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Las mentiras de Neutrina |
Mi bitácora está llena de mentiras. Pero no te preocupes, no puede ser peor que los comerciales en la tele o tu querido amigo, peor aún, tu pareja, leyéndote el horóscopo del domingo...otra vez. | ![]() |
Cariños necios entre los rascacielos de Manhattan (Primera parte)A Melina le gusta presionar el acelerador con el pie descalzo, ver televisión con la luz apagada y aparentar frente al espejo que sabe hablar francés. Su cerebro sucumbe ante los primeros besos de un nuevo amor y el sabor exquisito del chocolate. Para adornar su cuerpo prefiere un anillo y varios tatuajes; para beber, un refresco rojo con vodka y para fumar, marihuana.Su cabello natural es color naranja aunque a veces lo tiñe de azul pálido o rosa brillante. Su estilo es punk y su actitud de abandono y dureza. "She's pretty fucked up", opinaba Josh. Y es cierto, la mina está bien jodida. Melina a veces duerme en edificios abandonados y con orgullo declara: "¡soy una squatter! ¡Una maldita indigente!". Si caminas con ella por Christopher St notarás que mira con avidez los platos de los comensales que aprovechan el hermoso día de verano para almorzar al aire libre y estremecer a la Gran Manzana con aromas internacionales y conversaciones plurilingües. La Melina real piensa que es asqueroso comer en las aceras porque la comida se llena de toda esa contaminación que se traga poco a poco a la roca que es Manhattan. Pero ahora ella interpreta otro papel. La joven mujer es una naranja en la sección de mangos, un canguro en la Quinta avenida, es la gota que sigue rebosando el vaso. La conocí así. Caminaba un día y se detuvo a contemplar mi ensalada. Su belleza nos sedujo, a Josh y a mí, y pronto la teníamos sentada en nuestra mesa, comiendo de mi plato y hablándonos sobre un edificio que estaban restaurando ella y sus amigos. Manhattan aún no conocía a Giuliani y había cabida para lo absurdo, lo sucio y lo inadmisible. Nos invitó a una fiesta. "Es cerca de Tompkins Square, en un apartamento del amigo de un amigo", sonrió de forma enigmática. En ese instante deseé que una de las dos fuera hombre. Caminamos rápido hasta llegar a la "ciudad alfabeto". En una calle cerca del bar Sophie's, Josh se detuvo a comprar yerba y regresó con seis diminutas pastillitas amarillas. Los tres sonreímos. Era mezcalina, la parranda iba a estar divertida. Melina durmió en Brooklyn esa noche. "Creo que si mi única opción fuera vivir en Brooklyn me largara de Nueva York. Lo siento, chicos, ustedes son cool y todo pero Brooklyn sucks big time". Era una niña encantadora y caprichosa. "¿Qué edad tienes, Melina?" Me miró por unos segundos e inició una lenta caminata por todo el lugar. Estaba descalza y para mi sorpresa, sus pies no eran mugrientos. Tampoco olían mal. "Tengo 25 años", me gritó desde la primera habitación. "Pareces más joven", le dije mientras me acercaba a ella por el largo pasillo de madera. "¿Qué edad pensabas?" "¿18?" Comenzó a reír y me contagié de su risa loca y extraña. Noté desdén en su rostro al dirigirse a mí. "Deja los temas aburridos para otras ocasiones. ¿Qué coño importa la edad que yo tenga? ¿Cambiará eso algo? ¿Crees que habrá muerto una estrella en el firmamento o un hijueputa dejó de abusar de su hijita?" Sonreí. Dentro de mí algo trataba de encontrar un pedazo de información, datos, una pieza que faltaba. Ella no era genuina pero aún no sabía ni siquiera por qué lo sospechaba. La escudriñaba intensamente para descubrir por qué me era imposible creer todo lo que decía "Tendrás que enviarme una lista de temas, entonces. Tampoco tenemos que hablar ni tienes que quedarte. Puedo pagarte un taxi hasta tu edificio..." "Tengo dinero para el