Las mentiras de Neutrina
Mi bitácora está llena de mentiras. Pero no te preocupes, no puede ser peor que los comerciales en la tele o tu querido amigo, peor aún, tu pareja, leyéndote el horóscopo del domingo...otra vez.

Beirut es un infierno, pero el diablo habita en otro lado


Una persona se congela en un punto medio. La indecisión, desencadenada por el miedo y el estrés, podría significar la vida, pero ¿qué coño hacer cuando te encuentras en medio de violentas circunstancias que no tienen “nada” que ver contigo?

Hashem no escribió ayer en su blog, ni hoy; tampoco responde mis correos. Hace unos meses le enviaba noticias científicas que sabía él encontraría interesantes y sólo necesitaba esperar unos minutos para leer sus respuestas. Cuando no estaba conectado desde la universidad, mi joven amigo lo hacía desde el laboratorio donde investiga extrañas reacciones moleculares. Hashem, como yo, disfruta de los descubrimientos científicos y nos satisface pensar en el funcionamiento del mundo a través de los avances en la ciencia y la tecnología.

Surfeaba el IRC cuando lo descubrí en un salón ateo. Usaba su nombre de ‘nick’ y saludaba a todo el que entraba; cuando entablé una conversación con él descubrí que el gen de la pretensión no cupo en su genoma; Hashem quiere ser biólogo y descubrir síntesis que salven vidas o nos ayuden a comprender mejor nuestro organismo; sin embargo, más allá de su brillante cerebro, hablar con él incrementaba mi curiosidad sobre aquellos antepasados que dejaron sus huellas en mi ADN.

- Mis bisabuelos por parte de mi madre eran libaneses, le escribí al momento de descubrir su origen y, segundos después de obtener su permiso, comencé a enviarle las imágenes, de ese color marrón de las fotos de antaño, que guardo celosamente en más de un disco duro para nunca perderlas.

Me las envió mi tío el evangélico, el único hermano de padre y madre de mi mamá, él también las guarda aprensivamente, como aferrándose a eso que nos hace, que nos manufactura; para él nace en Dios, para mí en la evolución del genoma. Mi bisabuelo era atractivo, con una mirada clara y oriental sobre el fondo oscuro que era su piel y, cuando lo vi, supe enseguida por qué hace mucho tiempo perdí la guerra contra mis gruesas cejas. Todos, sus hijas, entre ellas mi abuela, su madre y él, tenían ese porte de ayuno distinguido de los inmigrantes de antaño; y lo imagino de muchas formas, pero en mis viajes por su vida interior nunca sé con precisión si lo que lo depositó en esta región del planeta fue su espíritu de aventura o la menguante situación en su hermoso país. A lo mejor, deduzco, una combinación de ambas cosas trasladó sus genes desde el Medio Oriente hasta este terruño caribeño donde dos de sus tantas combinaciones originaron a mi madre y su hermano, un camino que llegó hasta mí, sentada frente al ordenador, contándole la historia que nos une a un genoma que no emigró y quien por ende goza de otro idioma, cultura y singularidades varias, allá, en tierras libanesas.

- Los Homo sapiens somos exploradores más por necesidad que por aventura, sólo una minoría se anima a experimentar, nos quedamos sentados en casa viendo el transbordador y los astronautas por televisión…, escribió Hashem ese día que hablábamos de los ancestros.

- Pues esa minoría exploradora abre el camino para que los demás huyamos justo cuando las cosas se ponen feas, por eso los que piensan en el futuro y esos que escriben ciencia ficción, pueden fácilmente imaginar a los humanos creando colonias en otros lugares cuando ya no quepamos en la Tierra o no podamos respirar y el oxígeno esté muy caro. Imagínate, llevar tu genoma a Marte y que tus hijos nazcan allí…

- Como Las crónicas marcianas de Bradbury…

- Exacto.

Es fantástico encontrar personas afines, no importa cómo o dónde, es sencillamente genial y nos hace encariñarnos de nuevo con la especie, a pesar de que da tan mal ejemplo en general.

Nos gustaba trasladarnos al futuro a Hashem y a mí, quemábamos el tiempo imaginando lo que tomaría salir de la Vía Láctea, todas las estaciones que habría que construir primero, todos los pasos a dar. Por supuesto que evitábamos la política, incluirla sería quedar estancados, y los sueños deben fluir en su vuelo o nunca llegaríamos a “ningún” lado.

- Con cientos de planetas ya vistos, es cuestión de mejorar la tecnología y adaptarla a estos nuevos sistemas solares que estamos conociendo…

El objetivo generalizado de nuestras conversaciones era mejorar la especie, ya sea mediante el avance tecnológico o aprendiendo del conocimiento de otras especies inteligentes que encontrábamos en el camino. En medio de nuestras fantasías, el intercambio de noticias científicas y sus respectivos comentarios nos entretuvieron en esos preciosos, aunque insignificantes momentos de puro entretenimiento intelectual.

Pero dentro de la galaxia humana existe siempre el riesgo de despertar el lado oscuro, o más bien, de permitir que su sombra penetre en nuestras escudadas vidas y sentir en carne propia qué tanto duele el abuso de poder dentro de una misma especie; como gorilas, como musarañas, como los animales que somos, muchos de nosotros necesitan combatir, batallar; son los temidos y odiados ‘bullies’ que de alguna forma han desarrollado una ventaja y necesitan usarla a su favor y en detrimento de los demás; perjudicando, entre muchos otros, a ésos que sólo quieren entender sobre moléculas y soñar con viajes extragalácticos.

Un día entró y escribió.

- Anoche escuché las explosiones. Tendré que irme. No sé qué hacer.

- Tendrás que irte, no lo pienses más. La cosa no está bien.

El miedo que sentí por él ese día cobró vida y se hizo real. Él escuchó las bombas. ¡Madre del verbo!

- No quiero ni pensarlo…quizás me vaya a la montaña, mis tíos viven ahí y están lejos de todo. Beirut es un infierno.

Pero el diablo habita en otro lado, pensé, aunque no lo escribí, no quería profundizar ni meterme en toda la política del asunto, de hecho, los demonios eran demasiados y Hashem y yo somos ateos.

- Anoche chateaba con mi novia y ella sentía su casa temblar. Se echó a llorar, ella está por terminar su doctorado en leyes, ahora sus padres hablan de emigrar para siempre a Inglaterra.

Pensé en mi bisabuelo. ¿Por qué aquí, señor Cury, por qué no Inglaterra?

- ¿Y tu familia qué piensa?

- Aquí estamos todos hartos, Neutrina, nadie se preocupa, a nadie le importa…hemos estado en esto por tanto tiempo, mi madre recuerda la guerra de Yom Kippur, yo apenas comenzaba a caminar cuando comenzó y ella estaba embarazada de mi hermana y el mundo árabe tenía miedo de lo que pasaría, pero mucho antes de eso y mucho después hemos estado lidiando con la violencia entre toda esta gente. No me importa el origen de todo este maldito lío, lo que me desgasta es tener que pagar por algo en lo que nunca me he metido…aquí, como en todas partes, la gente quiere vivir en paz, eso es todo…y que se acabe esta mierda.

Lo sabía y su ira empañó mi día, sólo lo empañó. Su vida, mientras tanto, se alejaba de su control y los explosivos eventos lo empujaban hacia una transformación violenta y obligada que yo ni podía, ni deseaba, imaginar. En 1965, durante la explosión de la guerra civil en este pedazo de tierra donde inmigrantes libaneses y españoles se combinaron para originarme, mi familia pudo haber sido exterminada cuando soldados estadounidenses descubrieron armas en la casa de mi abuelo paterno, nos salvó el parentesco con un alto mando en el gobierno. Yo no lo recuerdo, como Hashem no recuerda la guerra de Yom Kippur, pues sólo tenía un año entonces, pero mis padres sí, y cuando hablan de ello sé que es algo que no quieren olvidar.

Quizás por eso emigró mi bisabuelo, harto de líos y matanzas decidió irse muy lejos. Imagino que una isla en medio del Caribe y el Atlántico no sonaba mal allá, en medio del para mí lejano Oriente y, hasta ahora, no creo que fue mala su decisión, considerando...

Pero me duelen Hashem y su gente; más aún, porque mis cejas me unen a él genéticamente; más aún, porque pertenecemos a la misma especie; más aún, porque somos almas afines que podemos hablar de estaciones en mundos sólo vistos a través de lentes artificiales; más aún, porque él es un científico que sueña en Beirut y eso es como desalojar un ángel que intenta construir un paraíso.

Pero Beirut es hoy un infierno y no sé dónde está Hashem. A lo mejor entre a su bitácora más tarde y lea su saludo desde las montañas donde lo imagino esperando que todo termine para retornar a sus células y moléculas; a lo mejor, en las noches estrelladas imagina, como yo, una estación lejos de la Tierra con inmensos laboratorios para avanzar el estudio de enfermedades y crear técnicas para proteger el planeta, una estación donde la paz sea el único requisito para obtener la residencia.


A todas las víctimas, no importa su nacionalidad,

PAZ,

Neutrina

23:47 | glenys | 16 Comentarios | #

Bajo el seno metálico de Manhattan


Tomé la bolsita entre mis dedos vestidos de negro y con la otra mano enguantada apreté delicada pero firmemente su contenido. El hombre negro de labios gruesos frente a mí, calentó sus anchas manos con su aliento y dio unos brinquitos en el mismo sitio. “Quiere apresurarme”, pensé y un ligero reconocimiento de lo que estaba haciendo me llenó de miedo por un momento. Zoe estaba junto a mí, sus manos estaban escondidas en las profundidades de los bolsillos de su chaqueta de aviador negra y sus pies daban pasos de un lado a otro como si fuera a caminar de costado pero no se decidiera hacia dónde.

Pensé en Octavio. Había estado ahí con él hacía un mes y los resultados fueron costosos. No podía caer en el mismo agujero dos veces, como decían por ahí. Tenía que aprender de la experiencia y evaluar los riesgos. Estamos aquí, vamos hacerlo bien.

“Esto es crayola”, le dije.

Él sonrió, una bufanda negra de lana le cubría parte del rostro y no supe descifrar si estaba sorprendido, enojado o decepcionado, tomó la bolsa de mis manos y retornó hacia los baños, desde dónde había venido la segunda vez.

“Nos quiso engañar, como te dije”. Algo en mí se llenó de valentía y seguridad.

Zoe levantó la vista, estaba nerviosa, no le gustaba ir a comprar. La asustaban las cosas más inverosímiles, como que alguien que conociera a su madre la viera. En pleno Central Park, en medio de Manhattan.

“Tu madre, toda tu familia y sus amigas viven en Brooklyn y para ellas no tiene ningún sentido viajar hasta Manhattan a menos que sea a dar una vuelta por la segunda a ver cómo están los precios”.

“No olvides Chinatown”, añadió Zoe aquella vez que avanzábamos en fila dentro de una diminuta y claustrofóbica tienda, efectivamente cerca de la segunda avenida pero hacia el este de la ciudad, donde solíamos comprar yerba. Zoe estaba enferma de culpa y todo le causaba esa terrible sensación de que era responsable de mucha infelicidad debido a su conducta irremediablemente “equivocada”, como le llamaba ella, o su madre, de acuerdo con Zoe.

Mi pobre amiga no sabía cómo divertirse sin sentirse culpable, me dijo que era una enfermedad judía, le respondí que los católicos habíamos heredado una versión más diluida de la misma condición. “Pero es distinto, en ustedes se origina en una sola persona, Cristo, en nosotros nació a raíz de años de persecución, martirio y una historia llena de locuras. No es fácil ser los elegidos de Dios”, dijo con una sonrisa herida.

“Mira, Neutri, cada vez que bajo a chupárselo”, me contó una vez refiriéndose al sexo oral con su novio Phil, “o cuando él me lo hace a mí, pienso irremediablemente en mis padres…”. El silencio que siguió a aquellas palabras me pareció lleno de mi imposibilidad para comprenderla. Sentí lástima por ella y esa sensación de que no era muy buena amiga porque no sabía qué decirle. “Quizás deba buscar ayuda ¿no?”

Asentí pero quería decir algo, nunca pude quedarme callada, el silencio no me llena cuando estoy acompañada, sólo cuando estoy sola.

“Perdona, no he sabido qué decirte. Es que nunca se me ha ocurrido, bueno, ya sabes, no podría pensar en mis padres en ese instante. Y, pues estas cosas me toman por sorpresa”.

“¿Te parece que estoy loca?”

“Oh, vamos, Zoe, me conoces mejor. No podría pensar que estás loca porque me dices algo como esto. Sabes cosas peores de mí y no creo que pienses que estoy loca, o quizás, estamos todos locos, hemos llegado a esa conclusión muchas veces”.

Sonrió pero nunca buscó ayuda. No le pregunté por qué y ella nunca ofreció más información al respecto. Cuando por fin terminó con Phil, le hablé sobre el tema de nuevo. Me dijo que había decidido reírse sobre esas cosas en su cerebro.

“¿Pero te sigue ocurriendo?”

“Cada vez menos y cada vez más. A veces tengo la impresión de que mis padres han dañado algo en mi aquí arriba, algo que jamás recuperaré”, me dijo aquella vez apuntando un dedo hacia su cabeza.

“Vamos, cariño, es posible que puedas encontrar otras cosas en el cerebro para reemplazar las irrecuperables. Hay muchas formas de recuperarse de una niñez malvada”.

“A lo mejor tienes razón”.

Aquella tarde salí del enorme Parque Central con un sentimiento de triunfo que me parece llevaré hasta al final de mis días. Hasta que mi cerebro sea capaz de recordar. Ya conocía un poco mejor la situación para capear en Nueva York y dónde conseguir la mejor yerba en Manhattan, aunque ya tenía suficientes amigos caribeños como para no tener la necesidad de salir de Brooklyn a comprarla. Pero cuando la noche requería de diamantes, risas y mucha luminosidad, el Parque Central era la mejor opción que conocía hasta el momento. Meses más tarde mi amiga Sue me presentaría a Tommy y ya no necesitaría ir más al Parque Central, pero esa es otra historia.

Mezcalina. Unas diminutas pastillitas porosas y amarillas que te regalan seis horas en las garras de una dimensión neuronal distinta. Este químico es capaz de crear conexiones entre regiones cerebrales que sólo se entremezclan en los sueños. Te activa los nervios con un veneno exquisito y entonces comienzas a desplazarte en un mundo donde los fotones parecen joyas, gemas que vibran y te tocan. De repente notas que las paredes son capaces de respirar y el caminar doblado de Zoe te provoca el primer ataque de risa de la noche.

Y no me habían engañado o no me había dejado engañar en Central Park. Había superado el miedo de todo, de la policía, que era el menor, de que me asaltaran los mismos “pushers” o de que nos engañaran sin que me diera cuenta, como me pasó la otra vez que me vendieron con apresuramiento pedacitos de lápices de cera amarillo como Mezcalina. Perdimos algunos doscientos dólares en la transacción. Lo malo de comprar drogas es que no puedes ir a la policía y reclamar que te estafaron.

Pero esa noche brillaba distinta. Esa noche el subway nos devoró en sus entrañas como un monstruo vivo, “aunque benigno”, ambas decidimos, para que el viaje no nos resultara negativo. Cuando andas tan alto, cualquier idea puede dañarte la nota. Hay que tratar de estar lo mejor posible y evitar, a toda costa, cualquier sensación o pensamiento que nos arrastre hacia el lado oscuro de nuestros cerebros donde reposan nuestros miedos. En ese estado de hiperpercepción los temores toman dimensiones más allá de lo real y puede ser sumamente doloroso. Por eso nos tomamos de la mano y nos sentamos solas, mirándonos, hasta que el viaje en la barriga del tren terminara. Nos contamos cosas para divertirnos y esperamos que nuestras violentas carcajadas le produjera acidez a la bestia que nos transportaba hacia el East Village, hacia Sophie?s a bebernos unos tragos y a repartir la mezcalina con Richard, el chico pelirrojo de Nuevo México que me encantaba, y Raúl, el novio puertorriqueño de Zoe.

Caminamos hasta la ciudad alfabeto tomadas de la cintura y entrecruzando las piernas en un tonto patrón infantil que nos causaba aún más risa. La mezcalina estaba ardiente, pura, la sentía fluir en mi sangre como un pequeño dragón juguetón que sabía manipular los botones en mi cerebro. Sentía el cuerpo de Zoe como si fuera parte mía pero ajena a la misma vez, como una computadora cuando estamos chateando o ensimismados en alguna actividad, que desaparece y reaparece por instantes. No quería pensar en Richard y en lo que pasaría porque me pondría demasiado nerviosa. No quería medir mi comportamiento ni cambiar a esa forma estúpida que toma mi cerebro cuando me gusta alguien, como si no pudiese superar sus más primitivos instintos, ni eliminar ese deseo por ejercer la función para la que hemos evolucionado desde el principio, por eso silencia a la razón y nos quedamos tontos, esclavos a nuestros más arcaicos deseos. Pero ahora quería ser, sin pensar, como si algo así fuese posible.

El bar era pequeño y oscuro, con la típica cortina de humo que parece moverse sobre sí misma por encima de las cabezas de los ocupantes del lugar. Muchos de los rostros eran familiares pues Zoe y yo nos habíamos convertido en clientes “regulares”, las chicas del otro lado del puente. En Sophie’s encontrabas todo tipo de personas, desde miembros de los Hell?s Angels o personas con la apariencia de que deberían pertenecer a esta vieja organización de motociclistas, hasta alcohólicos de todas las edades, universitarios, actores de cine y teatro y extrañas chicas del otro lado de cualquiera de los puentes que conectaban a la gran ciudad sobre la roca.

Rose se detuvo a saludarme, esperando, como siempre, que le brindara un trago y así lo hice. “Esta chica de las neutrinas está bien”, me decía con la lengua cansada pero los ojos felices y brillantes. Me parecía que podía ver, dentro de aquellas canicas azules, las memorias de Rose, su historia era trágica y no quise pensar en ella. Que continuara borrando recuerdos con alcohol.

Richard vino hasta mí y eso me subió un poco más, me saludó cariñosamente pero noté en sus ojos una ansiosa necesidad de saber si habíamos anotado con la mezcalina, escudriñaba mi mirada buscando trazos de locura. Le sonreí y mi rostro le mostró residuos intensos de mi reciente triunfo. En ese momento supe que tendríamos sexo esa noche.

Me tomó de la mano y pidió un vodka con naranja en el bar. Me arrastró hasta atrás, no muy lejos, el bar era sencillamente minúsculo, donde habían unos sillones rectangulares alrededor de una mesa de billar, sus dedos se entrelazaron con los míos y una fuerza familiar y placentera apretó mi vientre y contrajo los músculos de mi vagina. Allí estaba Sue, la prima de Richard, Zoe y yo la conocimos en ese mismo bar y nos hicimos amigas.

Richard se encontraba en la ciudad visitando a Sue. Era un chico de 26 años perdido en la vasta geografía de lo que ellos llaman América. Vendía aspiradoras en Santa Fe y cultivaba hongos alucinógenos en el sótano de su casa. Una vez, un amigo y él permanecieron una semana comiéndolos. Se detuvieron al darse cuenta que ingerirlos no les producía nada, sus organismos se habían acostumbrado al veneno.

Me gustaba Richard a pesar de que era un desastre o precisamente porque lo era. Quizás había un poco de ambas cosas, tendía a escoger los casos funestos o simplemente eran ellos que me escogían. De todas formas hicimos química, como dicen. Desde que nos conocimos en una fiesta en la azotea del edificio donde residía un buen amigo de Sue, supimos que queríamos estar juntos. No compartíamos mucho en común, yo era hippie, seguidora de los Grateful Dead y saber que había participado en varias reuniones de la familia Rainbow, miles de hippies que se juntan en un lugar específico a acampar y compartir buenas vibraciones, música y drogas, le había provocado una cadena de carcajadas al muy desgraciado. A Richard le gustaba el Skateboard y todo ese estilo de vida que nacía en Seattle a principios de la década pasada y que fue bautizado como el Grunge, Nirvana fue su mayor y más apaleado representante. Richard escuchaba a Sonic Youth y a los Pixies. A pesar de todo eso, no dejamos de hablar toda la noche. Cuando uno se enamora es así, no hay avisos, no hay señales, no quiere decir que seamos los mejores amigos, aunque a veces ocurre de ese modo, simplemente comienzas a sentir que te gusta, que te interesa su conversación, que te excitan sus ademanes, luego te das cuenta que te hace falta su olor y su risa y entonces caes. Yo había caído y me parecía, con cada minuto que pasaba, que él estaba por caer.

Nos sentamos al lado de Sue que me dio una mirada cómplice que no supe descifrar. Mi cerebro se esperanzó tanto que envió señales al corazón para que se acelerara. ¿Quizás Richard le había dicho algo? Sue era alta y con el pelo anaranjado, pero su color no era natural como el de Richard. Era una mujer bien parecida aunque no hermosa, mucho más alta que todos nosotros y voluptuosa, con redondos y monumentales senos y hermosas curvas que trazaban su esférica feminidad. Su melena y sus ojos verdes intensificaban algo exótico en ella. Pero tendía a engordar, igual que yo, y ambas disfrutábamos de la comida lo suficiente para nunca ganarles una partida a las dietas. Esta lucha nos unió en un momento en que necesitábamos, más que nunca, mantenernos activas en el juego del apareamiento. Más tarde compartiríamos una aflicción, pero en aquel momento todavía no comenzaba a formarse ese camino macabro. Todo esto reforzaba mi amistad con Sue y la hacía más fuerte que el lazo que la unía a Zoe. Sabía que esto a veces molestaba a mi amiga, pero sentía demasiada culpa para decírmelo. Yo la amaba y de muchas formas le expresé que no tenía que preocuparse. Nunca la dejaría sola.

Sin embargo, hoy ya no sé dónde está ni tengo idea de cómo se encuentra.

Aquel día la observé sentada sobre los fuertes muslos de Raúl, una de sus manos se ponía algo en la boca, su mirada alcanzó la mía y me enseñó con una sonrisa abierta como la de un perro satisfecho, dos puntitos amarillos que reposaban sobre la carne rosada de su lengua, procedió a pasárselas a Raúl en un beso erótico que me excitó en sitios profundos de mi cuerpo, miré a Richard, sus ojos ya estaban fijados en mí. Fue uno de esos momentos. De los mejores. Un primer beso así, con la percepción intensamente abierta, con los nervios tan atentos a las sensaciones que parecía posible contar con mi lengua cada célula en la suya, mi boca estaba llena de él y lo saboreaba, sus dedos acariciaban mis rizos y explosiones nuevas amenizaban mi materia gris.

Sue pellizcó mi espalda, podía sentir sus largas uñas punzantes atrapando mi carne y sonreí automáticamente, Richard lo notó y se apartó un poco con los ojos abiertos. “No pares, no pares”, repetía una voz en mi cerebro.

