piel roja”. Quizás si apagaba la luz…. “Espero te guste el mango”. Sonrieron. “Es mi favorito”. Sonrieron otra vez y bebieron. Puso el vaso en la mesita cerca de ella y comenzó a hablar de Cedric Diggory otra vez. Seguía huyéndole al silencio. “¿Sabes que hay páginas dedicadas al recuerdo de Cedric?” Ella la verdad que no tenía idea de quién era aquel personaje que motivaba a unas personas a crear páginas web en su memoria. Según había captado de su monólogo, el mago malo de la serie lo había matado. Pero ¿qué importancia tenía todo aquello? Sólo pensaba en tener sexo con él, allá en el fondo de su cerebro lo besaba, apagaba las luces primero y luego lo besaba. No le gustaba ser tan flaca, no tenía curvas, no lucía femenina. Quizás él ya no estaba tan entusiasmado. “Seguro que ha cambiado de opinión y por eso no deja de hablar del bendito joven muerto”. El jugo estaba delicioso y bebió más. Ella continuaba escuchándolo y parecía importarle sus análisis sobre la muerte de Diggory y la reacción de su familia, especialmente su padre que lo adoraba. Entonces escuchó su apacible voz. Ella le preguntaba algo. “¿Perdón?” Él hablaba del padre de aquel chico y su desolación cuando supo de su muerte. Analizaba en detalle las esperanzas que había puesto en él y la admiración que sentía por su Cedric. Parecía como si lo satisficiera y lo conmoviera el tema. Por eso le preguntó si le gustaría algún día tener hijos. Por eso, y porque, bueno, había que llevar aquello a un lugar más personal o terminaría odiando a J. K. Rowling. “Es que me ha parecido que serías un buen papá”. No sabía cómo responder. Las palabras se le aglomeraban en la garganta, todas juntas, como si a su cerebro se le hubiese olvidado cómo organizar las ideas. Tampoco entendía las motivaciones que la habían impulsado a hacerle esa pregunta. ¿Acaso lo percibía como el padre de Cedric? “Pero si yo me siento Cedric, ¡no su padre!” “Pues no sé. Creo que estoy muy joven para pensar en ser padre”, sus palabras emergieron vestidas de un tonito bastante cortante. Se sonrojó nuevamente. Le pareció que las personas no la entendían. Nunca la entendían. Y él ahora aparentaba ser una de esas personas. Y ella que lo creyó especial. ¿Sólo por un restaurante y un jugo? Tenía que ser más que eso. “Estás muy sola”, le había dicho Neutrina. Pero Neutrina no tenía problemas con el sexo, sólo con el amor. Pero ella, ella no. Ella era diferente. Desacertada y diferente. Todo parecía perder su brillo. Hasta el esmalte en sus uñas. “Lo siento. No me refería ahora. Claro que creo que eres muy joven. También. Pensaba…yo pensaba en el futuro, más bien”. La sangre hervía en sus mejillas. Él pensaba que quería más jugo y quizás salir de allí. Estaba perdiendo la conexión con ella. Advertía que se alejaba de él y sus sonrojos ya no eran de ansiedad sino de vergüenza y eso estaba mal. Decidió moverse hasta su lado. Tenía que actuar. Pensó en su pene que yacía alerta en su pantalón. Era necesario que lo usara, hasta había comprado condones ese día. “¿Me lo permitirá?” Se sentó a su lado. Su mano rozaba la de ella. Trataba de no mirar la cama, allá, en una esquina de la habitación. Era una de esas formidable, maciza, alta y con postes. Estaba cubierta con un edredón rojo y acolchado y su espaldar rococó se asomaba entre los numerosos cojines en varios tamaños y matices de rojo. Pensó en llevarla hasta allá en sus brazos. La chiquita no podía pesar más de cien libras. “Debe verse bonita ahí arriba, toda pálida sobre el rojo”. Se acercó más a ella para observarla. Sus ojos eran marrones con pocas y cortas pestañas. Tenía la nariz pequeña, cubierta de pecas y era lo único regordete en su cara, sus cejas y sus cabellos poseían un color naranja oscuro, casi rojo. “Es mejor que ella se me ponga encima en la cama. Creo que la podría quebrar en dos”. Se le había acercado considerablemente y ahora ella trataba de aplacar su respiración. Que no notara que ya sí estaba nerviosa. Movió un poco su mano hacia la de él para sentirlo. Le pareció que su mirada se tornó más brillante cuando lo tocó. “¿Ya estaré alucinando?” Pero él ya movía sus dedos sobre su piel. Si, por fin algo pasaba. Cambió la posición de su cabeza para verlo mejor. Ahora estaban más cerca; podía contar sus poros, podía oler su piel. El beso ya era obligatorio y ese hecho la hacía sumamente feliz. Entonces se besaron. Sus lenguas eran imanes en un ineludible baile de atracción carnal y afrodisíaca. En medio de aquella efusiva escena, él la levantó en sus brazos y ambos se permitieron reír, reír a carcajadas. De