subway", su tono se intensificó en esta última palabra. "Me quedé porque me caes bien pero la gente siempre comienza a desencantarme". "Si, bueno, en eso no eres la única". "¿Te he desencantado?" "Lo que pasa, Melina, es que no logras encantarme aún". Ambas sabíamos que mentía. Esa noche hablamos poco. Josh trajo pizza y vimos varios episodios de Seinfeld. Cuando le dije que tenía sueño Melina tomó mi mano. En ese preciso instante la imagen de mi abuela muerta, tejiendo unas medias que nunca usaría, llegó desde algún lugar perdido en mi memoria. No creo que haya conexión alguna, el cerebro actúa de formas misteriosas. "Desde que comenzaron los bombardeos mi amigo no ha podido hablar con su esposa ni sus dos hijas. Él y sus padres ya estaban aquí pero ella se quedó allá. Decidieron venir definitivamente cuando la guerra se intensificó pero ella ni las niñas tienen visa y no han podido salir de Sarajevo". La miré en silencio. No tenía ni puta idea de lo que hablaba esta chica. "¿Tu crees en dios?" "No, en ninguno". Ella asintió y cerró los ojos. "Yo una vez tuve una hijita y se me fue, así, pum", dejó caer sus brazos simultáneamente desde los codos hacia abajo. "Me siento triste por mi amigo". "Yo no quiero tener hijos. No voy a tener hijos. Es mi mantra personal", dije bromeando. "Es mejor así, se puede seguir siendo egoísta sin sentimientos de culpa". Me salió una carcajada pero al ver que ella continuaba pensativa la reprimí. "Tampoco entenderás muchas cosas pero por lo regular es así. Yo tengo una pena que es única, únicamente mía". No dijo más y la dejé con los ojos cerrados y las manos entre las rodillas. Parecía un hada; joven, fresca y bella. Pasaron meses antes de que la encontrara de nuevo. Porque la busqué. La busqué como si se me hubiese perdido. Porque era misterio sin ser misteriosa, porque me sentía atraída por su belleza física y, más que todo, porque quería verla completa y que mi cerebro la entendiera, la clasificara y la archivara como Tal de Tal. Pero no la encontré. Caminé por las calles de la ciudad alfabeto, me senté varias veces en el mismo restaurante donde la conocimos. Pregunté a todo bicho raro que encontré en las inmediaciones del parque Tompkins Square o comiendo pizza en Ray's. Pero los que la conocían tampoco la habían visto. "Melina desaparece así a veces. Una vez me dijo que le gustaba regresar a su casa en Jersey. Se queda haciéndole compañía a su mamá", me contó en un tono aburrido un chico calvo con el cuero cabelludo lleno de alfileres y que no parecía pasar de los 16 años. "Definitivamente Melina no es de Nueva Jersey", pensé. 'Se muerde las uñas. ¿Será posible que se haya hecho una pedicura? Sus labios. Su risa. Su mirada. Pum'. La vida me absorbió de nuevo. Ensayos, exámenes finales, profesores caprichosos, conciertos, las discusiones sobre "the former Yugoslavia" y el sexo nuevo, fresco y continuo con Josh. Todo andaba bien. Casi la había olvidado. Es entonces cuando aparece Shirley. Shirley nunca tomaba el tren. En su opinión, Nueva York era Manhattan, y no toda la isla. El mundo de Shirley comenzaba en Soho y terminaba en la calle 97. "No viajo más allá de ese número y para ser más precisa tendría que excluir muchos barrios horrendos que tenemos por ahí", decía con su aire de princesa neoyorquina. Shirley hubiese amado a Giuliani. "Shir", como la llamaba su madre con un tono monótono que sonaba algo así como "Sheur", tampoco tomaba taxis, su padre le había puesto un chofer y ella había elegido un apuesto italiano con quien demostraba tener mucha confianza. Tenía 28 y aparentaba 23, no era bonita pero estaba demasiado bien cuidada para pasar por ordinaria. Era una mujer fuerte que le gustaba interpretar el rol de niña débil, sus actuaciones