“Sue pellizcó mi espalda y me hizo reír. Es que está feliz porque ya le había dicho que me gustabas”, hablé honestamente, me sentía demasiado radiante como para no hacerlo. Pareció gustarle mi respuesta porque me apretó contra su pecho delgado. Él no volaba aún y eso me gustaba porque no era la droga actuando sino él.

Salimos de Sophie?s un poco antes de las tres de la mañana y decidimos caminar. La noche continuaba fría pero no nos importaba. Todos, menos Andrew el acompañante de Sue, estábamos bajo los efectos de aquella deliciosa mezcla química. “Me siento tan cerca de mi Diosa Isabel”, exclamó Sue, sus pupilas estaban enormes y le daban una oscuridad a sus ojos extraña a su mirada, parecía como si Isabel la hubiese poseído, aunque sabía que era el veneno que la hacía mirar más, absorber más luz. Se lo dije y rió.

“Por eso me siento tan cerca de ella”, dijo con un tono misterioso en la voz, después tomó a Andrew de la mano, su novio de varios años que la adoraba sin comprenderla, y lo besó por varios minutos. A Andrew no le gustaba experimentar con ningún tipo de droga pero era capaz de ingerir cantidades industriales de alcohol. Sentía que su papel era cuidar de Sue cada vez que ella permitía que la acompañara en alguna de nuestras aventuras químicas pero por lo general estaba tan borracho que terminábamos montándolo en un taxi hasta su casa en la parte oeste de la gran ciudad. Su hermana, que vivía con él, siempre se levantaba a recibirlo.

Tomamos la ruta hacia el “Business District”, donde aún se encontraban erguidas e inmensas en su encuentro directo con el cielo, las torres que diez años después derribarían unos hombres en unos aviones. El lugar lucía extrañamente solitario, sólo unos cuantos indigentes, con los carritos llenos de sus vidas, arrastraban sus pies lentamente o dormían por allí. “En unas horas esto estará vivo con el paso de la gente apresudaras a sus trabajos”, pensé.

Nos acostamos sobre el áspero pero liso suelo de la enorme acera y pegamos las suelas de nuestros zapatos a una pequeña parte de la inacabable pared, desde esa nueva perspectiva perpendicular miramos hacia arriba. La torre parecía columpiarse en su largo camino hacia las nubes, podía ver la silueta de su hermana de concreto más atrás y, detrás de ellas, la nueva luz de la madrugada que ya asomaba sus narices y le abría las cortinas a la noche, animaba el cielo de la ciudad y sus rascacielos. Su altura me hacía vibrar de emoción, un verdadero monumento de la ingeniería y la arquitectura, pero no pensaba en nada de eso, sólo sentía. Percibía como algo vivo aquel extraño monolito que parecía querer salirse del planeta, como un inflexible y geométrico reptil que se doblaba lentamente hacia nosotros. Mi corazón dio un vuelco y Richard apretó mi mano. Aparté mis ojos del cielo para mirarlo.

“¿Te quedan más?” me preguntó, y asentí con el rostro. Era hora de otra ronda. Repartí el resto de las pastillitas y continuamos nuestro camino hacia Chinatown. Por primera vez sentí que Nueva York me pertenecía de una forma muy íntima. Sólo llevaba ocho meses viviendo allí pero ya comenzaba a percibirla como parte de mi vida, una porción importante del pasado que estaba construyendo. Mis pensamientos estaban recreando aquel momento como una de tantas memorias futuras y ponderando su importancia en mis 24 años de vida, cuando Richard apretó su cuerpo contra el mío para que sintiera su erección. Mis nervios percibieron su pene que explotaba dentro de sus pantalones y un vuelco en mi abdomen despertó nuevamente al dragoncito que ahora se movía de forma erótica entre mis partes más sensibles. La mezcalina me despertaba al placer sexual e imaginé el sexo con él. “Es algo seguro en mi futuro cercano”, pensé, “esta noche tendré esto dentro de mí”, mientras lo pensaba mi mano acariciaba el bulto de Richard, repleto de deseo.

“Creo que es hora de irse a casa, a algún lugar”, susurró en mi oído.

Estaba completamente de acuerdo, mi cabeza explotaba de alegría, sin embargo, no logré controlar la abatida emoción que me asaltó mientras observaba a Richard hablar con los demás. Dentro de una semana se iría. Lo acompañaría a la estación del autobús; Richard llevará una mochila grande en uno de sus hombros y una maleta vieja de cuero marrón claro en la mano del lado opuesto. Ofreceré ayudarlo dos veces, la primera vez el rehusará mi asistencia pero en la segunda me pasará el bulto con aquella hermosa sonrisa que todavía hoy recuerdo. Nos besaremos entonces por última vez y lo vería subirse al autobús, una especie de fresca tristeza abordará junto a él el largo vehículo y otra parte se quedará conmigo afuera, acompañándome. Esa tristeza rondará mi vida por varios meses.

Richard me llamará tres veces y yo marcaré el teléfono de su trabajo, incontables otras, pero sólo lo encontraré en cuatro ocasiones. Las dos primeras veces que charlamos sus emociones permanecían intensas y cuando podía expresaba sus sentimientos hacia mí, yo le correspondía con promesas y confesiones íntimas. Las últimas veces que hablamos, ya no parecía tan interesado en mostrar su afecto, algo había muerto o quizás algo había vuelto a vivir en él, alguien que no era yo. Al final, cuando mis llamadas al trabajo se tornaron algo desesperadas, me parecía que se escondía y decía que no estaba, entonces desistí y la vida nos separó irremediablemente.

Pero si ahora decido ponerme de pie y caminar hasta el librero que se encuentra a mi izquierda, encontraré allí, dentro de uno de mis diarios, una nota escrita por Richard, con su nombre y apellido, su dirección en Santa Fe, el teléfono de la tienda donde trabajaba y su horario, de nueve a once de la mañana y de cuatro a seis de la tarde, no tenía teléfono en su casa. Escribía en cajón, sus trazos son claros aunque las letras parecen chocar unas con otras sin importarles el espacio personal.

“Neutri, I hope you call me as many times as you can. I?ll do the same…love…”.

Richard Armentrout, me encantaría verte ahora.

Si cierro los ojos puedo recuperar retazos aislados de su cara. Su sonrisa cuadrada, sus pecas, sus ojos pequeños, su pelo rojo y su cuerpo menudo y delgado. Fue mi primer amor en Nueva York y los primeros no se olvidan. Aunque es posible que lo recuerde todo mejor que como fue, es probable que me sintiera insegura e indecisa todo el tiempo que estuve con él, que no fue mucho, otra importante variable. El tiempo tiene la maña de destruir las cosas.

Me sentía plenamente segura, mientras me alejaba de la estación con mi tristeza como única acompañante, de que lo volvería a ver. Le había prometido que lo visitaría y él me aseguró que nos mantendríamos en contacto hasta que él regresara a visitarme, le encantaba la ciudad, como a casi todos los que la visitaban, y quería volver mil veces más. Me alejé con la certeza de que él era mío y como me pertenecía, regresaría a buscarme. Por meses, cultivé la idea de que entre nosotros existía una relación activa que sólo esperaba a que nos uniéramos otra vez. Salía a la calle pensando en mi novio, que en otra parte de esa extensa tierra, pensaba en mí mientras vendía limpieza y empacaba zetas inusuales en bolsas medianas de “Zip-Lock” repletas de fantasías.

Por eso me tomó tanto tiempo recuperarme, porque cuando ya me acostumbraba a mi nostálgica acompañante, tuve que enfrentarme a la realidad de la distancia. Entonces, otro tipo de tristeza custodió mis pasos por un tiempo. Era más intensa y definitiva pero por suerte, su estadía fue corta, Zoe y Sue se encargaron de que me divirtiera y pronto encontré otra persona. El silencio de Sue sobre Richard confirmó lo que ya sabía, me había dejado de querer o quizás nunca me quiso, no realmente. Había convertido una aventura de vacaciones de unas semanas en algo importante y me sentía mucho peor.

Y llegó un momento en que ya no estaba triste, aunque algo dentro sabía que no me había abandonado por mucho tiempo, nunca es por mucho tiempo. Los momentos tristes funcionan igual que sus hermanos alegres, son sólo instantes intensos y entre ellos está la nada, el vacío del diario vivir. Entonces me movía en un tornado sentimental que me deslizaba hacia un agujero parecido al cósmico pero emocional, que se traga el tiempo y el espacio y te llena de temor. Y yo prefiero no sentir a sentir dolor, soy muy cobarde.

Pero aquella noche, cuando llegamos a mi apartamento y nos tiramos en mi futón con ataques de risa provocados por la sustancia amarilla, todo era perfecto. Recuerdo su cabello entre mis dedos, su peso ligero sobre mi cuerpo, su olor a vodka y Camels, en aquel instante no necesitaba más y Nueva York me mostraba otra cara, llena de posibilidades amorosas, precisamente lo que deseaba. Nos concentramos en sentirnos pausadamente y le ganamos la batalla al tiempo que marcaba la gigantesca urbe con el descubrimiento de placeres nuevos como única arma. Cuando salimos de la habitación era de noche, ni él ni yo teníamos idea de qué día o cuánto tiempo había transcurrido. Habíamos dormido poco pero suficiente y el hambre nos sacó de la cama. El dragón se había recogido en mi sangre, ya no lo sentía fluir con aquella fuerza que parecía independiente a mí, pero sabía que estaba ahí y era probable que lo despertáramos nuevamente. Sólo había que tomar el tren, cruzar el río y salir del inmenso parque sin permitir que te vendan cera por mezcalina, o que te vea algún familiar de Zoe.

De cualquier forma, ya lo había hecho varias veces y había salido triunfante. Sabía que iría de nuevo tan sólo para prolongar la noche perfecta con Richard. Los momentos felices son fugaces en el gran espacio de los años y hay que hacer todo lo posible para saborearlos palmo a palmo mientras puedas. “Un día de estos”, escucho a mi cerebro pensar, “buscaré su nombre en internet a ver qué pasa”. Lo he imaginado con esposa, divorciado, con hijos, sin hijos, encantado de verme y sonriente, trayendo consigo aquella sensación de felicidad que me queda de ese momento perfecto cuando Zoe me mostró su lengua con las pildoritas amarillas brillando entre su carne rosa y sentí una emoción profunda, de esas que marcan, y supe que Manhattan, por fin, me había acogido en su metálico seno.


Seguiremos charlando,

Neutrina :)


01:00 | glenys | 11 Comentarios | #

Misa a las huellas de cuatro pasiones femeninas

ELENA Y LA TRAICIÓN.


-- En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
-- Amén
-- La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.
-- Y con tú espíritu.


“Ya lo sabía. No me vale fingir. Pero, ¿sólo ahora se me ocurre pensarlo seriamente? ¿Sólo ahora me duele? Soy una cobarde y tengo el cerebro incapacitado. ¡Ay, Dios!, si tan sólo no fuera así, pero sé que sólo me he estado engañando para seguir con él”.

Siempre consideró ese lugar, esa enorme iglesia, como el mejor sitio para pensar. Allí, con tanta gente ajena a la diminuta tormenta que se formaba entre sus neuronas, Elena se atrevía a poner sus hipótesis a prueba. No era creyente pero le gustaba la misa, y Dios, con los años, se había convertido en un hábito, alguien con quien hablar. También disfrutaba de la música y le gustaba reconocer las caras familiares de todos los domingos, las que nunca conocería pero que igual la acompañaban semanalmente.

“Me he convertido en la mujer que se traga el cuento más viejo en la historia de las relaciones amorosas. Lo peor es que no sé si duele más porque tendré que abandonarlo y volver a mi aburrida existencia o porque simplemente soy tan patética que me he vuelto crédula”.


-- Oremos: Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo.
-- Amén.


“Tendré que abandonar la ilusión ahora que recién comienza. Pero es mejor ahora que después, cuando hayamos tenido sexo y las cosas se vuelvan más complicadas. ¿Cómo es que una persona puede engañar tan fácilmente sólo por sexo? ¿No es el sexo con una persona a la que amas suficiente? ¡Oh! Cómo me gustaría que hubiese un Dios o un Oráculo donde uno fuera a preguntar estas cosas y obtuviera respuestas claras. Pero ha llegado el momento de abandonar esta linda ilusión, y eso siempre duele. Aunque es mejor ahora que después, dolerá más después”.

Un hombre se arrodilla a su lado, asume una posición sumisa y reza como pidiendo perdón. Un curioso sentimiento la llena por dentro. Es un hombre joven y parece al borde de las lágrimas. Está vestido como si saliera o se dirigiera hacia algún gimnasio, costosos zapatos deportivos, un pantalón largo y negro de la marca Adidas con las famosas rayas blancas en los lados y una camisa roja sin mangas, además, lleva un par de guantes negros, de los que se usan para levantar pesas, en la mano que le cubre la cara mientras reza. Elena, su cerebro rebosante de empatía, observa su cuerpo convulsionar, violentado por el llanto. Fragmentos de sus rezos llegan hasta sus oídos en forma de sílabas entrecortadas.

“Pobrecito, seguro tiene más problemas que yo. La mierda con los problemas personales es que su importancia nunca disminuye frente a los problemas más graves de los demás”.


--- Lectura del Libro de los Números: En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo rodeando el territorio de Edom. El pueblo estaba extenuado del camino y habló contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murieron muchos israelitas.


No disfrutaba de las violentas lecturas bíblicas pero, desafortunadamente, aquello no era poco común en el libro sagrado de la religión de su familia. Era la misma iglesia que había asistido por años junto a su abuelita hacía más de tres décadas, aquel templo era mucho más que un hábito, era parte de quien ella se sentía ser. No creía que lo que decía la Biblia se adaptara bien a las situaciones modernas pero eran esas cualidades las que buscaba al participar en misa. Eran cápsulas de tiempo que permanecían congeladas desde siglos atrás. Muchas veces le parecía que su “buelita” la regañaría en cualquier momento por masticar “chicle” en la casa de Dios.

“¿Qué le digo? Fue mi decisión nunca preguntarle, fue mi decisión no tocar el tema de la otra, la oficial, la que estaba primero. Pero ahora que estoy yo también ¿qué hago para salir? No quiero que sienta que le pongo una opción entre ella y yo, nunca se me ocurriría, no. Tampoco quiero que piense que me gustaría que la abandonara para quedarse conmigo porque no estoy segura si lo querré por mucho tiempo, entonces ¿qué me queda?”

El hombre a su lado se puso de pie interrumpiendo sus pensamientos y alzó sus manos hacia el techo como si fuera a maldecir a alguna deidad. Sus ojos continuaban produciendo lágrimas y su boca seguía recitando oraciones ininteligibles para Elena. Ella lo quería abrazar, decirle que todo estaría bien, pero dentro de su ser no creía que fuera así, las cosas en realidad nunca mejoraban, sólo cambiaban y se convertían en algo más.

“Me gustaría extender mi mano y tomar la de él. Quizás sea el hombre de mi vida”.

Sintió vergüenza al pensarlo y se sentó un momento a meditar.

“Lo que tengo que hacer es confrontarlo: si estás enamorado de ella, ¿qué haces aquí conmigo? Pero aquella era una pregunta estúpida, manida, utilizada hasta el cansancio. Además, la respuesta es obvia para todos aunque cada cual te conteste algo distinto. Es una idea imbécil. Sólo tengo que decirle que no puedo permitir enamorarme de él cuando él ya está enamorado de otra. Eso es lo que tengo que decirle y listo”.


--- Salmo responsorial: No olvidéis las acciones del Señor.
--- Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; inclinad al oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado.
--- No olvidéis las acciones del Señor
--- Y cuando los hacía morir, lo buscaban, y madrugaban para volverse hacia Dios; se acordaban de que Dios era su roca, el Dios Altísimo, su redentor.
--- No olvidéis las acciones del Señor
--- Lo adulaban con sus bocas, pero sus lenguas mentían: su corazón no era sincero con él ni eran fieles a su alianza.


“¿Por qué es tan difícil para algunos ser fiel? ¿Por qué tienen que engañar y mentir? ¿Sólo por sexo? No, no lo creo, debe haber algo más. Quizás sí es posible amar a dos o más personas a la vez. Y si tuviera que elegir, ¿se quedaría conmigo?”.

El hombre a su lado volvió a arrodillarse pero esta vez levantó su rostro hacia el alto techo de la iglesia y sus brazos parecían pedir algo desesperadamente, algo que calmara su sediento dolor.

“Si pudiera ayudarlo, parece tan solo”.

Pero su reciente desilusión la arrastraba de nuevo a pensar en alguna forma digna de decirle a su nuevo interés romántico que no continuaría con él porque le molestaba…

“Pero ¿qué me molesta realmente? ¿Compartirlo? ¿Miedo de que al final la prefiera a ella o no la prefiera a ella? O es sólo que no puedo verlo así, mintiendo y engañando, pues le resta un poco de magia a todo el asunto de enamorarse y romantizar al otro al punto del delirio”.

--- Perdón, hermana, ¿me permite?

Un panfleto que le habían dado en la entrada había abandonado sus manos sin despertar el interés de su lejana atención. El joven lo recogía del suelo para regresárselo.

--- ¿Hay algo que pueda hacer por usted?, le preguntó mientras se levantaba y aceptaba de vuelta el panfleto.

--- Rece por mí, hermana, dígale a Cristo que me perdone. Se lo he estado diciendo pero Jesús no cree que lo haré. Aún piensa que cambiaré de opinión. Pero, hermana, la justicia humana debe estar en manos del hombre, no de sus dioses. La justicia divina, pues ya eso es otra cosa. Por eso quiero que usted, hermana en Cristo, rece por mí y que le pida a Dios que me perdone, porque yo ya me perdoné.

“¿Y si ella se enterara que ya nos besamos, que ya probé su lengua y lamí sus labios, que me dice mi cielo y que anoche me aseguró que me quería, y mucho? ¿También le darían deseos de matarlo?”

Por un momento, su cerebro se percató de la visión cómica de una mujer alta y extraña que arreglaba su estridente sombrero mientras se ponía de pie. Su mirada regresó a contemplar los ojos llorosos del hombre al borde de un ataque de nervios y tuvo que concentrarse por unos segundos en descarrilar las largas filas de carcajadas que se asomaban entre sus neuronas. La seguridad de que nunca sabría lo que le ocurría a aquel joven deportista la llenó de una dulce y calmada tristeza que mantuvo a la risa inmovilizada por un rato. Recordó el entierro de su querido abuelo. Aquella vez también sintió algo parecido porque nunca llegó a decirle que había conseguido aquel primer empleo, para cuya entrevista su “buelín” la había entrenado una tarde lluviosa que estaban los dos aburridos.

“Si, la maldita muerte que acaba con todos nosotros”.

--- Elena.

Escuchó que alguien decía su nombre y se asustó. “¿Me estará llamando la Virgen?”, pensó, y las carcajadas recuperaron el paso.

El hombre se levantó y se persignó. Al final, luego de besar sus dedos, señaló con ellos al gran crucifijo del salón, como si estuviese indicándole que el próximo jonrón sería en su nombre.

--- Después no digas que no te lo advertí, declaró el hombre al hijo de Dios antes de marcharse.

Por un segundo, Elena pensó que estaba soñando.

“Le diré que me es imposible confiar en alguien que engañe de esa forma a la persona que dice amar. Le diré que si trata así a su novia, no quiero ni imaginar lo que será ser la segunda, quizás la tercera de su harén. Le diré que es un imbécil, que soy una imbécil y que ella también lo es. Amar es la máxima imbecilidad que comete nuestro cerebro contra nosotros y nuestra dignidad. Pero, ¿por qué coño lo tendré que amar tanto?”

Antes de volver a sentarse, notó que, a excepción del atractivo cura, era la única de pie en el lugar.


DALILA Y EL ODIO.

--- Entonces el pueblo acudió a Moisés diciendo: hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte; cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado. Palabra de Dios.
--- Te alabamos Señor.


Dalila tenía que pedir perdón, pero su orgullo se lo impedía, la cegaba y le aseveraba que ella tenía la razón. A su lado, su esposo levantaba los ojos hacia los ventanales de la iglesia y pretendía no mirar hacia atrás, donde se encontraba Laura, su nueva amante.

“Es Desiré quien tiene que venir a mí y pedir mi perdón. Yo he sido la ofendida”, pensaba el cerebro de Dalila constantemente.

Su sentido de la moda era bastante peculiar. Pero ella era lo suficientemente poderosa como para que nadie se atreviera a mencionarlo. Además, no es un secreto que todos le temen a Dalila, algunos aseguran que ni el mismo Diablo se atreve a hacer tratos con ella.

Era una mujer alta y de buen peso, no sólo sobresalía por su frondosa melena negra y sus tupidas cejas, sino porque sus rasgos parecían siempre estar de mal humor. Su cara larga, como la de un caballo, reflejaba la esencia de sus pensamientos: cruel y pesimista. Al escoger su atuendo, Dalila realizaba las combinaciones más estrambóticas, mezclando piezas completamente desiguales entre los ajuares de los diseñadores más exclusivos en el mundo. Utilizaba sombreros espectaculares para asistir a eventos intrascendentales, sin embargo, fue capaz de elegir unos jeans y una camiseta con su nombre escrito en el frente para asistir a una gala donde conocería a un ex Primer Ministro. “Todo lo que lleve un ex por delante, honey, no vale la pena”, aseguraría más tarde durante la cena. Para muchos, Dalila poseía el peor ropero de la época, así como el más extenso y caro. También mantenía el mal humor más inquebrantable en la historia de los ogros y la cuenta bancaria más frondosa de todo el país.

“Y este idiota, lambeculos, dizque esposo noble, que no sabe ni de lo que está hablando y sólo la defiende porque es su hijita del alma. Pero yo no me dejo engañar tan fácilmente. Maldito, lo odio con todo, si no fuera por las molestias lo dejaría ahora mismo, desde que el coro parara de cantar”.

Aquel “idiota” le enviaba un ramo de orquídeas todas las semanas desde el día de su compromiso y había hecho todo lo posible porque ella fuese feliz. Pero su misión era insostenible, aquella mujer nunca sería feliz. La infelicidad la alimentaba, la sostenía, la mantenía viva, aunque tampoco la hacía feliz. Y ahora él se iba y no tenía idea cómo ella lo tomaría. “A lo mejor me mata la muy desgraciada”, mientras pensaba, sus ojos evitaban volar hacia otra mirada. “Esta vez va en serio”. Sintió que su pene prestaba atención por un momento.


--- No olvidéis las acciones del Señor.
--- Él, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera, y no despertaba todo su furor.
--- No olvidéis las acciones del Señor.