nuevo estaban conectados y la cama roja era la mejor metáfora para sus sentimientos. Allá arriba, sobre el sangriento edredón, la desnudó; no le permitió que apagara la luz aunque ella lo intentó varias veces. Pero él quería verla. Quería percatarse que ambas cabelleras eran pelirrojas, que sus parcelas íntimas eran tan pálidas como todo lo demás. Quería contemplar sus labios cuando besaran su pene, “¿lo consentiría? ¿La convencería?” Pero no hubo que persuadirla de nada. Esos labios finos que enmarcaban su boca pequeña le dieron más placer que el conjunto de sus fantasías con Angelina Jolie. Esa chiquita flaca y tímida estremeció el mundo bajo sus nalgas mientras lo montaba como a un caballo indomable. Su piel cubría sus costillas como barro blanco sobre hierro. Podía abarcarla con sus manos y con su boca cubrir completamente uno de sus pequeños senos. Era una muñequita de trapo con la cabellera roja más radiante que había visto en su vida. Y era atea y escéptica, como él. No creía ni en el amor. Y eso lo excitaba aún más. Su pene tenía el tamaño y el grosor perfecto. No entendía cómo sabía aquello, sólo dos de ellos habían entrado alguna vez a su cuerpo por lo que no tenía muchos puntos de comparación; sin embargo, algo dentro de ella le indicó que era perfecto. Quizás fue el clamor que salió de su garganta cuando se sentó sobre él por primera vez, cuando sus manos gordas y fuertes la tomaron por la cintura y la sacudieron como si se tratase de una marioneta. Pronto notó que un oleaje de gozo se apoderaba de su vientre y subía y subía como una seductora burbuja hasta que explotaba en su garganta y embutía su cabeza con un regocijo estremecedor. Y gritaba, y chillaba y no dejaba de zarandearse sobre aquel hombre que era capaz de despertarla de la muerte. Una y otra vez, con los dedos, con la lengua, con el pene, una y otra vez glóbulos, pompas y burbujas de placer se asomaban por su vientre y la hacían estremecer. Aquello era el verdadero paraíso. “Si hay que creer en algo, hay que creer en el sexo”. Amanecieron devorándose. Insaciables. Dormían para comenzar otra vez. Una vez abandonaron aquella guarida escarlata. Se alimentaron y bebieron. Pero la cama los llamaba seductoramente y había que repetir aquello. Una y otra y otra y otra vez. Tomaron una ducha juntos y allí descubrieron el sexo y el agua. Él siempre detectaba algo nuevo para experimentar, otra novedosa forma de explorar sus orificios. Y el placer protagonizaba todas sus indagaciones y sondeos; y así conquistó su cerebro y ella también conquistó el de él. Y cuando no estaban devorándose permanecían en silencio. Descansando del ardor y la fogosidad. Él no sabía qué más decirle. Todo parecía absurdo y lo único que quería era, bueno, eso, metérselo otra vez, por donde sea. Se había quedado sin palabras pero ya no le molestaba el silencio. Podía quedarse allí, con ella, para siempre. Pero a ella comenzaba a molestarle su mutismo. Antes hablaba tanto, y le gustaba el sonido de su voz. Quizás estaba cansado, aquello había sido un maratón y estaba segura que no terminaba aún. Sólo tenía que mover su rodilla entre sus piernas y todo comenzaría otra vez. Y, aunque también estaba cansada, quería escucharlo hablar otra vez. Tal vez porque pensaba que sólo formalizando una relación conseguiría asegurar el sexo con él, para siempre. Ya se imaginaba teniendo sus hijos. Por eso era preciso que hablaran, que se comunicaran, que intercalaran el sexo con los intereses comunes. “No quiero perderte, gordito, eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo”. No se sonrojó al pensarlo a pesar de que lo miraba directamente. Él le devolvió la mirada y sonrió, en su cara se reflejaba cierta curiosidad. No quería sexo en ese momento, estaba cansado, pero sabía que si ella lo besaba por algún lado iba a sucumbir al placer. Por eso fue un alivio cuando la escuchó hablar, mucho más cuando entendió lo que requería de él. Lo llevaba justo a su hogar, donde se sentía más cómodo, más ahora que tenía el sexo asegurado. Por eso aquella propuesta era la cereza sobre el helado, la habichuela sobre su arroz, un vaso de agua fría en un día caluroso. Ya tenía su propia Cho, pensó, y el mundo era mágico otra vez. “Entonces, mi amor, háblame más de Cedric Diggory...”, la voz de su muñequita pelirroja parecía bailar frente a él con un sonido equivalente al esmalte de sus uñas. Elocuentemente, reinició su consabido soliloquio. Seguiremos charlando, Neutrina :) 01:00 | glenys | 10 Comentarios | #
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