son merecedoras de varios premios de la academia. Shirley es prima de Josh. La única hija del único hermano de su madre. Josh dice querer mucho a sus tíos, yo lo traduzco como agradecimiento familiar. El pobrecito se atraganta con la culpa sino les paga siendo hipócrita de vez en cuando. Porque a ambos nos parecen insoportablemente pretenciosos. Esta vez Shir ha montado todo un melodrama moderno. La madre de Josh ha llamado para contarle que la diva ha elegido casarse con una actriz madrileña con varios años en la ciudad. "Nadie la conoce a esta chica", explica Mrs. Friedman desde su cómoda casa en Conneticut. "Parece que no es famosa ni nada y que ni siquiera tiene dinero. Mi pobre hermano dice que de ésta se muere de un infarto. Una cosa es participar en el carnaval de los gays y otra es venir y anunciar que se casa y que quiere una boda gigantesca. ¡Hasta quiere que inviten al párroco de la iglesia y no precisamente para que las case!" Esa noche reímos juntos mientras Josh me lo contaba. Enroscados y entre las sábanas nos preguntábamos qué se traía Shirley entre manos. No era sorprendente que se casara con una chica, podría haber anunciado que se casaba con un elefante o con el obispo del estado, daba igual. Habría que escudriñar hasta descubrir su objetivo porque Shirley sólo amaba a Shirley y a nadie más. Desde el ventanal contemplaba el río East. Me encontraba en un apartamento sobrecogedor en el Upper East Side de Manhattan. Había estado allí antes pero sólo había llegado hasta el vestíbulo. Me parecía que se necesitaban horas sino días para descubrir en su totalidad la morada de los Friedman-Gordon, también sentía que había que ser alta y espigada para vivir allí. La conversación del grupo más cercano a mí estaba centrada en Bill Clinton. La mayoría parecía querer que ganara la presidencia en los próximos comicios. "Habría que prohibir que otro Bush llegue al poder en el futuro", comentaba con voz de político el padre de Shirley. "Los republicanos van a conseguir que el mundo nos odie aún más". "Pues me han dicho que Jodie Foster también. Fíjate en el pasado, Virginia Woolf, las cosas han cambiado, Juliet", le susurraba la madre de Josh a su cuñada mientras la sentaba frente a uno de los bares orientados en el salón, para la inopinada ocasión, según las leyes del Feng Shui. "Creo que está muy bien que la gente comience a expresar sus verdaderos sentimientos. ¡Estamos en 1992! Las cosas están cambiando; además, vives en Manhattan, querida, aquí la gente piensa que esto es algo sofisticado", ambas rieron mientras llenaban sus copas de vino e intercambiaban pastillas de sus respectivas carteras. "Creo que hay que asesinar a Milosevic es la única forma de terminar con el genocidio en Bosnia por parte de los serbios nacionalistas. Hay que intervenir de forma colectiva, las Naciones Unidas no se está dando cuenta que esta gente necesita ayuda. Morirán de hambre en Sarajevo si no paramos esto", comentaba un chico apuesto que parecía haber salido directo de una charla en una de esas universidades reconocidas del este del país. Entonces ella hizo su entrada. Melina. Parecía una alucinación. Llevaba un vestido verde como el color de la grama en una tela de terciopelo algo gruesa y aparentemente inalterable y rígida. Una sola manga le cubría el brazo izquierdo, el otro estaba desnudo desde el hombro pero ella lo había cubierto hasta el codo con un guante del mismo color del excéntrico atuendo. Sobre el guante, en el dedo del medio, se había colocado un anillo de plata tamaño familiar con una enorme piedra negra y cuadrada. Su pelo naranja estaba subido en un moño tipo colmena o beehive, de esos que se llevaban en los años sesenta; su maquillaje, por igual, la hacía lucir