Aquella mañana al entrar a la iglesia, recordó un sueño. Había un hombre y ella no sabía cómo se sentía hacia él. Había otra mujer, que no podía identificar y que, por supuesto, era mucho más atractiva que ella. Pero Dalila estaba segura que el tipo la preferiría a ella. Se encontraban dentro de una casa donde había una gigantesca y oscura piscina, extraña además porque tenía un espeluznante túnel debajo del agua. El hombre le dice que se ponga un traje de baño y se meta. Ella sale a cambiarse y cuando regresa nota que el hombre mantiene un pleito decididamente íntimo con la otra mujer. Él trata de convencerla de algo y le pone la mano en el hombro pero ella se la quita bruscamente y sale de la piscina. Las esperanzas de estar con él la abandonan y despierta.

“Este idiota no entiende nada, no entiende que aún existe un corazón romántico detrás de esta fachada fría y amargada y que toma más que un millón de ramos de orquídeas, reponer toda una vida perdida a su lado”.

Sonrió amargamente al recordar la llamada de su hermana la noche anterior, la mujer lloraba y se lamentaba porque le había llegado el divorcio.

--- ¿Para qué coño te divorciaste entonces si no lo vas a disfrutar?, le preguntó hastiada antes de colgar rudamente el aparato. Los demás la desesperaban.

“Creo que conozco a este cura. Quizás más de lo que me gustaría. Las fantasías con padrecitos son muy famosas”, sonríe silenciosamente, “recuerdo que este idiota se disfrazó varias veces de sacerdote. Pero ya ni eso sirve, por eso lo he reemplazado con originales”.

Soltó una pequeña carcajada y advirtió nuevamente que sólo sus pensamientos lograban animarla. El mundo era sumamente tedioso. Sintió que él la miraba curioso y lo odió otra vez.

“No me mires, estúpido, no estoy en una vitrina”.

--- Viste, es el padre que bautizó a Miranda, le dice su esposo indiferentemente.

“Entonces de ahí es que lo conozco. De aquel episodio acogedor y placentero en el cuarto de la recién nacida. Si la perra de mi hija supiera que se lo chupé al empleado del Señor que despojó a su hija del pecado original y justo en el cuarto de su primogénita, no estaría jodiendo tanto por la mierda de acusación que se ha inventado ahora. La muy tarada. Estoy harta de ella y de su jodida familia feliz, que se mueran todos, incluyéndote a ti, maldito infeliz”.

Se persignó y se acercó al pasillo para tomar la comunión. Al salir, una joven mujer se le adelantó, poseía una delicada hermosura y, al parecer, miraba a su esposo como si lo reconociera de algún lado. La mujer le pidió disculpas por cortarle el paso y la dejó transitar. Dalila sentía que un ojo ansiaba crecer detrás de su cabeza pero no miró hacia atrás, algo le decía que si lo hacía, descubriría la vieja sospecha que convertiría en sal todo su corazón.


DÉBORA Y EL SEXO.

--- Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses. Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es Señor¡, para gloria de Dios Padre. Palabra de Dios.
--- Te alabamos Señor.


Cuando pensaba en el beso que lo había desencadenado todo, sus órganos internos comenzaban a moverse y a provocarle extrañas sensaciones que navegaban por todo su cuerpo. Menos mal que no le interesaban, ni consideraba importantes, las palabras que recitaba el padrecito cada domingo, pero adoraba a su Bubi y la llevaría a la iglesia hasta el fin de sus días si era necesario. Sin embargo, este domingo ella era distinta, estaba decididamente feliz y asertiva. Miraba a su Bubi y le parecía que viviría eternamente, siempre preguntándole cada noche si necesitaba algo, si estaba bien, si tenía deseos de hablar, si tenía hambre.

“Pero no te puedo contar esto Bubi ¿o si? Podré explicarte que anoche, el chico más hermoso del mundo me trasladó a otra dimensión, la del placer y del amor. ¡Ay, Bubi!, si te pudiera contar todas las cosas que sentí, quizás tu también las sentiste alguna vez ¿no?”.

Pero su abuela estaba concentrada en el extravagante atuendo de una señora alta que Débora reconoció como Dalila Rosario. Su Bubi a veces murmuraba pequeños chistes sobre ella que compartía con su Virgencita de la Altagracia y con su nieta.

“Ya no soy virgen, Bubi, ya no lo soy. ¡Es tan excitante!”

--- El mundo está cada vez más divertido. ¿No crees, Debrín?

--- ¿Te refieres al curioso vestuario de la señora Rosario, Bubi?

--- No, mi amor, hay muchas otras cosas escondidas detrás de esos llamativos vestuarios. Muchas cosas más.

Había sido la primera vez para él también. O como si lo hubiese sido.

--- Estuve con una mujer, ya sabes, mi padre le pagó para que me enseñara cuando cumplí quince años. Y me enseñó mucho, ¿lo notaste? y lo hicimos varias veces pero ella no cuenta, ¿entiendes? Tú eres mi primera chica.

Por supuesto que lo entendía, ¡y muy bien! En aquel momento borró para siempre a la prostituta y armó el cuento perfecto para el colegio. El lunes, sus amigas se morirían de envidia. Sólo Ana había tenido sexo pero había sido con una mujer. “Ella jura que cuenta porque usaron dildos pero aún así, yo seré la primera de todas en estar con un chico de verdad. ¡Por fin!, y lo agarré y todo; y las cosas que me dijo que le hiciera…”

Sintió que la sangre se le trepaba por la cara. Parecía que un dragón nadaba en su estómago, por un momento pensó que desfallecería.

“…Y las cosas que me hizo. Tengo que escapar de casa esta noche y verlo otra vez. Es lo mejor que me ha pasado en mis quince años de vida”.


--- Lectura del santo evangelio según San Juan. En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el hijo del Hombre...Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Palabra del Señor.
--- Gloria a ti, Señor Jesús.


No iban al mismo colegio. Él asistía a un liceo católico para muchachos.

--- Están a punto de expulsarme, le dijo mientras acariciaba conocedoramente uno de sus pequeños y suaves pezones, pero les dije que si lo hacían acusaría a muchos de ellos de mamañemas. Son maricones todos.

“Es tan rebelde. Me es imposible pensar más allá de sus manos, estoy completamente enamorada, de su físico, de su tosquedad y del sexo con él”.

Su corazón se aceleraba peligrosamente con las imágenes que traspasaban una y otra vez toda su materia gris. Había sido la noche más loca de su vida. Ya casi ni le importaba que aquel chico fuera el desquiciado amor de Jennifer, su mejor amiga. Casi había borrado esa pajita de su velada perfecta. Casi.

“Quizás nunca se entere”.

Pero en su mente ya se había casado con él. Ya había tenido dos hijos con él. Habían peleado en la boda y se habían reconciliado tantas veces en todos esos años de feliz matrimonio que era prácticamente imposible esconderlo de Jennifer. Y era seguro que él la llevaría al baile de graduación. Alguna vez tendría que decírselo.

“El amor es inevitable, Jennifer, es como una avalancha y así mismo se siente, como una avalancha cálida pero tempestuosa que se apodera de todo tu cuerpo y sólo deja espacio para más amor. Cuando pienso en él, parte de esa avalancha se activa dentro de mí. Cuando estoy con él, todo cabe”.

El amor la tenía, la poseía, era imposible zafársele ahora.

--- ¿No quieres mi teléfono?, le había preguntado cuando la había dejado en su casa horas más tarde.

--- No te preocupes, si me interesa lo consigo.

--- Pues es probable, tengo muchos primos en el liceo.

--- Si, hermosa, anda, nos vemos después, ya te llamaré.

“Es un chico duro pero está enamorado de mí. Es obvio. Si no me llama hoy lo llamo mañana”.

Hace mucho que tenía su teléfono debido a las llamadas que le hacía junto Jennifer cada vez que a ella se le antojaba escuchar su voz. Se sintió culpable, nunca pensó que se convertiría en una de esas chicas que les arruinan el romanticismo a las demás.

“Pero es mi primera vez, mi primer amor, es justo que quisiera a alguien como él. A quién no le gustaría alguien como él. Sólo porque ella lo haya dicho primero no significa que a mí no me gustara primero. Tengo tanto derecho como ella de tenerlo y ahora lo tengo. Anoche hasta lo tuve dentro de mí”.

Miró instintivamente a su Bubi como si ella pudiese leer sus pensamientos. La ayudó a ponerse de pié, sus neuronas constantemente concentradas en aquel primer y problemático amor.

“Si no me llama hoy, lo llamo yo mañana. O esta noche, o cuando llegue a la casa…”


EVA Y LA MUERTE.

--- Por nuestros difuntos, por todos los que han muerto por manos violentas, por los que han muerto abandonados, por todos aquellos que mueren por nuestra insolidaridad, para que el Señor de la vida los acoja en su reino. Roguemos al Señor,
--- Te rogamos, óyenos.


A lo mejor se encontraba allí para rogar por él, por su alma. Nunca fue muy religiosa pero sí creía ciegamente en que todo ser vivo poseía un alma y que Dios existía en algún lugar del vasto universo. Aquella mañana se había levantado temprano sin un plan en la mente. Sólo pretendía pasar otro doloroso día, no importaba el nombre que tuviera, sin ansiar locamente morir.

Entonces escuchó las campanas de la vieja y elegante iglesia que quedaba a sólo unos pasos de su apartamento y decidió caminar hasta allí. Era seguro que estarían celebrando una misa, de esas que tanto había disfrutado con su hermosa madre antes de que un autobús la separara completamente de su alma.

“La muerte se cree mi amiga y es lo peor porque nunca te lleva, pero se lleva a los que amas para permanecer cerca de ti”.

Y, desde la muerte de su amor, las cosas eran distintas para Eva. Todo era húmedo ahora y en cualquier momento estaría sollozando otra vez. Su amor había muerto, su amor había muerto.

“Quisiera morir yo también”.

La iglesia la hizo sentir mejor porque desvió sus pensamientos hacia otras cosas, como el ingenioso vestuario de una señora alta y extraña que estaba sentada en una de las primeras filas. Los seres humanos a veces capturaban su atención, pero el dolor dentro de ella era demasiado fuerte como para relegarlo. Siempre regresaba a manifestarse como si no pudiera permitir que ella dejase, ni por un segundo, de olvidar su sufrimiento.

“Lo peor ya pasó. Lo peor nunca pasa, pero lo peor ya pasó”.

Había estado casada con él por dos meses considerándose la mujer más feliz del mundo. Pensó que él era feliz también, por lo menos así lo parecía hasta esa noche que lo encontró. Insoportables las imágenes, muchas veces inaguantables y tan imposibles de borrar. Su credulidad, su ingenuidad al entrar y verlo. Pensó que algo le había pasado, aquello no podía haber sido intencional.

“Te voy a amar por siempre, mi querido Miguel. Eres el hombre para mí aunque yo nunca fui la mujer o la persona para ti”.

Los primeros días fueron fáciles de soportar porque estuvo todo el tiempo sedada. Su amiga Luisa la había llevado donde su psiquiatra y él se había encargado de doparla hasta que no estuviese segura si estaba viva o no. Pero lo inevitable no se puede posponer para siempre y había que despertar al cerebro otra vez. El dolor tangible que se manifestó entonces no la había abandonado más. De hecho, cada día se sentía peor.

--- Creo que deberías tomar antidepresivos, Eva, te veo muy mal, cariño. Le había dicho una tía preocupada. Pero a ella se le había olvidado hasta el nombre de su querida tía y, aunque a veces le pareciese inaudito, en varias ocasiones había olvidado que se llamaba Eva.


--- Dios todopoderoso y eterno, que has enviado a tu Hijo al mundo, para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal, y llevarnos así, arrancados de las tinieblas, al Reino de tu luz admirable; te pedimos….


No había visto ni reconocido señal alguna. No tenía la menor idea que él fuese capaz de algo así. Era su Mickey, su Miguelito, el hombre que la había enamorado y la había hecho feliz por más de dos años. Aquel día que le pidió que se casase con ella lo sintió completamente entregado a su amor. Pero no fue así. Al parecer, Miguel era un excelente actor.

“Y yo, que lo amaba tanto, no me di cuenta, ni pude salvarlo de sus pasiones ni de sus demonios”.

--- ¿No has notado algo extraño en Miguel? Le había preguntado Luisa unas semanas antes de la boda y ella había negado con la cabeza.

--- ¿Por qué me preguntas?

--- Es que he sentido que está como triste, como lejano. Ayer lo escuché llorar en el baño de casa.

--- ¿Estás segura?, la cara seria de su amiga confirmó su preocupación.

Pero Miguel decía que estaba bien. Que sólo extrañaba a su madre, quien también había muerto en un raro accidente en la finca de uno de sus tíos. A Miguel no le gustaba recordar el asunto y ella lo respetaba, tampoco le gustaba recordar la muerte de su madre.

“Nunca me preocupó la tristeza que sentía por su madre sino que creyera que jamás la volvería a ver. No creer en Dios ni en el alma está mal”.

Y trató cientos de veces. Intentó expresarle la importancia de creer en el mundo paranormal, en la metafísica del alma, en que volvería a ver nuevamente a todos sus seres queridos algún día, que no debía estar triste por su madre porque ella estaba en un sitio mejor.

--- Si, por lo menos ya no sufre, contestó él con sarcasmo exagerado en la voz.

--- No creer sólo te amarga la vida, querido.

--- No, lo que me amarga la vida es la vida. Y la gente como tú que cree ingenuamente en los disparates más grandes jamás inventados por alguna mente humana.


--- Para que el poder de Cristo Salvador te fortalezca, te ungimos con éste óleo de salvación, en el nombre del mismo Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos.
--- Amén.


A la madre de Miguel la habían encontrado muerta sobre la cama de un hermano. Estaba desnuda y olía fuertemente a alcohol. Al parecer, había sido una sobredosis accidental de la combinación de varios químicos con demasiados “shots” de tequila. Miguel nunca se había tragado lo de “accidental”.

--- ¿Crees que alguien la mató?, le preguntó una de las pocas veces que hablaron del tema.

--- Por favor, Eva, no seas tonta.

“A veces pienso que aunque lo amé tanto nunca lo entendí. A lo mejor ni siquiera estuve enamorada del verdadero Miguel. Claro que no lo estaba, ni él de mí, sólo me usó un rato. Quizás pensó que yo cambiaría lo inevitable pero lo inevitable es imposible cambiarlo, sólo darle de largas, como hizo él”.

Sólo había dado dos pasos: uno y dos, cuando sintió que algo le pegaba la sandalia a la alfombra, las fibras del tapete azul marino que cubría la sala estaban impregnadas de una sustancia viscosa. Sus pies caminaron otros dos pasos: uno y dos, y observó como los dedos de sus pies se tornaban rojos. Un olor agudamente metálico le llenó el cuerpo de miedo. Entonces lo vio, tirado detrás del sofá. De hecho, primero vio su mano y corrió hasta allá y se tiró en el suelo a su lado sin importarle que todo estuviera cruento y pegajoso y que la muerte se adhiriera a ella también.

“¡Me lo han matado!”. Se detuvo un momento a pensar. Tenía que llamar a alguien, tenía que llevarlo a un hospital aunque sabía que ya no había vida en su Miguel. Ya no la iba a regañar más ni a decirle cosas lindas mientras le rogaba que lo dejara metérselo por detrás. Ya nada sería igual.

“Pero nunca pensé que todo sería muchísimo peor”.

Entonces un día, semanas después de que él muriera, decidió entrar a su ordenador a limpiar sus correos y quizás enviarle a sus amigos virtuales, noticias de su muerte. Había decidido aclimatarse a su horrorosa realidad lentamente, de la misma forma que lo hizo cuando lo encontró muerto aquel día y, aún así, había dirigido sus pasos hasta la nevera para prepararle su emparedado favorito. Y así lo hizo; con las manos ensangrentadas y los pies engomados y con aquel maldito olor peculiar empotrado en la nariz que no le permitía llorar, Eva sacó de la nevera el jamón cocido, el queso cheddar, las aceitunas negras, los tomates secos al sol y los pepinillos y buscó el pan de centeno en la alacena. Recuerda advertir que el cuchillo que había visto en el suelo, cerca de su cadáver, no estaba en su lugar en la cocina. También notó que la botella de Percodán que siempre mantenía en su botiquín, estaba abierta y vacía sobre la meseta donde preparaba el sándwich. Las cosas iban tomando cuerpo dentro de su mente, pero ella pensaba que se volvería loca en cualquier momento.

Su amor se había quitado la vida y, obviamente, aquel alarmante hecho la hacía sentirse peor, culpable, como si hubiese fracasado en su labor de mantenerlo vivo y feliz. “Soy un desastre. Todo lo que amo muere”.

Y entonces fue cuando lo descubrió a él, al verdadero Miguel, plasmado elocuentemente en su computadora. Allí descubrió un mundo al que no pertenecía, una comunidad donde no era mencionada ni para alabar aquellos emparedados que él solía devorar, la única cosa de ella que al parecer él apreciaba. En el universo de su Miguel, a quien todavía amaba más que a nadie, ella no existía. Ninguno de sus amigos la conocía. Nadie sabía que Miguel tenía una esposa, una mujer que daba la vida por él.

“Se mató por otro, no por mí. Ni eso ha sido noble sobre su suicidio. Ni en su muerte tuve algo que ver. Soy nadie, él estaba enamorado de un hombre, Martín. Pero Martín no abandonó a su familia por él. Como Miguel tantas veces le sugirió”.

--- Sólo me gusta el sexo contigo, Mik, no te vayas a enamorar de mí, recuerda que tú no tienes nada que perder pero yo sí. No dejo a mis hijas por nadie. Le había escrito aquel hombre en uno de los cientos de mensajes que habían intercambiado a través de la red.

“Por lo menos ahora sé que cuando viajabas no ibas a verte con una mujer, no mentías, ibas a ver a un amigo y no tenías nada que perder porque para ti yo era nada”.

No sabía qué le había dolido más después de su muerte, si el engaño descubierto a raíz de su partida, su deshonestidad, su doble vida o el hecho de que no se haya matado por ella. “No tengo nada por qué vivir ya. Ni siquiera puedo llorarlo y sufrirlo honestamente. Ni siquiera puedo sentirme culpable de su muerte, ni eso me pertenece. Quizás lo mejor sea seguir sus pasos”.

Salió de la iglesia antes que terminara la misa. Había llegado allí sin saber qué haría pero ya estaba segura. No era necesario rezar por el alma de Miguel. Él seguro ni siquiera tenía una. Tampoco podía permitir más dolor, ya estaba cansada, y muchas veces dudaba que existiera una justificación divina sobre la presencia humana en el mundo. “Quizás todo se trate de una burda coincidencia, como creía Miguel”.

Al salir, sus ojos se encontraron con la mirada feliz y apasionada de una jovencita que ayudaba a una señora mayor a ponerse de pie. Aquel rostro contento la llenó de amargura al acercarla radicalmente a su pasado.

“Es indignante como la gente puede traerte la felicidad, ofrecértela en una bandeja de plata y luego arrebatártela como si nunca te hubiese pertenecido. Me niego a seguir tu camino, Miguel. A lo mejor yo pueda sentirme así de nuevo si lo intento. O quizás sea conveniente que rompa mi amistad con la muerte de una vez por todas. Sólo así me dejará morir, aunque no sea en paz”.

Un día espléndido la esperaba afuera. El cielo claro y azul, salvo por unas pequeñas nubes en el horizonte, se extendía amplio sobre la blanca torre de la iglesia y el sol repartía su ardor entre los seres vivos del Sistema Solar. Una brisa fresca anulaba el filo del calor y te invitaba a disfrutar de un descanso sobre la arena del mar, debajo de alguna frondosa palmera. Pero Eva se puso sus anteojos para escapar del brillo estelar, “Miguel odiaba los días brillantes. Quizás deba cruzar a la playa y disfrutar ahora todo lo que él decía odiar”.

Pero ella también odiaba aquellos días resplandecientes, siempre prefirió los nublados. Y ahora, cada día estaba más segura que tampoco le gustaba vivir.

Caminó indecisa hacia su nuevo apartamento con la cabeza poblada de vacilaciones y preguntándose por qué ya no sentía su alma tan intensamente como cuando creía que él la amaba. "Quizás vaya siendo hora de que desaparezca en el escalofriante e interminable vacío que él ha tajado en mis entrañas".

Seguiremos charlando,

Neutrina :)

01:00 | glenys | 3 Comentarios | #

Regálame tu cuerpo cuando mueras


--- Entonces te nos mueres.

--- Al parecer no puedo hacer nada para evitarlo.

--- ¿Tienes miedo?

--- No. Me siento triste y decepcionado. Pero no te fíes, mis emociones cambian a cada momento.

--- ¿Y Emilia?

--- Estuvo aquí, regresará esta tarde para que hablemos mejor.

--- Te traje un libro que creo apreciarás.

--- A ver.

--- Lo he disfrutado de cabo a rabo.

--- “Stiff: las curiosas vidas de los cadáveres humanos”.

--- La vida puede seguir para tí. Para tu cuerpo, por lo menos. Puedes elegir, tienes opciones.

--- Leí una vez que lo primero que desaparece son los ojos.

--- Pero no tienes por qué dejar que tu cuerpo se pudra de esa forma. Puedes hacer muchas cosas con él. Lee el libro. Tienes tiempo para eso creo.

--- Sólo tú te atreves a traerme algo así y a decirme que tengo tiempo para leer. De alguna forma extraña, como fuera de foco, tu altruismo es egocéntrico, asumes que todos pensamos y queremos lo mismo que tú. Porque al final crees que tienes la razón y que es lo mejor para todos.

--- Siempre me han hecho reír tus caracterizaciones de mi persona. Lo curioso es que siempre he pensado que eres tú quien tiene la razón. Si me dejas, plastificaría tus órganos, o donaría tu cuerpo a alguna universidad para que los alumnos te diseccionen.

--- Muy crudo para mí; además, no estoy en mi mejor forma, sería muy vergonzoso.

--- Les interesa más lo que hay por dentro. Anatómicamente hablando, por supuesto.

Ambos ríen.

--- No creo que pueda leer ese libro. No quiero pensar en lo que me va a pasar.

--- Es sólo una forma de tomar control sobre tu cuerpo luego que mueras, es todo.

--- ¿¿Pero no ves lo horrendo que es?? Eres demasiado visceral a veces. Quisiera verte en mi situación.

--- Lo tendré en cuenta. De todas formas, ¿no quisieras convertirte en una mata de mangos?

--- ¿De qué hablas?

--- Pueden hacer fertilizante con tu cadáver y sembrar un árbol con tus restos. Creo que es mejor que visitar una lápida y pensar en el proceso por el que atravesará tu cuerpo.

--- No quiero hablar más del tema.

--- Además, como te conozco, no querrás ser cremado. Y leí que la cremación no es ecológicamente correcta.

--- Cada vez que hablo contigo me parece menos atemorizante la muerte.

--- No le temas, no es nada peor que lo que has experimentado en la vida. No será doloroso, te lo prometo.

--- Ya muchos me han prometido lo mismo y se han equivocado, es dolorosa la muerte, de muchas formas. Además, tú qué sabes, nunca te has muerto.

--- Sólo descansarás, dormirás sin soñar.

--- Desapareceré…

Silencio.

--- No desaparecerás si donas tu cadáver a la ciencia. Quizás te elijan para plastificarte y exhibirte por ahí.

--- Ya te dije que mi cuerpo no está para esas andanzas. Pero me gusta lo de ser fertilizante. ¿De cuánto dinero estamos hablando?

--- Tienes suficiente. Si eso es lo que quieres se arregla con la persona. Los dos últimos capítulos hablan de ello, si quisieras saber más.

--- Quizás lea los dos últimos capítulos entonces.

--- Si lo que quieres es alejarte de la idea de un entierro, lee el tercero, la descomposición. Hay una universidad estadounidense de medicina forense que tiene un patio completo con cadáveres descomponiéndose. Para poder estudiar crímenes los ponen en distintos terrenos y formas, por tiempos variados, posiciones diferentes y demás. El libro, de verdad, es fascinante. Te da otra visión de la muerte. No tiene que parar ahí, puedes seguir siendo útil.

--- ¿Y no habla de lo espiritual?

--- ¿Lo espiritual, Tadeo?

Él sonríe amargamente.

--- ¿Te sorprendo con el estereotipo cristiano? Un ateo al borde de la muerte preguntándose por lo espiritual. Qué ironía ¿no?

--- ¿Quieres hablar de ello?

--- No, contigo no.

--- ¿Con quién entonces? ¿Te traigo un cura, un pastor o un rabino? ¿O quizás prefieres a un monje tibetano? Mejor aún, le diré a Chopra que venga a enseñarte sus curiosas afirmaciones sobre el tao de la mecánica cuántica o algo por el estilo.

Él comienza a reírse, a carcajadas.

--- Olvídalo. No tendré mi crisis de identidad ante la muerte contigo. Esperaré a Vero, ella recibirá mis dudas con los brazos abiertos.

--- Menos mal que no lo esperas de mí. Te he traído más tiempo. Este libro te ofrece más tiempo en forma de opciones. Para mí es como el último lujo, el lujo de que tu cadáver viva más allá de su fin.

--- Ya te dije que estoy pensando en la idea del fertilizante. ¿Dónde lo hacen?

--- Lyrön, Suecia.

--- Pues sería dejarle un problema más a Vero.

--- Quizás a ella le guste la idea.

--- Ay, Neutri, Verónica ni siquiera puede hablar de que moriré, mucho menos de qué hará con mi cadáver. El otro día mencioné comprar un lote en el cementerio y estuvo llorando por horas. No quiero pasar por eso otra vez.

--- Pues es tu momento, no el de Verónica.

--- Pero los que quedan son los que sufren.

--- Pues yo quisiera en el futuro poder arrancar mangos de tus testículos.

Carcajadas.

--- Eres una hijeputa, Neutri. Tendré que leerme el libro y apreciar tu malhumor.

--- Para eso estamos las amigas ¿no?

--- Qué raro que no me has hablado de la crionización. ¿O era criogenización? Una vez escribiste de eso, ¿no?

--- Si, pero aquello está todo basado en probabilidades futuras. Si las cosas salen “de esta y tal forma”, entonces, y sólo entonces, podremos resucitarlo. No me fío en que las cosas vayan a salir de esta y tal forma.

--- Ni yo.

--- Entonces ¿andas en la búsqueda científica del alma, como Crick?

--- Murió primero.

--- Como debe ser. Eres más joven.

--- Soy más joven que mi padre también.

--- El mundo es injusto.

--- Es la maldita evolución y su satánico darwinismo. Muere débil, muere.

--- Yo también soy débil.

--- No, pero algún día morirás también.

--- Siempre me he preguntado cómo ocurrirá. Es uno de esos verdaderos misterios. Lo único certero llega disfrazado con las más elaboradas máscaras.

--- Algunas no son tan elaboradas.

--- Es cierto. Algunas no lo son.

Silencio.

--- Entonces ¿ahora crees necesitar a Dios?

--- Si no es ahora ¿cuándo?

--- ¿Nunca?

--- Quiero creer que hay algo más. No me gusta la idea de desaparecer.

--- No lo harás…

--- No me menciones tus mangos, Neutri, por favor.

--- No seas obsceno.

Verónica entra. Lleva un elegante vestido azul marino y sus ojos están hinchados y rojos. No lleva maquillaje, salvo por los restos del pintalabios que usó en la mañana al salir de su casa. Sonríe al escuchar las carcajadas de su esposo y la mejor amiga de éste.

--- Me alegra mucho que te sientas mejor de ánimo, mi amor. El reverendo Matías estará aquí en una hora.

Comienza a llorar.

--- ¿Tadeo?

--- Te dije que no llevaría esta crisis contigo, Neutri.

Verónica interviene.

--- ¿Crisis? ¿Tienes que explicarle a ella por lo que estamos atravesando?

--- Vero, mi amor, no.

--- Es que me parece que una buena amiga te guiaría por el camino de Dios para que te sientas mejor.

--- No soy una “buena amiga” y no creo que lo haría sentir mejor. Pero Verónica, él no es de los que se dejan llevar por otras opiniones secundarias a las de él. Tadeo no es así.

--- Con los demás no, pero contigo sí.

--- Eso es lo que has imaginado todos estos años, pero no es así. Tadeo es cabeza dura y punto.

--- Pues gracias por los elogios, pero me gustaría que ambas se callaran. Querida, consígueme algo de comer. Quiero hablar un poco más con Neutrina. Creo que pronto parte para Suecia.

--- ¿Suecia? pregunta Verónica.

--- Anda a ver lo que me consigues, amor.

Verónica sale.

--- Entonces te vas a ver con un reverendo ¿me dejas estar?

--- Por supuesto que no. ¿Cuál es tu afán de controlarme la muerte?

--- Es que, si aceptas a Jesucristo como tu salvador, me vas a abandonar sola en el infierno.

--- Por favor, no caería tan bajo. Además, no estarías sola, de hecho, sería el lugar perfecto para que al fin encuentres a tu media piña y te enamores como mandan los curas, ¿no crees? --- Carcajadas --- Sólo quiero escuchar otros puntos de vista, Neu.

--- Pero ya conoces todos esos puntos de vista, Tadeo, mejor que muchos creyentes.

--- A lo mejor ahora necesito algo más.

--- Entonces búscate a un monje tibetano, porque no creo que un reverendo resuelva nada. Te dejará más decepcionado, más temeroso. En serio te lo digo. Es más, creo que todo esto empeorará tu crisis.

--- Entonces dime qué hacer.

--- No tengo idea, mi lindo, por eso te traje el libro, es una forma de ofrecerte lo único que conozco que pueda alargar un poco tu camino por el mundo. Lo demás está fuera de mis servicios.

--- Viniste a ofrecerme mangos.

--- Pues, mangos en vez de “maggots”.

--- Neutrina, a veces no sé si reírme o enfadarme contigo.

--- Haz lo que quieras pero cancela la entrevista, no encontrarás nada allí. Déjame traerte mejor a un budista que conozco. No hablan de divinidades y será mucho más fácil para ti.

--- Pero amiga mía, ¿no te das cuenta que lo que quiero es una divinidad? Quiero alguien que me espere con un coro de ángeles, quiero que sus brazos estén abiertos y que se asemejen a los de mi madre. Quiero seguir mirándote desde el más allá y esperarte para darte una gira por el cielo.

--- Para luego patearme el culo y dejarme con Satanás. Cariño, no debería aconsejarte. Ayer estuve despierta por mucho tiempo pensando qué pensaría si estuviese en tus zapatos. Me sentí triste y desamparada, en un camino directo al olvido y a la inexistencia. Pero en un momento recordé este libro que leí hace un tiempo y decidí que allí había una esperanza para vivir más. La ciencia, las universidades, la investigación forense y muchas otras organizaciones quieren tus órganos, muchas veces para ofrecer algo a otras personas. Pero también en Suecia pueden convertirte en ricos mangos.

Carcajadas.

--- Pero ¿y mi alma?

--- ¿Estás alucinando?

--- Quiero un alma.

--- La tienes, Tadeus, pero morirá contigo. Lo siento.

--- Si Verónica te escuchara diciéndome estas cosas te sacaría de aquí permanentemente.

--- Nada nuevo lo que te digo, lo hemos discutido hasta el cansancio.

--- Lo nuevo es la muerte.

--- Si, tan cerca.

--- ¿Me vas a extrañar?

--- No me hagas llorar. Tú sabes muy bien que te adoro.

--- ¿Te gustó aquella vez?

--- Si.

--- Pero no quisiste repetirlo.

--- Estuvimos alejados por más de un año luego de aquella tarde. Si lo hacíamos otra vez y lo convertíamos en algo más, acabaría con lo que tenemos hoy. No creas que no lo pensé muchas veces, muchas, muchas veces. Pero tú y yo somos ateos honestos y no le podíamos hacer algo así a Vero, ni a nosotros.

--- No la hubiera dejado por ti, Neutri.

--- Lo sé, cariño.

--- Somos gente buena ¿entonces?

--- Si, a lo mejor nos permiten entrar al cielo.

--- Pero la engañamos una vez.

--- Una vez no cuenta. A cualquiera puede pasarle cualquier cosa una vez. Además, no estaban casados todavía.

--- Tienes razón. ¿Lo harías otra vez conmigo?

--- Si, sólo porque te vas a morir.

--- Hijeputa.

--- Hagamos un trato, si existe un más allá, ven y dímelo.

--- Cariño, ni Houdini pudo escaparse para regresar. Por lo tanto, o es un viaje de ida o no hay ningún viaje.

--- ¿Viaje hacia dónde?

--- Verónica me trajo un estudio realizado por dos enfermeras que atendieron por años a pacientes terminales. Sus conclusiones aseguraban que la muerte era decididamente un viaje para los moribundos. La mayoría hablaba de empacar, de estaciones de trenes, de viajes largos, de partidas tristes y de decir adiós en algún aeropuerto. También de otros fallecidos esperándolos en terminales lejanas.

--- Pues la metáfora habla por sí misma. La muerte es definitivamente la despedida final.

--- Quizás haya un viaje, Neutrina. Acepta por lo menos que se trata de un viaje que no tiene que ver con dioses ni cielos. ¿Cómo lo ves?

--- Un viaje. ¿Qué es lo que viajará exactamente, Tadeo?

--- ¿Mi alma?

--- ¿Y en qué consiste tú alma? ¿21 gramos de aire? Nunca imaginé que te convertirías en el ateo que duda al final. Pensé que esa sería yo, no tú, nunca mi Tadeus.

--- No es asunto de salvar ideologías, Neutri, se trata de mi muerte.

--- Pero no pensé que quisieras dejar este legado. Un ateo firme toda su vida que doblega todo el contenido de su cerebro ante un reverendo que le vende un más allá, ¿tu pequeña bula personal? lo que siempre criticaste, amigo. Imagina cuando Emilia tenga 20 años, ¿qué pensará ella entonces de su padre? ¿Es el mensaje que le quieres dejar luego de nueve años de ateísmo en contra de su propia madre? Recuerda, y no olvides ahora, todas las veces que hiciste llorar a Vero por defender tu racionalismo científico y tu ateísmo franco y honesto ante tu hija.

--- Creo que será mejor que te vayas.

--- No, tendrás que convencerme de forma más inteligente. No seas cobarde, hombre, sólo te vas a morir.

--- Ya no te encuentro divertida.

--- Entonces me quedo hasta que llegue el reverendo. Puedes decirle que soy tu demonio personal.

Verónica entra de nuevo con emparedados en una bolsa plástica.

--- Te traje tu favorito, amor.

--- Gracias, Vero.

Silencio. Él comienza a comer. Tres mordidas más tarde, dice:

--- Necesito otro favor, mi vida, necesito que canceles la visita del reverendo.

Silencio. Verónica mira a Neutrina.

--- ¿Por qué, mi vida, por qué? Date una oportunidad, recuerda lo que hablábamos anoche.

--- Pero no era yo anoche, mi amor, eran mis emociones. ¿De verdad creíste que cambiaría de opinión así de repente? Sólo tengo miedo de dejarte, de dejar de existir. Es normal que recurra a toda una crianza de leyendas para encontrar mi inmortalidad. Pero no podía durar mucho. Es mejor así, de esta forma me ahorro el momento vergonzoso que pasaría con el reverendo. Le haría perder el tiempo.

--- Ante la muerte, cualquiera puede cambiar. Pero te confieso que en el fondo sabía que no valdría la pena. Sabía que lo del reverendo era una pérdida de tiempo. Yo rezaré por tu alma, corazón, déjame eso a mí.

Verónica sale llorando. Neutrina y Tadeo se miran intensamente.

--- ¿Me traerás al amigo tuyo budista?

--- Si quieres lo llamo pero no lo necesitas tampoco, Tadeo. No necesitas de nada para morir, sólo estar en paz contigo y con los que quieres aquí. Los que dejarás pensando en tí.

--- No quiero irme.

--- No quiero que te vayas.

Lágrimas tibias humedecen el silencio.

--- Hablaré con Emilia esta tarde. Gracias. Momentáneamente había olvidado quién era. Había olvidado lo que he sido, el hombre que ella conoce, que todos conocen.

--- El hombre que eres. Estoy aquí para recordártelo porque es el momento preciso en que lo puedes olvidar y con todo el derecho. Cariño, si existe alguna divinidad, juro que te querrá cerca de ella.

--- Estás comenzando a enamorarme otra vez, diablita.

--- Dóname tus córneas.

--- ¿Qué? Tú no necesitas mis córneas.

--- Pues no quieres darme mangos, no quieres plastificar tu cuerpo, no quieres participar en clases de anatomía, tanto que te gustaba esa materia debo añadir, así que por lo menos me quedaré con tus córneas.

--- ¿Sabes lo que deseo?

--- No podría ni imaginarlo.

--- Deseo que nos besemos y nos toquemos como adolescentes enamorados.

--- ¿En serio?

--- Ajá.

Silencio. Varios minutos pasan.

--- Nos caería bien hacerlo. Es más, creo que hasta lo necesitamos. Los dos. Más que cualquier explicación divina. Lo único que mitiga y mengua la muerte es una vida de placer. Sentir las delicias que nos hacen aferrarnos a ella. Pero estoy nerviosa, me pone nerviosa verte, así de repente y al mismo tiempo, de todas estas formas extrañas.

Se escudriñan, como habían optado no hacer, buscando el alma de la pasión en pausa en la mirada del otro.

--- Ven, acércate…

--- Vero, Tadeo.

--- Dame sólo un beso ahora, no tengo tiempo para discutir, Neu. Ella no vendrá por un rato y yo tengo un deseo loco de vivir.

--- No me lo tienes que explicar, ya quería hacerlo antes de todo esto.

--- Yo también.

--- Y ya la amistad no importa.

--- Ya nada importa, mi vida, sólo falta que te regale mi cadáver para que los suecos me conviertan en fertilizante y pueda darte mangos hasta que mueras.

--- Eso suena delicioso, amor. Déjame eso a mí. Mañana temprano estaré llamando a Lyrön…

--- Pero antes de que te regale mi cuerpo muerto, quiero sentir el tuyo vibrar con vida y placer. ¿Te parece mañana al mediodía? Verónica y Emilia no estarán por aquí.

--- Me siento extraña, Tadeo.

--- La muerte es extraña, mi amor.

Un beso apasionadamente intenso concluye el diálogo y la escena.


Seguiremos charlando,

Neutrina :)

01:00 | glenys | 8 Comentarios | #

Háblame más de Cedric Diggory


Él hablaba de Sirius Black y ella pretendía escucharlo. A veces su mano derecha se acercaba a la de ella pero nunca la tocaba. Parecía ensimismado en su monólogo. Ella se había pintado las uñas y ahora brillaban, como escarcha desparramada, bajo la luz de la pequeña lámpara de su habitación. ¡Tanto tiempo que un hombre no entraba allí! La asustaba no estar más nerviosa.

Le había asegurado que había leído todos los libros de Rowling pero aquello no era realmente importante para él. Sólo le interesaba continuar hablando, no podía imaginar lo que pasaría si le daba paso al silencio. Estaba muy gordo y eso le molestaba. ¡Tenía tanto tiempo sin hacer el amor! A veces le parecía mucho más sano si se despedía y terminaba masturbándose en su casa. Trataba de no mirarla para fingir que hablaba con un amigo, pero sus uñas brillaban bajo la lámpara y lo hacían sentir de muchas formas. Todas inadecuadas.

Habían cenado en “El rincón chino”, su favorito. Cuando la llevó allí pensó que era el gesto más romántico que alguien había hecho por ella en mucho tiempo. Pero después se percató que no le había comentado sobre aquel lugar. “Seguro que por lo menos le dije que la comida china era mi preferida, en algún momento se lo dije, seguro”. Estaba ansiosa, sólo había leído un poco más de la mitad de “El prisionero de Azkaban” y temía que su monólogo terminara en preguntas. A veces pensaba que era disléxica, “no entiendo por qué no puedo terminar de leer un libro completo”.

Sentía deseos de orinar pero no quería interrumpir su análisis sobre la muerte de Cedric. A veces la sentía distante, le preocupaba que no lo entendiera, “quizás leyó los libros en otro idioma”. No sabía cómo preguntárselo sin suspender el discurso. Pensaba que quizás padecía alguna enfermedad mental, nunca había sido muy bueno con las chicas y dolía enamorarse pues significaba que tenía que actuar. Pero aquello era una tortura, varias conversaciones se manifestaban en su cerebro al mismo tiempo. Menos mal que Harry Potter estaba fresco en su memoria. Pensaba saltar a las hazañas del capitán Picard después. Si ella aún estaba despierta. “Ojalá pudiera ser más divertido”.

Pensó ofrecerle algo de tomar pero en ese momento él acercó un poco su mano y no quiso moverse. Si tan sólo la tocara. No era muy atractivo pero tampoco ella se sentía bonita. Su amiga Neutrina siempre le decía en broma que seguro se sentía así porque su padre no se lo había dicho lo suficiente cuando era niña. Eso la hacía reír. Nunca conoció a su papá. Había sido criada por sus abuelos. “Quizás deba ofrecerle algo de tomar. Si tan sólo dejara de hablar”. Pero para ella era casi imposible interrumpirlo.

Se había arriesgado a llevarla a su restaurante favorito aunque no estaba seguro que a ella le gustaría. Sí recordaba que había mencionado en alguna ocasión que le gustaba la comida china y pensó que quizás disfrutaría de aquel lugar. Cuando ella le comentó, algo sonrojada, que aquel antro también era su sitio de comer preferido no supo qué decir. “Es probable que esta sea la mujer de mi vida”. Tenía que agarrarse de Potter. No podía perderla. Si sólo recordara alguno de los chistes que contaba su amigo Ricardo en la Universidad. Él si era divertido. “Seguro que él a estas alturas ya la estaría besando”.

“¿Quieres algo de tomar?”, se arriesgó a preguntarle.

“¿Qué tienes?”, inquirió, algo sorprendido.

“Tengo muchos jugos; de mango, de naranja, de pera, de manzana, me gustan mucho los jugos”, sentía que se sonrojaba y le dio rabia pensar que él lo notaría. “¿Por qué me tiene que dar vergüenza ser?” pensó.

“Cualquier jugo estará bien, gracias. A mí también me gustan los jugos”.

Ambos sonrieron y se sintieron más cerca.

La miró mientras se levantaba y salía de la enorme habitación. Le dijo que vivía allí con sus abuelos pero que ellos se encontraban en la casa de la playa. Le había explicado, en uno de los pocos momentos que la dejó hablar, que ellos permanecían más tiempo en la playa que en la ciudad. Ella tenía los labios finos y cuando se reía podías ver sus encías, pálidas como todo en ella, sobre sus pequeños y cuadrados dientes. No era bonita pero poseía algo que lo hacía vibrar. Ricardo juraba que no era nada de eso. “Tanto tiempo sin sexo y cualquier mujer parece merecerlo”. Siempre hacía reír a todos sus amigos con esa forma desconsiderada de tratar a los demás. Pero ella a él le gustaba. “Es seguro que yo también le gusto sino no me hubiese traído a su habitación”.

Ahora en la cocina no sabía cuál de todos llevarle. ¡Cómo odiaba ser tan indecisa! Llenó sus pulmones de aire, cerró los ojos y dejó que su delgada mano cayera en cualquiera de los jugos en la nevera. Mango. Su favorito. Quizás era una señal, aunque no creía en esas cosas, pero ahora cualquier estupidez era una ayuda. Sirvió dos vasos de aquel rico néctar y pensó que estarían bien con el jugo. Hasta imaginó que lo besaba. “Seguro que me va a picar un poco porque no está muy afeitado y siempre se me pone la piel roja”. Quizás si apagaba la luz….

“Espero te guste el mango”.

Sonrieron.

“Es mi favorito”.

Sonrieron otra vez y bebieron.

Puso el vaso en la mesita cerca de ella y comenzó a hablar de Cedric Diggory otra vez. Seguía huyéndole al silencio.

“¿Sabes que hay páginas dedicadas al recuerdo de Cedric?”

Ella la verdad que no tenía idea de quién era aquel personaje que motivaba a unas personas a crear páginas web en su memoria. Según había captado de su monólogo, el mago malo de la serie lo había matado. Pero ¿qué importancia tenía todo aquello? Sólo pensaba en tener sexo con él, allá en el fondo de su cerebro lo besaba, apagaba las luces primero y luego lo besaba. No le gustaba ser tan flaca, no tenía curvas, no lucía femenina. Quizás él ya no estaba tan entusiasmado. “Seguro que ha cambiado de opinión y por eso no deja de hablar del bendito joven muerto”.

El jugo estaba delicioso y bebió más. Ella continuaba escuchándolo y parecía importarle sus análisis sobre la muerte de Diggory y la reacción de su familia, especialmente su padre que lo adoraba. Entonces escuchó su apacible voz. Ella le preguntaba algo.

“¿Perdón?”

Él hablaba del padre de aquel chico y su desolación cuando supo de su muerte. Analizaba en detalle las esperanzas que había puesto en él y la admiración que sentía por su Cedric. Parecía como si lo satisficiera y lo conmoviera el tema. Por eso le preguntó si le gustaría algún día tener hijos. Por eso, y porque, bueno, había que llevar aquello a un lugar más personal o terminaría odiando a J. K. Rowling.

“Es que me ha parecido que serías un buen papá”.