como las modelos de esa época, especialmente por las colosales pestañas postizas y la intensidad de los colores que adornaban su exquisito rostro. El vestido era largo pero era posible admirar las extravagantes sandalias de piedras brillantes con tacos altos y finos que adornaban sus pies. Lucía singularmente hermosa y fuera de lugar, algo que parecía ser una insignia que manejaba con naturalidad. Melina tenía el don de dejar a todo el mundo sin las palabras adecuadas para ridiculizarla. Ella era la reina del ridículo. Caminó lentamente hasta donde se encontraba el padre de Shirley y le dijo algo en el oído. En pocos segundos su rostro varonil se transformó y una luz siniestra oscureció su mirada. Se dirigió hacia una de las puertas y salió por ella, pero antes se detuvo y miró a su mujer. Parecía angustiado. Entonces, Melina cambió su dirección e impulsó su lánguido cuerpo hacia el bar donde se encontraba Juliet. Un escalofrío se deslizó por mi espalda. El Feng Shui no parecía estar funcionando, para variar. Nunca imaginé que encontraría a la squatter aquí, vestida como una campesina adolescente que ha sido elegida reina en la fiesta de graduación de su colegio. Cualquier otra persona le hubiese atribuido al destino toda esta historia maniática o tal vez a uno de los designios indescifrables de algún dios aburrido, sin embargo, mi mente se rebelaba ante esta excesiva y descomunal coincidencia. Busqué a Josh con la mirada y en su rostro pude leer la pregunta “What are the fucking odds??”. Eso. Cuáles son las jodidas probabilidades. Una mano fría me toco el hombro y un pequeño y sofocado gritó salió de entre mis labios. Era Sally que se disculpaba por asustarme. "¿Quién es ella?" Le pregunté sin saludarla. "Ah, Melina, es una amiga de Shirley. Creo que sigue enamorada de ella. ¿Recuerdas aquella vez que te conté que Shirley casi mata a una chica que no dejaba de seguirla? La vez que su padre la mandó a Francia por un año. ¿Lo recuerdas?" Lo recordaba. Shirley la amarró a su cama y trató de asfixiarla con una almohada. Su padre, que regresó inadvertidamente, logró salvar a la chica que yacía semiinconsciente debajo de la suave y olorosa almohada de su amante la psicópata. Por poco muere Melina por amar de forma avasalladora, por no aceptar el rechazo, por no desaparecer. Parecía imposible que se tratara de la misma persona. Deseaba tanto hablar con ella. "¿Qué te pasa?" "Es que la conocí el otro día. Me dijo que era indigente y que no tenía donde vivir". "No me sorprendería nada de ella. Aunque su padre es uno de los hombres más ricos en Texas y ella vive en un apartamento sólo un poco más pequeño que éste". "¿Crees que vino a impedir la boda?" "Por supuesto". "Voy a hablar con ella". Josh había llegado primero y estaba visiblemente molesto. Me acerqué pero no dije nada, Melina me miró desde algún lado inalcanzable de su cerebro. Ni siquiera me reconoció. Ignoró a Josh y salió por la misma puerta que el padre de Shirley había usado anteriormente, la madre de Josh y Juliet partieron tras ella, no sin antes rebosar sus copas de vino. Minutos más tarde, los gritos de Shirley y Melina secuestraron cada rincón de aquel suntuoso apartamento en el Upper East Side. Era curioso, lo único que le pedía Melina a gritos era que la perdonara. Shirley, por el contrario, la amenazaba con que iba a matarla de una buena vez. El silencio dominó a cada uno de los invitados en el gran salón y permanecimos allí, reservados y absortos, como engullidos por aquel inquietante y resonante espectáculo. Seguiremos charlando, Neutrina Me alegra que llegaras hasta aquí :) ¿Te gustaría leer la segunda parte de esta historia? 23:45 | glenys | 2 Comentarios | #
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