No sabía cómo responder. Las palabras se le aglomeraban en la garganta, todas juntas, como si a su cerebro se le hubiese olvidado cómo organizar las ideas. Tampoco entendía las motivaciones que la habían impulsado a hacerle esa pregunta. ¿Acaso lo percibía como el padre de Cedric? “Pero si yo me siento Cedric, ¡no su padre!”

“Pues no sé. Creo que estoy muy joven para pensar en ser padre”, sus palabras emergieron vestidas de un tonito bastante cortante.

Se sonrojó nuevamente. Le pareció que las personas no la entendían. Nunca la entendían. Y él ahora aparentaba ser una de esas personas. Y ella que lo creyó especial. ¿Sólo por un restaurante y un jugo? Tenía que ser más que eso. “Estás muy sola”, le había dicho Neutrina. Pero Neutrina no tenía problemas con el sexo, sólo con el amor. Pero ella, ella no. Ella era diferente. Desacertada y diferente. Todo parecía perder su brillo. Hasta el esmalte en sus uñas.

“Lo siento. No me refería ahora. Claro que creo que eres muy joven. También. Pensaba…yo pensaba en el futuro, más bien”.

La sangre hervía en sus mejillas.

Él pensaba que quería más jugo y quizás salir de allí. Estaba perdiendo la conexión con ella. Advertía que se alejaba de él y sus sonrojos ya no eran de ansiedad sino de vergüenza y eso estaba mal. Decidió moverse hasta su lado. Tenía que actuar. Pensó en su pene que yacía alerta en su pantalón. Era necesario que lo usara, hasta había comprado condones ese día. “¿Me lo permitirá?”

Se sentó a su lado. Su mano rozaba la de ella. Trataba de no mirar la cama, allá, en una esquina de la habitación. Era una de esas formidable, maciza, alta y con postes. Estaba cubierta con un edredón rojo y acolchado y su espaldar rococó se asomaba entre los numerosos cojines en varios tamaños y matices de rojo. Pensó en llevarla hasta allá en sus brazos. La chiquita no podía pesar más de cien libras. “Debe verse bonita ahí arriba, toda pálida sobre el rojo”. Se acercó más a ella para observarla. Sus ojos eran marrones con pocas y cortas pestañas. Tenía la nariz pequeña, cubierta de pecas y era lo único regordete en su cara, sus cejas y sus cabellos poseían un color naranja oscuro, casi rojo. “Es mejor que ella se me ponga encima en la cama. Creo que la podría quebrar en dos”.

Se le había acercado considerablemente y ahora ella trataba de aplacar su respiración. Que no notara que ya sí estaba nerviosa. Movió un poco su mano hacia la de él para sentirlo. Le pareció que su mirada se tornó más brillante cuando lo tocó. “¿Ya estaré alucinando?” Pero él ya movía sus dedos sobre su piel. Si, por fin algo pasaba. Cambió la posición de su cabeza para verlo mejor. Ahora estaban más cerca; podía contar sus poros, podía oler su piel. El beso ya era obligatorio y ese hecho la hacía sumamente feliz.

Entonces se besaron. Sus lenguas eran imanes en un ineludible baile de atracción carnal y afrodisíaca. En medio de aquella efusiva escena, él la levantó en sus brazos y ambos se permitieron reír, reír a carcajadas. De nuevo estaban conectados y la cama roja era la mejor metáfora para sus sentimientos.

Allá arriba, sobre el sangriento edredón, la desnudó; no le permitió que apagara la luz aunque ella lo intentó varias veces. Pero él quería verla. Quería percatarse que ambas cabelleras eran pelirrojas, que sus parcelas íntimas eran tan pálidas como todo lo demás. Quería contemplar sus labios cuando besaran su pene, “¿lo consentiría? ¿La convencería?” Pero no hubo que persuadirla de nada. Esos labios finos que enmarcaban su boca pequeña le dieron más placer que el conjunto de sus fantasías con Angelina Jolie. Esa chiquita flaca y tímida estremeció el mundo bajo sus nalgas mientras lo montaba como a un caballo indomable. Su piel cubría sus costillas como barro blanco sobre hierro. Podía abarcarla con sus manos y con su boca cubrir completamente uno de sus pequeños senos. Era una muñequita de trapo con la cabellera roja más radiante que había visto en su vida. Y era atea y escéptica, como él. No creía ni en el amor. Y eso lo excitaba aún más.

Su pene tenía el tamaño y el grosor perfecto. No entendía cómo sabía aquello, sólo dos de ellos habían entrado alguna vez a su cuerpo por lo que no tenía muchos puntos de comparación; sin embargo, algo dentro de ella le indicó que era perfecto. Quizás fue el clamor que salió de su garganta cuando se sentó sobre él por primera vez, cuando sus manos gordas y fuertes la tomaron por la cintura y la sacudieron como si se tratase de una marioneta. Pronto notó que un oleaje de gozo se apoderaba de su vientre y subía y subía como una seductora burbuja hasta que explotaba en su garganta y embutía su cabeza con un regocijo estremecedor. Y gritaba, y chillaba y no dejaba de zarandearse sobre aquel hombre que era capaz de despertarla de la muerte. Una y otra vez, con los dedos, con la lengua, con el pene, una y otra vez glóbulos, pompas y burbujas de placer se asomaban por su vientre y la hacían estremecer. Aquello era el verdadero paraíso. “Si hay que creer en algo, hay que creer en el sexo”.

Amanecieron devorándose. Insaciables. Dormían para comenzar otra vez. Una vez abandonaron aquella guarida escarlata. Se alimentaron y bebieron. Pero la cama los llamaba seductoramente y había que repetir aquello. Una y otra y otra y otra vez.

Tomaron una ducha juntos y allí descubrieron el sexo y el agua. Él siempre detectaba algo nuevo para experimentar, otra novedosa forma de explorar sus orificios. Y el placer protagonizaba todas sus indagaciones y sondeos; y así conquistó su cerebro y ella también conquistó el de él.

Y cuando no estaban devorándose permanecían en silencio. Descansando del ardor y la fogosidad. Él no sabía qué más decirle. Todo parecía absurdo y lo único que quería era, bueno, eso, metérselo otra vez, por donde sea. Se había quedado sin palabras pero ya no le molestaba el silencio. Podía quedarse allí, con ella, para siempre.

Pero a ella comenzaba a molestarle su mutismo. Antes hablaba tanto, y le gustaba el sonido de su voz. Quizás estaba cansado, aquello había sido un maratón y estaba segura que no terminaba aún. Sólo tenía que mover su rodilla entre sus piernas y todo comenzaría otra vez. Y, aunque también estaba cansada, quería escucharlo hablar otra vez. Tal vez porque pensaba que sólo formalizando una relación conseguiría asegurar el sexo con él, para siempre. Ya se imaginaba teniendo sus hijos. Por eso era preciso que hablaran, que se comunicaran, que intercalaran el sexo con los intereses comunes. “No quiero perderte, gordito, eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo”. No se sonrojó al pensarlo a pesar de que lo miraba directamente.

Él le devolvió la mirada y sonrió, en su cara se reflejaba cierta curiosidad. No quería sexo en ese momento, estaba cansado, pero sabía que si ella lo besaba por algún lado iba a sucumbir al placer. Por eso fue un alivio cuando la escuchó hablar, mucho más cuando entendió lo que requería de él. Lo llevaba justo a su hogar, donde se sentía más cómodo, más ahora que tenía el sexo asegurado. Por eso aquella propuesta era la cereza sobre el helado, la habichuela sobre su arroz, un vaso de agua fría en un día caluroso.

Ya tenía su propia Cho, pensó, y el mundo era mágico otra vez.

“Entonces, mi amor, háblame más de Cedric Diggory...”, la voz de su muñequita pelirroja parecía bailar frente a él con un sonido equivalente al esmalte de sus uñas.

Elocuentemente, reinició su consabido soliloquio.


Seguiremos charlando,

Neutrina :)

01:00 | glenys | 10 Comentarios | #

Primer encuentro con Kylie Hobbs: un infierno sobre las nubes

Estaba vestido de negro y era difícil distinguir dónde terminaba el suéter y dónde comenzaba el pantalón. Se sentó delicadamente a mi lado y murmuró un "Good Day" que no era estadounidense. Era extraordinariamente atractivo, sus cejas implacables vigorizaban una mirada oscura y pacífica que se escondía detrás de anteojos ligeros, pequeños y modernos. Tenía los labios gruesos y otros rasgos africanos se asomaban por su rostro angular y le daban un aire heterogéneo a su cara, que permanecía entre la rudeza atractiva y la afabilidad delicada.

Me hubiera gustado hablarle pero no parecía interesado. Recostó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos inmediatamente después de abrocharse el cinturón. Sus manos, bien cuidadas y limpias, reposaban sobre su regazo con los dedos entrelazados. Pero el llamativo hombre no estaba tranquilo. La sangre había abandonado sus nudillos y sus manos caían presas de intervalos regulares caracterizados por espasmos y temblores.

"Probablemente le tiene miedo a volar", pensé.

Luego de la excitación del despegue y el ascenso, mi vecino separó sus dedos, se desabrochó lenta y cuidadosamente el cinturón y se estacionó por un momento en el angosto pasillo. Cuando se volvió a sentar, tenía un maletín negro entre sus manos.

Con un cuidado que rayaba en el perfeccionismo, el hombre abrió y extrajo del bolso una computadora portátil negra, la que depositó, luego de un inacabable minuto, sobre la bandeja frente a él. Con la delicadeza con la que se maneja un recién nacido, el individuo se zambulló en un ritual conmovedor entre él y su ordenador; parecía acariciar el aparato en vez de usarlo. Abrirlo y encenderlo tomó casi diez minutos. Él pasaba sus dedos por sus doblajes, soplaba entre su teclado diminuto, revisaba minuciosamente su pantalla buscando huellas indeseables y, desde mi punto de vista, completamente invisibles e indetectables. El aparato brillaba en su reconocimiento metálico de ser "tan apreciado". Recordé la enferma relación entre un francotirador y su rifle en alguna novela que leí.

El melodioso y familiar sonido de entrada al sistema operativo llegó hasta mí acolchado por el rugido de las turbinas. Observé como varias ventanas llenaban su pantalla y luego abandoné mi interés en él para sumirme en la lectura del libro, Zombie, de Joyce Carol Oates, que había comprado en el aeropuerto. Cuando el sombrío criminal de la novela describía a una de sus víctimas, ya muerta en la tina del baño, empezó la turbulencia.

El principio fue brusco e inesperado. No bien dos minutos habían pasado desde que escuché el sonido distintivo de que nos abrocháramos los cinturones y la voz del capitán que le ordenaba a las azafatas a que tomaran asiento, cuando, al parecer, nos deslizamos de una corriente de aire a otra. Todos en la cabina sentimos como si cayéramos irremediablemente al vacío. Sentí que el estómago me llegaba a la garganta y se devolvía, una de las azafatas que caminaba hacia su lugar, perdió el equilibrio y fue a parar de espaldas al estrecho suelo del pasillo. En ese instante, también salió volando la computadora del hombre a mi lado y cayó precisamente sobre la mujer que yacía semiinconsciente en el suelo.

Mientras observaba los desatinos a mí alrededor, noté que la mujer sentada a mi otro lado había sacado la bolsa blanca del bolsillo delantero y estaba convulsionando dentro de ella. El avión palpitaba entre nubes delgadas que pasaban rápidamente por sus enormes y poderosas alas. No tenía miedo de volar y sabía que una pequeña turbulencia no acabaría con el aparato, pero comenzaba a preocuparme por la sangre en la cabeza rubia de la desplomada azafata.

El hombre a mi lado estaba completamente entumecido. Sus ojos permanecían fijos en su apreciado aparato que yacía incómodamente entre los muslos de la abatida mujer. Me puse de pie y le pedí en inglés que me permitiera pasar. En ese momento, otras dos azafatas llegaban a socorrer a su compañera. Cuando llegamos hasta ella percibí que los gritos y las oraciones de una señora de origen latino que rezaba el Padre Nuestro mientras le imploraba a su dios que no la dejase morir allí, me estaban enervando el temple seriamente. "¡¡Ay, Jesús, recuerda que hace diez años que no lo veo y tú me prometiste que lo volvería a ver!!". Era seguro que cuando aterrizáramos ella le atribuiría el "milagro" de su salvación a sus oraciones y a su fe.

Caminé hasta la señora y le pedí que me ayudara. Ella dejó de gritar sus rezos para escucharme, su mirada era el pánico renacido.

"Si usted se me desespera, mi doñita, las cosas empeorarán. La mejor forma de ayudarnos es quedarse tranquilita en su sitio, cierre sus ojos y concéntrese en Dios. Todo va a salir bien, créame."

Cuando me volví hacia la derrumbada aeromoza noté que la mirada azabache de mi vecino de asiento se había posado sobre mí. Sus manos estaban todavía temblorosas pero alguien le había devuelto su ordenador, que había guardado dentro de su maletín y colocado de vuelta en su regazo. Le sostuve la mirada y me le acerqué, el avión se estremecía dentro de las corrientes de aire y las nubes.

"Es mejor que pongas eso en el compartimiento de aquí arriba. Estará mucho más seguro".

Me entregó el maletín sin cambiar la expresión en el rostro. No parecía tener miedo, más bien aparentaba estar en un inigualable estado de confusión. Su frente se hallaba colmada de gotitas de sudor y su cara brillaba con la humedad, noté que su pelo lacio se pegaba a su cuello por culpa de la transpiración y que su respiración estaba notablemente alterada.

"¿Te sientes bien?" le pregunté y posé mi mano sobre su hombro. El estremecimiento del tipo le comenzaba en las entrañas y su mirada era pura angustia. No podía ni hablar.

"Voy a ver si consigo un poco de agua".

Pero una de las azafatas me pidió que tomara asiento, ella se encargaría de traernos algo de beber. Un hombre que parecía descendiente directo de los vikingos se ofreció a trasladar a la azafata herida. Al parecer había sufrido una concusión al caer, su cráneo había chocado con uno de los asientos y no sólo tenía una herida severa sino que además había sufrido un golpe serio. Sus compañeras lucían preocupadas y el agua tardó siglos en llegar.

Antes de que el líquido mojara la garganta seca de mi espantado amigo, noté que la señora que vomitaba a mi lado ya no estaba. En ese momento, la aeronave atravesó por otro cambio de corriente de aire que envió a la doñita latina a otro episodio psicótico-religioso y provocó que el infortunado vecino, afectado brutalmente por un ataque de ansiedad monumental, tomara mi mano y la apretara como si se tratara del "final-final".

Cuando me encontraba a punto de pedirle que me aflojara un poco la mano, la situación se normalizó por un reducido momento y la azafata llegó con algunas botellas de agua mientras otra de sus compañeras intentaba calmar a la perturbada señora. Le arrebaté mi mano al llamativo vecino y tomé la botella de agua junto con dos vasitos con hielo. Le serví un poco y él bebió como si hubiese estado tres días perdido en el desierto. Le volví a llenar el vaso y saqué de mi cartera la mitad de un Rohypnol.

"¿Lo quieres? Te relajaría mucho", lo tomó de la palma de mi mano con sus dedos temblorosos y se lo llevó a la boca. Me daba mucha lástima verlo sudar, lucía tan vulnerable y un hombre atractivo y vulnerable produce sentimientos peligrosos en el cerebro femenino. "Puedes tomar mi mano si quieres, pero no me la aprietes mucho".

Sonrió pero aún no podía hablar. Comenzó a devorar el hielo de su vaso masticándolo furiosamente, su mandíbula a veces temblaba como de frío. Cada vez que el avión se sacudía, él entrelazaba sus dedos entre los míos y me apretaba. Todo el conjunto neuronal de mi sistema límbico imploraba porque continuara la turbulencia.

En medio de un momento de estabilidad, la azafata que nos trajo el agua se acercó y le pregunté sobre el estado de su compañera. Nos informó que estaba mejor, había recobrado la conciencia y no parecía tener ningún daño grave.

"Sin embargo", dijo la aeromoza en voz más baja y acercándose un poco más a los dos, "la señora que estaba sentada a tu lado murió de un ataque cardiaco. No se pudo hacer nada para salvarla".

Sentí que él apretaba mi mano y deslizaba su pulgar por mi piel, pero no en forma de caricia, más bien como si se tratara de un tic nervioso. Lo miré, no sabía qué decir.

"¿Viajaba sola?", le pregunté a la joven que me miraba como esperando una reacción más dramática.

"No, su hija estaba sentada unos asientos más atrás. Ahora está con el cuerpo". Cuando articuló las palabras "el cuerpo", cambió la inflexión en su voz. "Sólo llevo unos meses trabajando en esto y es la primera vez que viajo con un cadáver en la cabina. He sabido de cuerpos que van en ataúdes con el equipaje, pero esta vez es distinto", la mujer susurraba y noté que el individuo que me tomaba de la mano se tensaba con cada murmullo de la aeromoza. Ella, al parecer, también lo notó.

"¿Tu esposo está bien?", me preguntó dulcemente. Era una chica joven, algunos 24 años, y podría perfectamente ser la representante de Iowa en cualquier concurso de belleza americana.

Él pareció no escucharla porque no manifestó ninguna reacción que yo pudiera rastrear. "No creo que esté bien pero no es mi esposo, ni siquiera sé su nombre aunque llevamos más de media hora tomados de la mano. Creo que está padeciendo de un ataque de ansiedad, le he dado un calmante. No estaría mal si se tomara un trago de Whisky también".

Ella sonrió y le puso la mano en el hombro. Antes de hablar sacudió su larga cabellera rubia como para quitársela de la cara, a pesar de que ninguna hebra le cubría el rostro, y se le acercó peligrosamente. "Everything is going to be fine. The captain has already told us that everything is under control. It usually is, unless you count the dead woman in the back", estas últimas palabras fueron susurradas coquetamente frente a él. El flirteo de la mujer me parecía inexplicablemente ofensivo, pero mi vecino en ningún momento soltó mi mano, así que no le hice caso. Además, la convencí para que nos trajera dos tragos.

La noticia de la mujer muerta muy pronto llegó a nuestros oídos por otros labios. El suceso saltó de un lado a otro hasta recorrer todos los espacios del avión, desde los recovecos de su cola, donde se enfriaba el cuerpo inerte, hasta la comodidad de primera clase, donde algunos curiosos se atrevieron a asomar sus caras entre las cortinas azules esperando ver sangre, indelicadezas y anomalías por doquier.

Si algunos de esos ojos extraños y adinerados se posaban en mi asustado vecino y yo, contemplarían a una pareja tomada de las manos disfrutando de una amena conversación. Y es que el trago y el medicamento consumaron al fin sus funciones y le habían soltado la lengua al ansioso caballero que ahora se interesaba en los más curiosos y particulares temas. Mi celestina fantasía comenzaba su rápida trayectoria hacia una muerte ineludible.

"¿Le temes al infierno?", fue la primera pregunta que me hizo. Su acento era decididamente exótico a mis oídos, quizás de origen australiano, pero el tono de su voz era melódico y poseía una característica apaciguadora que hipnotizaba eficazmente al unirse con la ambigüedad en su mirada de luna nueva. "¿Le tienes miedo a Satanás?"

Las cortinas de terciopelo negro que simbolizan mi escepticismo comenzaron a caer sobre el necio romanticismo que amenazaba con apoderarse resbaladizamente de mi cerebro. Mi confuso silencio permitió que él siguiera formulando extrañas preguntas.

"¿Crees que Dios sea justo al juzgarnos? No me parece que entendamos la justicia divina. Creo que andamos perdidos entre sus conceptos, no entendemos nada y por eso muchas veces Dios nos rechaza. Quizás nos mande a todos al infierno...".

Me miraba fija y seriamente. Era tan atractivo que no pude más que detenerme a escuchar a mi suerte que se reía como hiena rábica dentro de mí cabeza. "¿Por qué, por qué, por qué?" preguntaba por otro lado mi cerebro a nadie en particular.

"No creo en ningún dios, ni monstruo, ni divinidad. No creo que exista Satanás ni el infierno".

Luego de casi una hora de permanecer tomados de la mano, sus dedos lentamente se despidieron de los míos y abandoné toda posibilidad de que nos pasáramos el tiempo que restaba de vuelo besándonos como impulsivos desaforados.

"¿No crees en Dios?" El temblor en su voz traicionaba lo desagradable que le resultaba esta sorpresa.

"Así es, hace mucho que soy atea". Aquel cambio de escena era terrible, lo que menos me apetecía era una conversación religiosa. De hecho, para mis objetivos sexuales, era mucho peor que el individuo resultase un fundamentalista religioso a que me revelara que era gay, por lo menos este último no terminaría aburriéndome.

Permanecimos unos segundos en silencio, el avión continuaba su paseo abrupto entre las nubes pero él parecía ensimismado en otros problemas. Di la conversación por terminada y comencé a buscar el libro en mi mochila.

"¿Le tienes miedo a la muerte, entonces? Preguntó, mantenía sus manos alejadas.

"Le tengo miedo a una muerte dolorosa", expliqué mientras buscaba la página marcada.

"¿Y qué piensa un ateo que sucede luego que uno muere?"

"Pues esta atea cree que sucede lo mismo que ocurre antes de nacer". El avión jugaba con la pequeña tormenta y sus estremecimientos volvían a intimidar a mi compañero de asiento.

"Me llamo Kylie Hobbs, vivo en Queensland, en Australia. Pertenezco a una organización bautista en mi país y voy camino a mi primera misión religiosa en el extranjero".

Parecía un pequeño Scout recitando las metas a lograr. Lucía menos nervioso, aunque no dejaba de cambiar de posición en el asiento. Me miraba como tratando de entender su designación. Yo intentaba salir de mi agotado asombro.

Mi cerebro estaba capturado por la impresión de que aquel hombre, silenciosamente, ansiaba descifrar los motivos que podría tener su deidad para ponerlo en tan embarazosa situación. Temía seriamente que se le metiera en la cabeza convertirme a su fe.

"Pero, tienes que creer en algo, ¿no? Todo el mundo necesita creer en algo", enfatizaba nerviosamente la palabra creer. Cerré el libro, crucé las piernas, me quité las gafas y sonreí lo más sinceramente posible.

"Decididamente creo en muchas cosas. Yo sólo he decidido desconfiar de los eventos sobrenaturales y los acontecimientos extraordinarios a menos que vengan acompañados de pruebas extraordinariamente contundentes. He ido descartando deidades y si descarto una no veo por qué no descartar otra y otra y otra. En algún momento llegaría a la tuya, ¿no crees?".

"Pero es que no puedes descartar a Dios. Él es verdadero".

"Entonces tendrías que demostrarme su existencia. ¿Puedes hacerlo?".

Cuando Kylie Hobbs sonrió, su rostro completo sucumbió a su sonrisa y me fue posible creer ciega e instantáneamente en la belleza humana. Imploré con todas mis ganas que corrientes de aire en distintas direcciones nos pusiera en un momento apretado para que el bello Hobbs me tomara de las manos otra vez; aunque me doliera íntimamente que su diálogo incluyera a un hombre crucificado en una cruz y otros relatos violentos.

"Puedo hacer que lo sientas en el corazón. Si me dejas, por supuesto".

"¿Y qué tendría que hacer yo?"

"Sólo escucha mi testimonio. Hoy es un día muy importante para mí y creo que el Señor me está poniendo a prueba. Todo lo que está pasando me afirma que el Señor quiere estar seguro que voy hacer un buen trabajo para él".

Kylie, luego de preguntar mi nombre y tomar nuevamente mi mano, me contó sobre su familia de clase media en Queensland. De sus hermanas y hermanos, de su padre, un pastor muy popular de la iglesia; su madre, una mujer elegante y hermosa que se enorgullecía de trabajar para Jesús, de sus sobrinitos y demás relaciones. En definitiva, la familia Hobbs estaba dedicada en cuerpo y alma (para ellos literalmente) al estudio de la Biblia y a la espera de la segunda llegada de Cristo. Desde pequeño, Kylie escuchaba voces y padecía ataques extraños, probablemente algún tipo de epilepsia del lóbulo temporal. Sin embargo, toda su familia estaba convencida de que aquella enfermedad era una señal divina y que "little Kylie" era una persona importante entre los siervos de Dios, destinado a grandes cosas.

Tanto se lo dijeron que Hobbs terminó creyéndoselo.

"A los doce años preparaba discursos que leía para una congregación infantil que formó mi padre para que yo los guiara por el camino de Dios. Papá y yo ensayábamos nuestros discursos y orábamos juntos antes de partir hacia la iglesia. A los trece años ya participaba en un programa de televisión. Pero mi verdadero llamado estaba más allá, no quería predicar para los convertidos, mi pasión era atraer a los descarrilados, los que se habían alejado de Dios al no entender sus motivos y es que los motivos de Dios siempre serán diferentes a los nuestros, porque Él es capaz de ver más allá en tu destino y saber lo que te conviene".

Su discurso era perfecto. Animado por el alcohol, el Rohypnol y el estado de desequilibrio que emanaba a nuestro alrededor, el pastor Hobbs usaba su carisma, aparentemente interminable, para depositar la idea de Dios en mi cerebro. Él hablaba y mis neuronas vislumbraban lo que sería besar apasionadamente aquellos labios tan sensuales. El joven hombre llevaba dos años entrenando para participar en la organización de su iglesia y ser enviado a otro país a predicar la palabra de Dios. Ahora nos dirigíamos todos a Managua, Nicaragua.

"Hace unos meses que vengo dudando del poder del Señor. Me enamoré de alguien que no pudo corresponderme, meses después mi hermana menor murió de cáncer, era una mujer dedicada completa y exclusivamente al servicio de los necesitados y motivada siempre por la palabra de Dios. Y murió una muerte lenta y dolorosa, no podía entender por qué Dios la hacía atravesar por esa dura prueba. Pero ella nunca flaqueó en su fe, siempre me decía que una vez muerta, entendería perfectamente los motivos de Dios y entonces todo cambiaría, que no me preocupase jamás por esas cosas ya que el amor de Dios es infinitamente noble y bueno..."

Observé que sus palabras lo emocionaban. Sus redondas pupilas, tan marrones que parecían negras, y sus largas pestañas, estaban húmedas con la salida de tímidas lágrimas. Kylie se quitó sus gafas antes de continuar. "Hace una semana le dije a mi padre que no aceptaría la misión a Managua porque ya no estaba tan seguro del poder de Dios. Estuvimos encerrados por horas en su habitación pidiéndole al Señor que me mostrara el camino. Entonces mi papá tuvo una visión, me dijo que me veía viajando hacia lugares extraños y que el Señor me pondría a pasar por varias pruebas y en una de ellas ¡aparecías tú, Neutrina!", tragué en seco pero lo dejé continuar. "Al final del camino, me dijo mi padre llorando de felicidad, yo encontraría a Jesús y hablaría con Él y sólo Él disiparía mis dudas".

Pausó un momento y una pregunta salió disparada de mis labios.

"¿Por qué le temes al infierno? No creo que un hombre como tú, tan dedicado a su religión, deba preocuparse por el infierno. Además, si tu Dios es tan infinitamente bondadoso y comprensivo, las probabilidades de que entienda tus dudas son bastante altas".

"Dios no tiene por qué entenderme. Soy yo, su siervo, quien debe comprender lo que él necesita. Pero a veces soy débil y pienso demasiado en Satanás. Eso me da mucho miedo. Me gustaría vivir sin miedo".

"Pues cuando algo me da miedo intento informarme sobre el asunto y ya no le temo más. No le tengo miedo a volar porque una vez salí con un piloto y me contó tantas cosas que disipó cualquier duda que tuviera. Desde entonces disfruto viajar por avión, es mucho más seguro que manejar".

"Pero ¿cómo perderle el miedo a Satán?". De vuelta con sus fantasías que reducían poco a poco su seductora perfección, por lo menos ante mis ojos incrédulos y hastiados. Aunque debo admitir que su belleza me tenía hechizada.

"De la misma forma que alguna vez le perdiste el miedo a Drácula".

"Pero bueno, Neutrina, Drácula es un personaje ficticio..."

Sonreí generosamente y, nuevamente, él soltó mi mano antes de que lo contagiara con mi incredulidad.

"La verdad, Kylie, es que me encantan las aventuras fantásticas. He leído historias estupendas sobre arcángeles y ángeles. Batallas efectuadas por héroes de distintos ejércitos divinos, protagonistas gigantescos y diminutos, con alas, con escobas y con los más variados poderes mágicos. Lucifer es uno de esos personajes fascinantes por su desmedida maldad que muchos autores contrarrestan con una personalidad atrayente y sexy. Además, tiene poderes mágicos y esa es una cualidad intensamente llamativa en un antihéroe".

"¿Lo conoces personalmente, Neutrina?"

"Quizás lo estoy mirando a la cara ahora mismo", le dije en broma.

"O quizás YO lo esté mirando ahora mismo", replicó.

"El problema con tu respuesta, Kylie, es que eres capaz de creértela".

"¿Ya me conoces tan bien?"

"No, sólo especulo con lo que me has dicho".

"Tu resistencia es fuerte, Neutrina".

"Ni siquiera siento que me resisto, Kylie, no de esa forma, no".

"¿Qué quieres decir?"

"Nada". El avión volaba sobre las nubes y el silencio, extrañamente, reinaba en la trastornada cabina. Los hermosos labios de Kylie Hobbs susurraban palabras absurdas en mis oídos, pero no me importaba, ya ni entendía lo que me decía, sólo quería que se callara de una buena vez. Era impresionante como una persona podía pasar de ser sumamente atractiva, a enigmáticamente interesante, a extraordinariamente común y luego a pesadamente aburrida en tan sólo unas horas.

Hobbs no dejaba de hablar de Cristo. Había sacado un pequeño crucifijo de su bolsillo y me lo había puesto en la mano esperando que algo fenomenal ocurriera. Se lo devolví pero no lo quiso aceptar así que lo metí en uno de los bolsillos de mi mochila. "Es bonito", le dije, "gracias".

Pero Kylie no cejaba. Sus palabras, agitadas por los químicos, trataban, más que convencerme a mí, que ya era una audiencia perdida, convencerse a sí mismo. Parecía un hombre al borde de un colapso religioso. Hablaba de Satanás como si aquel monstruo pudiese utilizarme para tentarlo de varias formas, afirmaba que desconocía todas las mañas del peligroso arcángel caído pero que estaba en alerta en todo momento por si se llegase a presentar.

"Son entes peligrosos que tú no eres capaz de entender", lo escuché decirme mientras mi mano intentaba abrir quedamente mi grotesco libro sobre un asesino en serie y trataba de leer furtivamente sus palabras.

Entonces sentí su mano que se movía sobre mi muslo, lentamente, hacia arriba y por debajo de mi falda. Escuché que su voz murmuraba muy próxima a mi canal auditivo, tan cerca que sentía la calidez de su respiración: "préstame atención, linda, que es importante lo que te digo. Yo también sé jugar su juego y el tuyo y el de todos". Sus largos dedos se desplazaban por espacios delicados y oscuros, pero lo detuve a tiempo.

"Explícame cómo es el juego primero".

Él abría con su mano libre una de las frazadas de la aerolínea y nos cubría a ambos con ella. Su mano permanecía debajo de mi falda, la mía no le permitía que siguiera explorando mi íntimo territorio.

"El poder de Jesús es bueno y puede ser placentero también. Créeme, deja que te lo muestre".

"¡NO!" grité un poco más alto de lo que pretendía. Entonces le susurré agresivamente, mientras me quitaba la frazada de encima y sacaba su mano de mi falda. "No me siento bien con la forma en que te comportas, Kylie, me das miedo".

Sonrió, aunque parecía preocupado. "Así que ahora me temes a mí. Disculpa, Neutrina, pensé que sería la única forma de llamar tu atención".

"Es cuestión de sutilezas, Kylie, es muy probable que si me hubieras intentado besar primero y hace unas horas, ahora tendrías libertad completa para recorrer mi anatomía. Hasta me hubiera interesado un poco más en tu discurso, motivada por los perfumes del sexo. Pero te me volviste algo insensato y totalmente arrojado y me espantaste".

"Dame otra oportunidad".

"¿Para qué?"

"Porque quiero que conozcas a Dios a través del amor que sentirás por mí y que yo sentiré por ti".

Decididamente el día no podía volverse más disparatado. Kylie Hobbs, cristiano bautista, con miedo al infierno y a volar, me revelaba en medio del descenso hacia Managua, que él era el hombre en mi destino, que Dios nos tenía reservados el uno para el otro. No sabía si llorar o golpearlo.

"Kylie, no creo en el destino, no creo en el diablo ni creo en ningún dios. Sólo tengo 28 años pero he recorrido lo suficiente para saber que un individuo en un avión, completamente diferente a mí, no se convertirá en el hombre de mi vida. Quizás lo pensara cuando te conocí y parecías un niño lindo, todo asustado y vulnerable. Pero he visto un lado desagradable que me ha desanimado mucho y ya ni siquiera quiero verte otra vez".

"Eso no lo decides tú, Neutrina, eso lo decide Dios".

"Ya veremos". Sonreímos y él continuó con su monólogo sobre Cristo mientras recogía su maletín con su característica lentitud perfeccionista. Por un momento me pareció que lo conocía desde hacía mucho tiempo. Cuando por fin lo recogió todo y al parecer sólo nosotros quedábamos en el avión, se acercó a darme su tarjeta con el número de la iglesia desde donde estaría trabajando.

"No me voy a quedar mucho tiempo en Managua, Kylie".

"No importa, llámame, estoy muy avergonzado por lo que te he mostrado de mí, suelo ser un tipo normal. Algo se apoderó de mí allá arriba".

"¿Algo malo?", le pregunté siguiéndole la corriente.

"Si, como salido del mismito infierno, es ofensivo pensarlo porque estábamos tan cerca del cielo", bromeó y por primera vez en todo el vuelo se rió a carcajadas. Como todo en él, su risa también era perfecta y contagiosa.

Estaba tan cerca de mí que supe que sería inevitable. El corto beso nos pilló en el momento en que la hermosa y espigada hija doliente atravesaba el estrecho pasillo con su madre muerta sobre una camilla roja que había visto entrar unos minutos antes. La chica le pidió permiso a Kylie para pasar el cadáver y noté que lo miró intensamente con sus ojos rojos y llorosos. El señor Hobbs se detuvo unos momentos para ofrecer sus condolencias y sus servicios como pastor. Yo también saludé a la chica y traté de no mirar mucho a la mujer que había vomitado por última vez unas horas antes.

Entonces recogí mi mochila y me preparé para abandonar aquel avión lleno de absurdas contradicciones. Hobbs, ya en tierra, lucía mucho más relajado y su hermosura había recobrado el vigor de la confianza de estar en suelo firme.

"Nos volveremos a ver, Neutrina", me susurró Kylie al oído mientras esperábamos nuestras maletas.

"No lo sé, señor Hobbs".

"No te lo pregunto, te lo estoy diciendo. Nos volveremos a ver, Dios se lo dijo a mi papá. ¡Hasta pronto! Y que el Señor esparza sus bendiciones sobre ti".

"Te juro Kylie Hobbs, que si creyera en el demonio, pensaría que tú eres su flamante encarnación", su risa perfecta fue lo último que escuché de él y de su popular mundo de fantasías.

Hasta el día en que él me encontraría otra vez bajo circunstancias aún más extrañas.

Seguiremos charlando,

Neutrina :)











01:00 | glenys | 6 Comentarios | #

Salagadoola mechicka boola bibbidi-bobbidi-boo


Desde que decidí actuar como la tía preferida del feto que se desarrollaba en la panza de mi supersticiosa amiga Neka, había estado visitando el suntuoso albergue de Don Diego y su esposa regularmente. Me familiaricé con sus desniveles, tres escalones hacia abajo para el comedor, dos hacia arriba para la sala, cuatro hacia la cocina, doce hacia las habitaciones en el "¿segundo nivel?", seis más hacia la terraza desde donde es posible observar el gran patio, también desnivelado pero muy bien cuidado y limpio y territorio casi exclusivo de los dos Pastor Alemán de Diego: Rocky y Balboa.

La vivienda emergía, como un masivo árbol de concreto, de las entrañas de una pequeña colina que vivía entre una cuantiosa familia de cerros. Cada loma aguantaba el peso de su propio y extraño árbol de cemento y varillas. Las moradas de los habitantes del curioso vecindario permanecían lo suficientemente alejadas unas de otras como para que sus pobladores nunca tuvieran que sufrir el desafío de intimar y lo suficientemente cerca como para admirar y criticar, siempre criticar, sus mansiones irregulares y las escaleras que forjan sus distintos, pero aún así, imperdonablemente homogéneos, estilos de vida.

Allí dentro existía el mundo de Neka, la fantasía católicadeclasealta que siempre soñó. Su hogar era una mezcla de costosas antigüedades y elegantes símbolos religiosos. Neka había adquirido, en sus numerosos viajes por el mundo, un sinnúmero de objetos de arte religioso que lucían extraña pero formidablemente bien en su altibajo y surreal domicilio. Su marido, también católico devoto, se persigna cada vez que pasa frente al enorme Cristo crucificado que ocupa toda la pared de uno de los muchos salones de la irregular mansión. Aunque debo admitir, que tiempo después, cuando ya los conocía mejor, lo ví pasar muchas veces sin hacerlo, creo que al principio se persignaba motivado exclusivamente por mi presencia en el salón. Esta teoría también explica los cambios en las facciones de mi amiga cuando lo veía hacerlo, desde agradable sorpresa hasta hastiada incredulidad. Cuando por fin me convertí en una visitante invisible de su irregular morada, los fantasmas comenzaron a llegar.

Y ahora Neka que dice que se muda y que la casa está embrujada. Y yo que temo que esta sea la pura verdad. Su madre envió por el cura que bautizó a su hija para que bendijera el lugar. Pero nada ha dado resultado, los fantasmas en la casa de Neka son tan persistentes como la creencia en ellos.

"Ayer estábamos viendo televisión, estábamos solos, un domingo en la noche, ya sabes, el servicio se había ido y todo, cuando escuchamos las puertas de los armaritos de la cocina abriéndose y cerrándose..."

Sus brazos actuaban como una especie de fuerza emocional que se esforzaba en acentuar cada palabra de su sobrenatural discurso. Movimientos rápidos, intensos y cortos nos mostraban, a Mikaela y a mí, su única audiencia en el momento, la forma como ellos interpretaron los sonidos fantasmagóricos provenientes de la cocina.

"Lo extraño es que cuando llegamos a la cocina dejaron de moverse y sonar. Estos fantasmas quieren volvernos locos".

Pero yo pensaba que era al revés, aunque parezca absurdo.

A mí me tocó crecer en una casa embrujada y, aunque nunca ví un fantasma, los muertos eran parte del lugar. Muertos que murieron en sus habitaciones y sus camas. Muertos que eran disfrazados y ahuyentados con lazos y moñas de papel de colores brillantes que eran pegadas en las paredes de sus habitaciones, como diciendo: aquí vive ahora un vivo, aunque ayer muriera otro.

Mis tíos eran víctimas de las payasadas de estos visitantes. Aunque no les hago justicia, no eran huéspedes, en realidad habían vivido y muerto allí y continuaban siendo parte de la memoria de la casa y sus habitantes. Por lo tanto, no era extraño que cualquier tarde de cuaresma, de esas en que la brisa es tan fuerte que no es detenida ni por el ejército de obstáculos dispuestos por mi abuela para proteger a las puertas de cerrarse con tanta fuerza que la casa parecía vibrar con el estruendo, en una de esas hermosas tardes, mientras mi tío Papo escuchaba a Javier Solís en la consola y se mecía plácidamente en una de las cuatro mecedoras que adornaban el salón, uno de los fantasmas decidió hacer su aparición.

Estos momentos, como siempre, ocurren rápido. La brisa que se alocaba cada vez más. Mi abuela, que derrotada, decide usar su última estrategia: cerrar las ventanas y mantener afuera al enemigo. Pero en ese momento, una ráfaga hace su entrada a través de cada hueco de la vivienda y el estrépito y la conmoción que causó nos extrajo a todos de nuestras actividades. Nos reunimos, como atraídos por un imán, en el salón de las mecedoras donde encontramos a mi tío Papo en el suelo. Un fantasma, según él, lo había tirado.

"Sentí como jaló la mecedora hacia atrás y me vine al suelo. Era fuerte, muy fuerte...."

Comprendan por favor mi posición. Tengo nueve años y mi familia asegura que la casa de mi abuela donde vivo, donde duermo, está embrujada. Nunca más pude andar sus salones, ni subir sus escaleras sola. Hasta hoy, mis recuerdos del lugar están colmados de angustias infantiles, miedos arcaicos de muertos que desfilan por pasillos, te tiran al suelo y reclaman su lugar en el mundo de los vivos. Todo aquello, junto al Cristo que cerraba y abría los ojos en el descanso de la escalera y cuyo estreno en el lugar le provocó el susto más grande a otro tío que no esperaba que Jesucristo de repente lo mirara, me hicieron creer durante gran parte de mi infancia, que la casa realmente estaba habitada por muertos.

Recuerdo una vez, mientras contemplaba subir las oscuras escaleras bajo la mirada de Jesús crucificado para llegar hasta las habitaciones, también oscuras (mi abuela ahorrando energía) donde los vivos habían muerto y los lazos de colores brillantes intentaban cubrir sus lápidas, dos primos, esperando la ocasión perfecta desde arriba, me lanzaron un pedazo de tela húmeda mientras subía y aquello aterrizó en mi pequeño y redondo hombro. Entonces creí con cada neurona en mi cerebro que había llegado la hora de ver un fantasma. Todavía hoy no me explico cómo llegué, con los ojos cerrados apretados, a los brazos de mi abuela que se encontraba en la cocina al otro lado de la casa. Mis gritos ahogaron la risa de mis torturadores.

Por eso entiendo la ansiedad de Neka. Porque no todos hemos dado un salto de la infancia a la adultez y muchos continuamos albergando los miedos, las creencias y los ritos del pasado. Nos aferramos a la magia que aprendimos en la niñez con versiones hechas para adultos. Sin embargo, aún pienso que mudarse fue una medida extrema. Por un tiempo deposité mis esperanzas en que el sacerdote que la bautizó tendría el poder suficiente para extraer los demonios que se habían alojado en el cerebro de mi amiga. Pero no fue así, y lo peor era que Diego estaba completamente de acuerdo.

En los días en que ambos comenzaban a buscar una nueva casa, comenzó a germinar en el suelo neuronal de las fincas de mi azotea, una perturbadora idea. Desde que me volví invisible en casa de mi querida amiga de la infancia, las debilidades en su matrimonio se hicieron notorias. Nada nuevo: chantajes emocionales, abusos de autoridad y demás. Diego era muchas veces un hombre insoportable. Más aún porque inteligentemente, se dedicaba a compararme con Neka en terrenos donde ella saliera ridiculizada. Era terrible y por poco me saca del juego completamente. Las ridiculeces que acarreaban los comentarios de Diego me hacían sospechar que ya se estaba hartando de mí y me quería fuera de sus vidas. Pronto me dí cuenta que tal vez no estaba completamente en lo cierto.

"Creo que toda negra que decide desrizarse su cabello crespo es una insegura y una acomplejada".

Oraciones como ésas salían esporádicamente y repletas de mala intención de los gruesos labios del marido de Neka. Siempre me enfurecía pero le respondía lo más friamente posible. "Es cuestión de estilo", le decía, defendiendo la cabellera muerta de mi amiga.

Otra de sus odiosas estrategias exponía el desconocimiento de mi amiga en cuanto a obras literarias. Neka era asidua lectora de otro tipo de literatura cuyo deleite compartíamos. Nuestros ratos más agradables los pasábamos chismeando sobre los personajes de la última novela de Danielle Steel o Jackie Collins. En mi defensa puedo decir que nunca me puse, obviamente, del lado cruel de Diego, y defendí a mi amiga como si me hubiese pagado para ser su abogado. Pero esos comentarios dañaban cada precioso y escaso momento en que los tres comenzábamos a disfrutar alguna conversación donde estuviésemos de acuerdo. El espíritu de Diego es de naturaleza conflictiva y suele florecer en los jardines del antagonismo. El mío, por el contrario, se desvela para encontrar un factor común entre todos, donde nos podamos relajar y disfrutar de la tranquilidad de estar de acuerdo. Y, a pesar de que aquel hombre se había endulzado un poco con el embarazo de su esposa, no fue hasta que la niña de ambos, la hermosa María Teresa, cumpliera dos años de edad, cuando comencé a creer que él quería a esas dos mujeres, en su distorsionada forma de amar, más que a cualquier cosa en el mundo. Al final, lo demostró y tomó el camino hacia el cambio, una ruta tan altibaja como aquella primera casa embrujada de la colina, que María Teresa nunca conoció.

Pero esos son temas para otras mentiras. Lo cierto es que recuerdo mi tiempo en la casa desnivelada de Neka y en su otro recinto más equilibrado, como buenos momentos. Y fue precisamente en la nueva casa donde decliné y acepté ser la madrina y el hada de la hija de Neka. Respectivamente.

La mudanza de Don Diego y Doña Neka fue rápida. Mi amiga posee, en mi humilde opinión, un poder casi mágico: la mujer intuye lo que una casa quiere. Y, aunque no te gusten los muebles que haya elegido o no seas partidaria de los temas religiosos, es imposible acusar su domicilio de poca elegancia y gusto. Neka ubica y compra. Para ella es posible ver algo en una tienda y situarlo inmediatamente en un pequeño lugar de la nueva y nivelada mansión. Cuando el cerebro de mi amiga la decoradora no se enciende con posibilidades y probabilidades, ella continúa su camino y deja que sus ojos decidan cuál nuevo objeto requerirá de intenso análisis. Para ella, ir de compras significa vestir el hogar. Su ropa, aunque también elegante, nunca ha sido la perla de sus caprichos, la ordenaba de catálogos extranjeros o se la cosía una modista que tenía. Pero la casa era su lienzo, su instrumento musical, su literatura clásica. Era en este lugar donde Neka se convertía en la perfecta estrella, protagonista de su vida, allí, ella se agigantaba y nos dejaba a todos admirados de su talento.

Durante la fiesta de inauguración de la nueva y estable mansión, Don Diego preparó una gigantesca parrillada en el ahora nuevo e inmenso patio de Rocky y Balboa.

Aquella reunión familiar desencadenó dos eventos importantes. El primero me llenó de ansiedad y el segundo de confianza hacia mi querida amiga. La tolerancia con que siempre aceptó mis ideas, para ambos revolucionarias, nos unió para siempre. Neka me ha demostrado, una y otra vez, que es mucho mejor amiga que yo. Y lo ha hecho sin proponérselo.

Lo que jodió toda la vaina y provocó la primera de muchas batallas sobre el futuro del bebé por nacer, fue el hecho de que Diego me lo pidiera y no ella. Tampoco ayudó mi desconocimiento al respecto, no tenía idea que lo harían. Otras variables estuvieron presentes para hacer de la ocasión uno de esos momentos que todos queremos olvidar pero que persisten para siempre como pancartas brillantes en nuestras frentes: Diego lo hizo delante de todo el mundo, ambos pensaban que era un honor, yo no estaba tan segura.

"Amigos, amigos, por favor, acérquense", la voz de Diego proclamaba sin saberlo las primeras notas de nuestro desazón. "Esta chica que mi esposa conoce desde la infancia se ha empeñado en robarnos nuestro bebé mucho antes de nacer (risas y murmullos). Creo que le anda pidiendo a los santos que sea hembra para convertirla en una terrible feminista (más risas y algunos aplausos). Como padre de la criatura me siento ya orgulloso del cariño que está recibiendo y por eso quería pedirle aquí, a nuestra querida amiga, Neutrina", la mención de mi nombre disparó a mi corazón en una fuga inútil. No me gustaban los anuncios públicos ni dar discursos de agradecimiento. Estaba, más que sorprendida, anonadada. Busqué la mirada de Neka pero su rostro había adoptado la actitud de una primera dama aplaudiendo el nombramiento a vicepresidente de su mejor amiga, "que sea la madrina de nuestra hija y nos bautice a Maria Teresa, si es hembra, o a Armando Gustavo, si es varón. Compartirías el honor con mi hermano, que será su padrino".

Otra vez en una situación delicada. Nuevamente perseguida por los ritos que hace mucho había decidido abandonar. En ese momento quería preguntar ¿y para qué diablos quieres bautizar a ese pobre angelito? pero muchas otras cosas luchaban en mi interior y trataban de modular mi conducta y elegir el paso a dar. Pero como siempre, era muy tarde. Se suponía que tenía que reaccionar de inmediato, ya hacía unos segundos que debía estar dando saltitos de alegría ante el anuncio de mi cuñado. Mi respuesta llegó medio minuto más tarde y no con la alegría esperada. Mi incredulidad y mis deseos de no pertenecer a ningún tipo de ritual religioso habían dañado el momento; pero mi sonrisa fue amplia, aunque tardía, mi abrazo fue sincero, aunque ya Diego estuviese frío. Mis reflejos me traicionaron, mi cerebro pensó demasiado cuando sólo tenía que actuar por instinto, arruiné el día de Neka aunque hice todo lo que pude para compensarla después.

Apreté fuerte a Diego pero, de nuevo, ya era tarde. En los suelos neuronales de sus fincas había dejado caer la primera semilla conflictiva y Diego se alimenta de ellas.

"A menos que Neutrina no quiera, por supuesto", habló mientras me separaba de él y miraba a su alrededor. Los aplausos comenzaron a morir por lugares. Los de atrás, la familia de Neka, fueron los últimos en aplaudir.

"Diego, ya te dije que lo haré encantada".

"No seas hipócrita, creo que lo vas hacer por obligación".

Nuestras miradas se enfrentaron, había un reto en la suya y lo asumí.

"Disculpen, creo que Diego y yo tenemos algo que discutir".

"Vamos, Neutri, dilo, dinos lo que piensas de la santa madre iglesia católica y todos los que creemos en ella. Dinos lo que piensas de rituales como el bautizo y la primera comunión y cómo piensas encargarte de la educación de mi hijo para que no esté muy influenciado por nuestras locas creencias. Anda, dinos por qué te tomó un buen rato aceptar ser la madrina de nuestro bebé".

No tenía nada preparado pero siempre he sabido encontrar palabras para salir de un aprieto. Además, mi dignidad y el deseo de demostrarle a Diego que estaba equivocado, eran suficiente combustible para el viaje que me obligaba a realizar.

"Bueno, no quería aburrirlos con mis viejas ideologías pero aquí va", un pequeño discurso ya se iba formando en mi cabeza. "Yo me tomo estas cosas muy en serio. Ustedes más que nadie saben que desde que supe que Neka estaba embarazada decidí involucrarme más activamente en su vida porque quiero ser parte del mundo de esta criatura. No sé bien por qué lo he hecho, quizás porque pienso que tengo algo que brindar y porque hace mucho decidí que yo no tendría hijos. Tal vez porque ni mi hermana tienes hijos aún, lo que sé es que quiero a Neka y a su bebé y aquí estoy. Creo que los padres son los que deben tomar la decisión de qué tipo de creencias inculcarle a sus hijos y nunca he pensado en meterme en eso, aunque sí que he soñado con darle libros, con llevarla a museos, contarle cuentos feministas y darle un fuerte sentido de confianza y seguridad en sí misma. El problema es que no soy católica, no sé de dónde Diego habrá sacado la idea que tengo algo en contra de los creyentes...."

"Yo sí que lo sé...."

"...pero se ha equivocado, si fuera como él dice yo no estaría aquí. Si no salto de alegría cuando me anuncias que puedo ser la madrina de tu hija es porque no creo en tu religión y no sé si por ello no soy la más apropiada para participar en un rito en el que no creo. Para mí sería una hipocresía y una injusticia a mi sobrina y a ustedes que imagino toman en serio su religión. Como sé que tú sabes muy bien lo que siento al respecto no pensé que me lo pedirías y por eso me quedé como una idiota, porque de verdad me sorprendiste. Luego pensé que la forma más apropiada de salir del embrollo era aceptando y luego discutiendo contigo la idea en privado".

Lo había estado mirando todo el tiempo pero él miraba a los demás. Neka se puso de pie.

"Disculpa Neutrina, creo que debido a tu condición de no pertenecer a la iglesia debimos haberte preguntado primero. Muchas veces lo que es un honor para un grupo no lo es para otros".

"No tienes que disculparte, amiga, para mí es un honor, y como tal, debemos tomarlo en serio, pero si a ustedes no les importa..."

"Obviamente no nos importa porque te lo pedimos ¿no crees?", sus ojos todavía no me miraban sino que pedían, no, más bien exigían, la aprobación de los demás.

"Entonces no hay que hablar".

Pero no me sentía a gusto con la idea. La imagen de mi persona parada frente a un cura para jurar por una deidad en la que no creo, me daba náuseas. Por un tiempo dejé de visitar a Diego y a Neka. Necesitaba pensar. Y entonces, en una deliciosa tarde lluviosa, ellos me visitaron a mí.

"Te traemos un regalo".

Sonreí y los hice pasar. Serví cocacolas y una batida de lechosa con leche para Neka. Nos sentamos a charlar.

"Y bien ¿de qué se trata?"

"No creas que no hemos notado tu ausencia y nos haces falta. Especialmente a María Teresa..."

La reacción que debí haber tenido aquel día en el patio de la casa balanceada de mi vieja amiga Neka, atrapó a todo mi ser en aquel momento en que supe que iba a ser niña. Una muchachita, una hembrita, para contarle cuentos de hadas donde las princesas también matan dragones y se involucran activamente en su papel en el amor. Una niña, para compartir con ella mis viejas mariquitas de papel y diseñar nuevos vestuarios, para leer juntas las aventuras de Crusoe, llorar con Mujercitas y sensibilizarnos sobre el mundo del Tio Tom. Una niña para hablarle de los hombres, una niña para liberar de las supersticiones y el yugo de la religión. Era inevitable, y lo sabíamos.

Neka y yo estuvimos saltando y gritando por un buen rato. Diego nos miraba incrédulo.

"Nunca nadie había hecho tanta bulla por una niña...ahora bien, si hubiese sido varón..."

"Ay, cállate, Diego, ni tú vas a poder dañar el momento", exclamé.

"Tenemos otra noticia, Neutrina", detuve mis alegres brinquitos y lo miré. "No vas a ser la madrina de María Teresa. Otra buena amiga de Neka tomó tu lugar".

Aquella noticia me hizo feliz y me devolvió a mi posición de huesped invisible de los salones de su ahora nivelada, elegante, majestuosa y organizada guarida.

"Pero ahora yo quiero pedirles un favor. Como no puedo ser la madrina de María Teresa me gustaría que me dejasen ser su hada. Permítanme bautizarla en un ritual completamente inventado por mí y un nuevo amigo que tengo, ¿qué me dicen?".

Neka y Diego me aseguraron que lo pensarían.

Catorce meses después, cuando María Teresa cumplía diez meses de vida fuera de la placenta de su madre y Whitney Huston comenzaba a hastiar mi mundo con su I Will Always Love You, en el mismo año en que el Oscar a mejor película era entregado al filme más violento y bien hecho del momento, Pulp Fiction, Neka y Diego participaron en mi particular bautizo.

Salagadoola mechicka boola bibbidi-bobbidi-boo
Put 'em together and what have you got
bibbidi-bobbidi-boo

Comienza la ceremonia. María Teresa, sobre un colchón cubierto de juegos y caramelos de colores vibrantes, disfruta de la divertida música de la Cenicienta. Mi amigo estadounidense, Joe, pastor oficial de la iglesia de "Bob", recita el siguiente discurso entre las palabras mágicas de Jerry Livingston y la voz de Verna Felton, el hada madrina:

Salagadoola mechicka boola bibbidi-bobbidi-boo
It'll do magic believe it or not
bibbidi-bobbidi-boo

"Queridos hermanos, polvo estelar de polvo estelar, bienvenidos. Porque la magia pertenece al mundo de los niños y debe ser colorida, no sangrienta. Porque la magia tiene que vestirse de monstruos que puedan ser vencidos y descartados una vez los utilicemos para crecer. Porque la magia debe acompañar al niño y ofrecerle un millón de posibilidades, pero también debe advertirle que su mundo pertenece sólo a la niñez y que en la adultez, la magia no es más que una ilusión...."

Salagadoola means mechicka booleroo
But the thingmabob that does the job is
bibbidi-bobbidi-boo

"María Teresa obtendrá de su tia Neutri un mundo lleno de magia de la buena, de hadas y duendes, de magníficas deidades y temerarios profetas, también de horripilantes monstruos y sabios magos, de inteligentes princesas y hermosos príncipes. Pero con el tiempo, toda esa magia será reemplazada por información y la magia convertirá la imaginación de esta hija del Universo en un gigantesco parque de diversiones que la ayudará a crecer...."

Salagadoola menchicka boola bibbidi-bobbidi-boo
Put 'em together and what have you got
bibbidi-bobbidi bibbidi-bobbidi bibbidi-bobbidi-boo

"...Neutrina espera estar allí, para ayudarla a sobrellevar sus errores y disfrutar con ella en sus éxitos y enseñarle la vida desde otro punto de vista, siempre respetando la visión de sus padres, aunque no la comparta con éstos. Neutrina brindará amor, pretección y cariño a María Teresa y estará en cualquier momento necesario. Y, todo ésto, no es necesario jurarlo ¡que para eso están las fotos!".

Bibbidi-bobbidi bibbidi-bobbidi bibbidi-bobbidi-boo,

Seguiremos charlando, ¡cheeeeeeseeeeee!

Neutrina :)

01:00 | glenys | 8 Comentarios | #

Más sabe el diablo por viejo, que por diablo

Triste la hubiésemos pasado si la vida hubiera dotado a la imaginación de pleno acceso a nuestro sistema límbico. Es probable que una gran parte de la población hubiese optado por abandonar la realidad para arrojarse delirantemente en los brazos de la fantasía. Pero imaginar no es lo mismo que vivir y ni siquiera la persona con mayor grado de empatía es capaz de sentir exactamente lo que siente el otro, sólo lo sufre o disfruta más, de acuerdo al grado de cariño que sienta por la persona afectada.

Por eso nada te prepara para aquello. Nadie puede aconsejarte ni transmitirte el dolor que vas a sentir. Tampoco tu imaginación puede acercarte peligrosamente a ello, sólo te muestra lo que podría ser, sin acceso directo a tus emociones. Y por eso nos gusta tanto imaginar, porque de una forma u otra, no nos daña, su intensidad nunca le llega ni a los imaginados tobillos de lo que llamamos "en carne propia".

De la misma forma, me es más fácil hablar del amor cuando no estoy atrapada entre sus orgasmos, en esos inicios mágicos que inhiben mi sentido común y mi originalidad y que me hacen caer en la misma tontería, una y otra vez. Aunque la sienta distinta. Aún así vuelvo a creer, luego de maldecir mi credulidad y considerarme refrescantemente escéptica. Aún así.

Porque primero están sus besos, que me devuelven un mundo rosa y una realidad perfecta. ¿Para qué escribir entonces? ¿Para qué leer siquiera? Si puedo extraer hobbits de sus poros, si me es posible conversar con Alobar en el bosque que crece en su cráneo y comprender el dulce amor entre Lyra y Will en la calidez entre sus piernas. Cuando su anatomía se convierte en mi literatura opto por adorar al dios Pan mientras bebemos de la enriquecedora lujuria que brinda el amor nuevo.

"¿Eres celosa, Neutrina?"

Una pregunta así debe parecerle sumamente insignificante al universo.

Muchas veces me pasa que siento las cosas extrañas y ajenas si las miro detenidamente y desde otro ángulo. Como cuando repites una palabra tantas veces que le robas su significado, y así, desnuda, pierde el sentido completo de su existencia. Asimismo, algunas conversaciones me dejan un sabor extraño en las neuronas. Algo que no sé nombrar y que no siempre me gusta.

"No creo, es decir, no mucho, creo que soy normalmente celosa, imagino que reaccionaré de alguna forma extraña si te veo coqueteando con otra chica".

"¿Cómo crees que reaccionarías si me vieras con otra?"

Lo imaginé y hasta cerré los ojos para crear un mejor efecto. Ella tenía el pelo lacio, largo y marrón, con unos rayitos más claros que la hacían lucir exactamente como una de las modelos del anuncio de Pantene. Su sonrisa de actriz de telenovela se convirtió en un beso sensual que la unió a mi querido Andrés. Abrí los ojos un poco angustiada.

"No creo que me sentiría bien. Es lo normal ¿no?"

"Pues a mí tampoco me gustaría. Yo sé que reaccionaría violentamente".

"¿En serio?"

Me sorprendió su actitud. Lo tomaba por un tipo pacífico. Pero apenas lo comenzaba a conocer.

"Si, no me gusta que me engañen".

"Así que ¿atacarías al tipo...?"

"En un santiamén".

"Pero ocurre que el tipo pudiera ser completamente inocente. Quizás yo nunca le dije que tenía novio. ¿No crees que estaría mal atacar sin averiguar primero?"

"No. Yo ataco y averiguo después".

En aquellos días feromonales, las discusiones no llegaban más allá de nuestra descubierta playa, ni siquiera terminaban en algún lugar seguro entre los dos. Quizás eran las cosquillas o una caricia inoportuna, alguna carcajada espontánea o un momento de silencio que se nos iba en miradas patológicas, síntomas inevitables del amor. Y esas conversaciones volaban juntas hacia el mundo donde se encuentran todos esos lapiceros que simplemente desaparecen de mi escritorio sin dejar huella alguna de su existencia previa.

Igual que esos sueños diurnos, que no se parecen a la realidad aunque estemos seguros de observar innegables similitudes cuando los inventamos.

Alguna que otra vez, ráfagas de dignidad femenina sacuden mi frágil personalidad y me siento un tronco viejo y fuerte. En esas ocasiones, creo que estoy más allá de las emociones y que en un momento de debilidad puedo extraer de la razón las armas y las herramientas suficientes y necesarias para salir de cualquier discrepancia sentimental dentro de mi pequeño mundo de cupidos y corazones. Así de fuerte siempre me creí, hasta que un día me topé de bruces con una amiga. La sabia dama "experiencia", que vino a enseñarme otra faceta más del largo camino que emprendí en el momento en que fui concebida.

Existen ciertas noches, en el transcurso de la existencia de cualquier individuo, cuando haces algo tan fuera de tí que necesitas específicamente a esas amigas que siempre te han hecho sentir menos patética. Mikaela me llamó en la madrugada. Luego de hablar con ella encendí la luz y observé que eran las tres y diecisiete de la mañana. Corrían tiempos navideños y se escuchaba la explosión esporádica de fuegos artificiales a lo lejos. Me vestí y me senté a esperar. Neka y Mikaela estarían tocando mi puerta en cualquier momento.

Cuando llegaron colé café y saqué algunos bombones. Era obvio que nuestra amiga no se encontraba bien, en su rostro había tanta tristeza que Neka y yo no dejábamos de abrazarla, de arreglarle el cabello, de acomodarla y de tratar de reanimarla de la mejor o peor forma posible

"Ayer en la playa me encontré con Vicki", comentaba Neka. Notaba que estaba tratando de actuar con interés. "Me preguntó por tí...."

"Y por él ¿no te preguntó por él?", interpeló Mikaela entre gemidos, sonidos agudos y constantes que me hacían pensar en una sesión de acupuntura auditiva. El amor, ¿cómo es que puede doler tanto?

"Mika, cariño, llora todo lo que quieras. Desahógate, pero eso es muy de los hombres ¿sabes? Yo no le daría mucha importancia. No le cierres la puerta si quiere volver. Esos errores se cometen a cada rato".

Era evidente que mi cerebro no estaba de acuerdo. Neka tenía una versión muy romántica del amor y a mi parecer, Mikaela no tenía por qué ponérsela fácil al señor.

"Bueno, bueno, Neka. Si quiere una segunda oportunidad que se la gane ¿no? No es cuestión de ir donde el tipo luego de que ha hecho lo que le ha dado la gana y decirle, te perdono, cariño. Déjalo que se arrastre un poco".

"Adrián no es tipo de arrastrarse, Neutrina, si ella..."

"¿¡Pero es que te has olvidado completamente de lo que le hizo?!"

Mikaela había encontrado a su novio de más de un año, deliciosamente encariñado con la cavidad genital de otra mujer. La indignación hubiese sido menor si el chico no se hubiese negado, todo el tiempo que estuvo con ella, a desempeñar aquella misma deleitosa actividad que parecía disfrutar tanto con la, ¡maldición!, endemoniadamente hermosa rival. Eran demasiados golpes en un sólo momento. Fue tanta la información que el cerebro de Mikaela tuvo que procesar en aquel doloroso y humillante instante, que lo único que atinó a gritar fue: "¡Eureka!"

"¿Gritaste eureka?", inquirió Neka, su rostro empeñado en mantener encarcelada la risa.

Pero era obvio que Mikaela no quería hablar más del asunto. "Todavía tengo la carne de esos desgraciados en mis uñas", dijo entre lágrimas. Neka y yo nos miramos angustiadas.

Mikaela lo sospechaba pero quería confirmarlo. Una de esas lentas tardes, lo había seguido desde su casa a la oficina y allí había esperado paciente y fríamente hasta que lo vio salir acompañado de una preciosa colega. No recuerda la trayectoria, llovía en su cara y no podía ver bien el mar. Él había tomado el malecón, su mano a veces acariciaba el cabello de aquella mujer. En el parqueo del hotel se arregló un poco el maquillaje para sobornar su camino hasta ellos. Y al bajar del coche se dio cuenta que se había hecho de noche.

"No la llevó a un motel. Es seguro que esa puta está entre las tres primeras de su lista, el muy desgraciado. Habitación y tratamiento de lujo", gritaba Mika entre sollozos. Neka y yo intentábamos con genuina desesperación, recaudar ideas para el fondo de enmendar lo irreparable. "Cuando los ví no pude aguantarme, primero recuerdo que el mundo desapareció a mi alrededor y luego entendí cuál era mi real sorpresa. Él la quería más que a mí, creo que por eso grité la estúpida palabra".

La humillación se hizo cargo después. Mikaela se avalanzó sobre la ardiente pareja y sus manos golpearon, arañaron, rasguñaron y abofetearon a diestra y siniestra. Hasta que él la calmó, la sacó del cuarto y armó un escándalo con la administración del hotel por haberla dejado pasar. Mikaela siempre ha usado su belleza para abrir puertas. Aunque quizás haya aprendido esta vez uno de esos tantos clichés que nos aseguran que hay algunas que es mejor dejarlas cerradas.

"Es seguro que consiguió no pagar por la habitación".

"Y así quieres que se reconcilie con semejante gusano".

"Bueno, puede que valga la pena".

"No vale la pena. Nada de esto lo vale. Ni tus lágrimas, ni el espectáculo que armaste en el hotel. Es la maldita cara del amor que odio".

"¿Y cómo hubieras reaccionado tú, Neutrina?", me pregunta Mikaela desde su esquina, su mirada una mezcla de rabia, angustia y dolor.

"No te enojes conmigo, Mika, yo no te he hecho nada. Sólo pienso que muchas veces es mejor contar hasta diez y dar la espalda..."

"Y, ¿qué crees tú que ganamos con eso?"

Mikaela se acercó un poquito. Sus ojos estaban pequeños de llorar. Su maquillaje aguado se desplazaba por todos los recovecos de su simétrica cara y hasta parte de su elegante camisa de seda estaba manchada con matices que una vez colorearon su perfecto rostro.

"Pues, quizás ganamos un poco de dignidad al salir del ring".

"Y qué coño quiero yo ahora con la dignidad. La dignidad y cualquier malditísimo rastro de ella se desvaneció en el instante en que los ví. Tenías que ver la cara de placer que tenía esa estúpida. ¡Maldita perra, seguro no le tuvo ni que pedir que se lo hiciera!"

"¿Ella te conoce? ¿Sabía de tu existencia?"

"¡No me digas ahora que vas a ponerte de su lado, Neutrina!"

"No necesariamente, pero no podemos ser injustas, especialmente si se trata de otra mujer...."

"Oh, vete a la misma mierda, Neutrina. Debí haberlo sabido, contigo uno siempre termina negociando con el abogado del diablo".

"Lo siento, amiga, de verdad...a veces necesito mantener mi gran bocota cerrada por más tiempo".

La abracé y traté de decir nada más sin pensarlo minuciosamente primero. Es un juego extraño el que jugamos, desplazándonos en un laberinto que se mueve entre las emociones y la razón y donde no siempre resulta alguien ganador. Cuando aconsejo desde la razón, termino no entendiendo los sentimientos de la persona, cuando aconsejo desde la empatía emocional, no consigo ser objetiva y al final me sale una mierda de consejo. La única opción es aconsejar desde la experiencia, contar tu reacción cuando y si es que lo has vivido. De lo contrario, es mejor optar por cerrar la trompa ante lo que se desconoce.

Meses más tarde, necesitaría la opinión experta de Mika para lograr navegar a través de mi propio huracán.

Cuando los besos de Andrés aún conservaban el poder de borrar al mundo de mi existencia, los encontré en una esquina borrando el vecindario de las neuronas de otra mujer.

Momento difícil de describir aquel. Me descolocó, para luego reubicarme en un estrecho espacio entre la histeria que causa el dolor y la cómoda insensibilidad de la que tanto hablaba Pink Floyd en The Wall.

Algo primitivo se apoderó de mí. Aquellos labios eran míos, aquellas manos que le acariciaban el cuello eran mías también. El contenido dentro de esos conocidos jeans era, definitivamente, mío. Y aquella mujer, aquella descarada, me lo estaba robando. Hay miles de canciones que lo cuentan. Hay millones de personas que lo han vivido. Cientos de miles de filmes han convertido ese momento en ganador de varios premios de alguna academia. Aún así, nunca estás preparada para ese maldito y largo segundo de reconocimiento.

Su pelo no era como el del anuncio de Pantene. No, era mucho peor, porque era real y lo podía sentir entre mis manos. Sus facciones no eran finas ni su piel de porcelana, como las modelos que protagonizaban mis sueños diurnos, pero sí poseían la belleza de lo vivo. Y era mucho más doloroso y desesperante.

No le solté los cabellos hasta que Andrés, mirándome fijamente me gritó como por décima vez: "¡¡Neutrina, suéltala, suéltala ya!!"

Entonces abrí mis manos y recordé dónde estaba y lo que hacía. Quité las manos de Andrés de mis hombros y caminé, lo mejor que pude, lejos de ellos.

Andrés corrió tras de mí.

"¡Neutri! ¡Espera! ¡Espera!"

Me detuvo y dejé que besara mis lágrimas y que me pidiera perdón. Necesitaba clamar mi territorio y reclamar mis besos. Era mi guerra y tenía que ganar. Pero no supe cómo seguir. La voz de la conciencia a veces se pone pesada y no te deja vivir.

"Y eso que no eras celosa", me susurró de la forma más cariñosa.

"Por favor, mejor hablamos de esto mañana ¿si? Estoy muy sensible ahora. Nunca en mi vida había atacado a alguien de esa forma".

Lo cierto es que todavía temblaba. Todos mis músculos me parecían tarros de gelatina en las manos de un niño de dos años.

"Ella no significa nada para mí", parecía sincero, o quizás así lo quería ver.

"¿Por qué la besabas entonces, Andrés?", no quería llorar pero las lágrimas verdaderas son como la muerte que no te pregunta si puede ir a visitarte, si tienes algún plan. Sólo mete su podrida pata en tu sala y listo.

"Ella me besó a mí y me dejé llevar. Maldita mala suerte que tenías que vernos en ese preciso momento. En serio, Neutri, no quiero nada con ella. No me gusta, quiero seguir contigo ¿ok?"

"Te lo pido, Andrés, hablemos de este asunto mañana, por fa, estoy muy cansada y no puedo pensar claramente. Tengo que alejarme de tí..."

"Mira, Neutri, yo te quiero, no te alejes por mucho tiempo porque entonces me forzarás a que te vaya a buscar, ¿eh? ¿Nos vamos entendiendo, mi amor?"

Me gustaba escuchar lo que decía. Estaba enamorada o aquellas palabras hubieran llegado con olor a mierda a mi nariz. Pero lo quería y sentía intensamente ese deseo de poseerlo, de que fuera mío y de que la otra lo supiera. Por mucho tiempo planeé varias formas de que él me besara en frente de ella. Cuando por fin lo conseguí, un año después, ya no lo quería tanto.

"Déjame besarte, Neutri, sólo un beso de buenas noches, ¿si? Para que me sientas, eh, mi vida preciosa. Quiero sentir que aún sigues enamorada de mí".

No fue sólo un beso, estuvimos allí largos minutos disfrutándonos. Pero entre sus besos pensaba, entre sus besos planeaba y, desde ese maldito día, sus besos comenzaron a borrar menos y menos partes del mundo que me rodeaba. El amor sublime comenzaba a morir con el primer porrazo. Es imposible bajar con dignidad de este ring, porque nunca se pierde ni se gana, sólo se vive.

Esa noche llamé a Mikaela y permití que fueran sus brazos los que me consolaran. Su experiencia, y la forma en que salió de su propia humillación, me sacaron del agujero emocional en el que había caído. Mientras alimentaba mi ego con helado de chocolate, mantequilla de maní y avellanas, observé su hermoso rostro que se reía del recuerdo de su reacción aquella vez.

"Espero que nunca más me vuelva a ocurrir, pero te juro que si me pasa, trataré de seguir el consejo que me dio una amiga hace unos meses, contar hasta diez y alejarme rápidamente del lugar de la traición".

"Pero, como dice el refrán: del dicho al hecho hay tanto trecho que en esos momentos ni en nosotras mismas podemos confiar".


Seguiremos charlando,

Neutrina :)

01:00 | glenys | 2 Comentarios | #

Neutrina y el borrador de memorias


"Si existiera un aparato que borrara las memorias, ¿cuáles borrarían?"

El pasto verde del jardín de la abuelita de Neka acariciaba nuestras espaldas en un precioso momento de despreocupación. Era un enero dominicano en su máxima expresión, brillante, lúcido y azul, y acompañado de una fresca brisa que, definitivamente, tenía que ser buena para la salud.

Mientras me deleitaba observando la formación de un magnífico dragón en una nube, escuché la pregunta de Lina y una mancha fea estropeó el momento. Cerré los ojos, pero eso no ayuda cuando quieres olvidar. Los malos recuerdos adoran la oscuridad.

"¿Por qué tienes que estropear una bella mañana con malos recuerdos?", dije suspirando.

"Pues me pareció una buena pregunta", me respondió Lina, había apoyado el codo sobre el suelo marrón y verde y en la palma de su mano sostenía su rosada y pálida cara que ahora me miraba con genuino interés.

"Si estás borracha", interpeló Mikaela muy apropiadamente, a mi entender.

"Es que a Lina la joden los buenos momentos. Se viste de negro en carnaval", dijo Neka con palabras que parecían sonreír al escucharlas.

Lina fingió estar molesta por el comentario, pero ya nos conocíamos bien y no era la primera vez que nuestra amiga se empeñaba en buscar la forma de arruinar un "momento pastel", como ella los llamaba cínicamente. Si lo dejaba pasar, era probable que enero se tornara brillante otra vez.

"Son unas cobardes las tres. El individuo para crecer tiene que conocer muy bi...."

Mikaela comenzó a roncar y Neka y yo fingimos quedarnos dormidas, pero Lina era insistente y sabía muy bien cómo llamar nuestra atención.

"¡Wao! Sus caras aburridas me han dado una estupenda idea. Les encantará. Lo que voy hacer es tratar de adivinar cuáles memorias ustedes borrarían con mi imaginado aparato".

Mi espalda se levantó del hasta el momento cómodo cesped y una nube negra comenzó a formarse sobre nosotras. Desde la casa llegaban hasta nuestras narices distintos y deliciosos olores de la pastelería de la abuelita, que formaba parte del terreno. También nuestros oídos eran estimulados por las voces que se originaban en alguna emisora de radio del país y eran transmitidas hasta el aparato de la "Tía Lila", a quien a menudo encontrabas cantando en la caja registradora. En el instante en que Mikaela recogía sus cosas para marcharse, escuché las primeras notas de la canción de Camilo Sesto "Llueve sobre mojado".

"Nos vemos, chicas, no voy a someterme a los jueguitos estúpidos de Lina".

"Cobarde, cobardita, cobardetina", cantaba Lina, sus extrañas facciones ahora sí parecían divertirse bajo el sol. "Aún te vayas, cobardeMika, voy a decirle a estas dos qué es lo que quieres olvidar".

Los perfectos ojos de Mikaela se conectaron con la mirada epiléptica de Lina, ambas trataban de sonreír, pero era casi evindente que el pleito comenzaba a asomar su cabeza espinosa. Lina y Mikaela siempre terminaban como dos brujas enemigas.

"Estas dos", masculló las palabras despacio, intentaba tragarse al dragón en el que se convertía cuando discutía con Lina mientras nos señalaba alternativamente a Neka y a mí, "saben muy bien lo que quisiera olvidar. Tú también lo sabes muy bien, así que no entiendo cuál es el maldito problema".

"Yo no tengo ningún maldito problema, estábamos muy bien hasta que tú comenzaste a discutir y a amenazar con que nos dejas".

La bella Mikaela se desfiguró un poco al descubrir el tono burlón en sus palabras. Lina siempre lo lograba, tenía ese poder. Neka y yo le llamábamos el lado oscuro de Lina. Una vez terminado uno de estos episodios oscuros, mi querida amiga se retiraba y no la volvíamos a ver por algunas dos semanas. Hasta que un día simplemente me llamaba y volvíamos a ser las mismas otra vez. Pero sabía que algún día Lina se separaría completamente de Mikaela. Neka decía que su belleza le hacía daño. Aunque yo no estaba tan segura que se tratase sólo de eso.

"Estábamos muy bien", argumentó Neka, "hasta que tu abriste la bocota para traer malos recuerdos en una linda mañana. Yo también soy una cobardetina, Lina, porque tampoco quiero torturarme recordando las cosas malas que me han pasado".

"Ah, pero mi querida amiga Neka, esas son las cosas que te han hecho crecer y son esas mismas cosas las que un día permitirán que pases por la adultez sin que te importen muchas otras cosas. Si no aprendes ahora no vas a funcionar bien como adulta", su tono nunca era absolutamente serio, aunque sabíamos que creía en lo que decía.

"El problema aquí, en realidad, eres tú, Lina. Tú deberías irte y no Mikaela".

La solidaridad de Neka hacia Mikaela me estremecía. Me hubiese gustado tener algo de eso. Yo siempre trataba de mantenerme al margen y muchas veces no me gustaba este aspecto de mi personalidad, quería ser más temeraria y menos suiza.

"Ustedes son tan limitadas. Ni siquiera me preguntan sobre el juego, si supieran lo interesante que es. Es preciso que entiendan que sus preocupaciones ahora son completamente insignificantes. Hay personas de nuestra misma edad que ya tendrían que borrar atrocidades de sus recuerdos. Y a ustedes ¿que mierda las mortifica?"

Me miró detenidamente y supe que me había convertido en su blanco. Era lo más lógico y nos sucedía a menudo, porque yo era su mejor amiga entre las cuatro y Neka y Mikaela a menudo terminaban aliadas. Sentí que me hundía en mi claro y brillante día.

"Sé, que no basta, con llorar, con ponerme de rodillas y pedirte perdón...", cantaba Camilo en la radio, como pidiéndole a Lina por mí.

"La pobre Neutrina es seguro que quiere olvidar varios episodios con su vieja archienemiga del colegio, Noni, las malas y pocas citas que ha tenido y, es muy pero muy probable, que en esa cabecita loca de mi amiga, se esté ahora encendiendo un bombillito rojo porque teme que yo mencione algo estúpido y reciente que ella desea olvidar. No lo voy a mencionar, el juego no va así, amiga, eres tú quien tiene que decirlo para que te des cuenta lo estúpido que en realidad es".

Era inútil, en aquel instante en que el cantautor español gritaba desde la pastelería "y aunque llueeeeve sobre mojado....", las cuatro pensábamos en el episodio del traje de baño de unas semanas atrás. Una pesadilla de adolescentes.

Con la aprobación de Neka y Mikaela y por encima del disgusto de Lina, había comenzado una dieta estricta para ponerme un traje de baño brasileño que estaba vendiendo la hermana de Mikaela, otra beldad dominicana cuyos genes la habían moldeado para andar eternamente en uno de esos espectaculares bikinis. Logré perder algunas libras pero algo dentro de mí todavía se negaba a usar el diminuto traje. Tenía miedo hasta de medírmelo, a pesar de que Neka me aseguraba una y ota vez que me quedaría "pintado".

Luego todo pasó muy rápido. Nos fuimos las cuatro a la casa de la playa de los padres de Mikaela con unos primos de ella y sus familiares. Uno de ellos, por supuesto, nos traía a todas de cabeza. Era uno de esos adolescentes, amigo íntimo de la pubertad, que parecía haber conquistado el caos hormonal y haber asumido el control total sobre su cuerpo. Todo en él nos parecía perfecto.

Tuve la mala suerte de que fueran los ojos de aquel adonis los que me vieran por primera vez en el maldito traje de baño. Salí del baño luego de probármelo para verme en el espejo, Lina estaba conmigo y se había negado a darme su opinión. Nuestra sorpresa fue fulminante cuando descubrimos a nuestro querido príncipe moreno justo allí, buscando algo en un armario. Hubiese preferido haber estado desnuda.

"Uy, perdón", dijo, y nos dedicó una esplendorosa sonrisa hollywoodense. Luego se irguió, me miró de soslayo y con los labios corridos hacia un lado me sugirió, "ese traje de baño no va contigo, Neutri, el de ayer te quedaba mucho mejor".

Dos cosas me sucedieron en ese momento. La primera fue que me enamoré de él, de forma fulminante y con la intensidad de la adolescencia. "Hay que admitir que tiene clase aunque es extremadamente entrometido", diría Lina más tarde. Y la segunda fue que conocí, cara a cara, un nuevo tipo de vergüenza. No supe qué decirle pero mi querida Lina, que estaba allí conmigo, habló por mí.

"Es que el traje de baño es de Mikaela y yo le dije que se lo pusiera porque últimamente está tan flaca esta mujer que pensé que lo llevaría bien. Y no creo que le quede tan mal, es sólo que no es su tipo".

Pero él ya había perdido el interés y caminaba hacia la puerta de la habitación.

"Me pondré el de ayer", atiné a decir en un momento de lucidez. Y así lo hice. Pero ya no pude mirarlo a la cara ese fin de semana y le pedí a las tres, luego de contárselo a Mikaela y a Neka, que jamás habláramos del episodio otra vez.

"Pues a él se le salió un peo cuando se reía en el almuerzo y no lo ha manejado tan mal como tú", había dicho Lina esa noche en la playa, las cuatro yacíamos medio borrachas en unos camarotes, luego de habernos tomado como tres vasos de anís con hielo y varias cervezas contrabandeadas de la cocina.

"No es lo mismo y lo sabes".

"Lo que pienso es que le estás dando demasiada importancia al asunto".

"Y lo que yo quiero es que no hablemos más del asunto".

Y no hablamos más de ello. Pero esa lúcida mañana de enero, el recuerdo de sus preciosos labios en aquel estado de desaprobación y de su mirada que se detenía en mi mal vestida cola, me producía un fastidioso sentimiento de desazón.

"¿Qué quieres, Lina?", le pregunté algo hastiada de su actitud.

"Quiero que admitas que tus malos recuerdos son insignificantes".

"No".

"¿No?"

"No puedo admitir algo en lo que no creo. Mis malos recuerdos significan algo para mí. El hecho de que no haya vivido alguna atrocidad no quiere decir que mis pequeñas derrotas no tengan significado".

"Es que eso no fue una derrota. Lo que pasa es que no te das una oportunidad porque tienes miedo al rechazo y a sufrir. Y lo que quiero que entiendas es que eso ni siquiera es sufrir".

"¿Y qué es?"

Estuvo en silencio un momento, mirándome fijamente. Mikaela se había sentado otra vez y Camilo Sesto finalizaba su canción.

"Eso es vivir, Neutri, tienes que aprender a enfrentar la vida con menos miedo. Ustedes tienen miedo de reírse de sus fallos y eso te corta las alas a largo plazo. No puedes permitir que la opinión de los demás arruine todos tus momentos".

"Pero es que no era la opinión de cualquiera sino la de él".

"En unos meses, un año, quién sabe, no recordarás el nombre de él. Él no es tan importante como crees y vendrán otros mejores que él. Lo que no puedes es permitir que ellos moldeen lo que piensas de tí. No dejes que los demás sean tu espejo. Y lo traje a colación hoy porque me ha molestado todo el tiempo. Me molesta que le den tanta importancia a lo que piensan otras personas que ni siquiera las conocen bien. Es atroz".

"¿Atroz? ¿Para tí es atroz que una persona te de un buen consejo?", intervino Mikaela. "Una persona no puede vivir aislada, Lina, los demás son como una guía que te avisa si vas bien o no".

Lina soltó una estridente y burbujeante carcajada. "Tú no entiendes, Mikaela. Tú todavía vas y rezas lo que el padre te ordena rezar luego de la confesión. Siempre tan obediente, tan seguidora de las modas y de las opiniones de fulano y fulana. Yo puedo contar, en esta mano, las personas que influyen directamente en mí, las que se han ganado mi cofianza, todo lo demás no me concierne directamente".

"Y será seguro por eso que te quedarás vieja y sola", soltó Mikaela, el rostro carente de expresión.

"Bueno, cariño, ya sabes cómo va el refrán, mejor sola que mal...."

Dejó el final para que alguna de nosotras lo completara y se puso de pie.

"Debo admitir que es probable que exagere, pero ustedes también lo hacen. Aunque siempre tengo a Neutrina que por lo menos intenta, aunque torpemente, equilibrar los dos aspectos. Piénsenlo, los días claros y lindos como éste son buenos para eso".

Cuando comenzaba a partir, la tía Lila salió de la pastelería con una bandeja llena de dulces expectativas.

"No te vayas, Lina que ahí viene tía con pastelitos y jugos. Quédate que te voy a decir lo que borraría de mi memoria mientras me como una de esas ricuras. Para compensar ¿no?"

Bueno, y también teníamos la suerte de contar con Neka, que era como el diamante en bruto que nadie nunca supo reconocer.

Las tres admitimos hace unos días que Lina había tenido la razón aquella vez. Sólo Mikaela, por razones obvias, recordaba el nombre de su primo.

Seguiremos charlando,

Neutrina :)

01:00 | glenys | 10 Comentarios | #

Amenaza grave en la vida de Neka

El brazo despega; la mano lleva órdenes que necesita ejecutar, órdenes internas que deben ser liberadas cuanto antes de la fuente de rabia que las originó. El brazo despega con furia, como impulsado por cohetes, consumiendo combustible en aquel levantamiento que acabará en dolor, como siempre.

La extremidad musculosa es fuerte, masculina, para nada ligera. Ella tampoco la trata con ligereza, pero la máquina está dañada y no responde ni corresponde a programas de amor ni de cariño. Tarde o temprano, la rabia acaba por producir lanzamientos furiosos que asesina el amor de todos, lentamente.


Me lo contó alguien más, no la víctima. Una amiga que estaba más cerca y podía ver las cicatrices sanar. Yo nunca noté nada, la veía muy poco y la sentía muy fuerte como para imaginar que soportaba tanto por...¿por amor? ¿por temor?


El brazo comienza su descenso. La torre de control mantiene su cámara enfocada en el objetivo, que ya ni se mueve, sólo atina a protegerse con sus propias extremidades. La misma mano que hace unas cuantas horas acariciaba sus tejidos internos con pasión, ahora se cierne sobre ella como una tormenta, totalmente apersonal, como si no la conociera, como si no la amara.


Mikaela no se atreve a hablarle sobre ello. No ha tocado el tema. Ella, que está cerca y que dice ser su mejor amiga.

"Pero, nunca, ¿nunca le has preguntado?"

"Te explicaré algo, Neutrina, estas cosas son muy complejas, más de lo que crees. Neka es feliz..."

Comencé a interrumpir con un sinnúmero de teorías que se alzaban y se deslizaban entre mi campo neuronal como ofendidas ante tal afirmación. Pero Mikaela no me dejó comenzar...

"Tú misma me lo comentaste la semana pasada. Hasta me dijiste que ella estaba lista para tener un hijo con este hombre".

"Si, pero nunca imaginé que fuera..."

"No lo imaginaste porque ella es realmente feliz".

"¿Es masoquista, entonces?"

"El problema contigo, Neutri, es que crees que todas somos como tú. ¡Válgame, Dios! Para Neka, este hombre está por encima de muchas otras cosas que para tí son más importantes. Tú no conoces de relaciones, no sabes lo que es amar de verdad".

Por supuesto, no podía estar más en desacuerdo.

"No creo que amar sea aguantar, soportar. No creo que amar sea equivalente al dolor, no de esa forma, no producido innecesariamente por la persona que amas. No estoy de acuerdo, no, y me niego a pensar que bajo esas condiciones se pueda ser feliz".

"Sin embargo, Neka lo es". Miakaela extrajo cuidadosamente una lima de uñas de su cartera y comenzó a pulir las suyas. Eran largas y estaban desnudas, esperaban ser vestidas en menos de una hora por la manicurista del salón, donde tenía una cita.

"Creo que lo que haces es justificar tu silencio ante ella. Que sea feliz te libera de tu papel como amiga y no tienes que inmiscuirte en algo que aseguras no le hace daño, por el contrario, ¡hasta la hace feliz! ¿Y si la mata un día, Mikaela, qué tan feliz podrá ser entonces?


El brazo empuja la mano hasta la pequeña cabeza y la punta de una hebilla que usó hace unos momentos para recogerse el pelo le atraviesa el cuero cabelludo impulsada por los martilleos de sus nudillos vellosos. Él tiene hermosos dedos, largos, bien cuidados, ni delgados ni regordetes. Ella ama sus manos. Ella necesita sus manos, prefiere el dolor que le ocasionan a perderlas.
La herida comienza a sangrar y ella imagina que es actriz y que todo es mentira. Así es, en cualquier momento alguien gritará "¡Corten!" y sus manos volverán a ser las mejores productoras de placer que ella jamás conoció.


"¿Qué te pasó en la cabeza?" El café frente a mí insinúa mil cosas. Las grita. Neka tiene una pequeña venda en la parte superior de su cabeza.

"Ah, eso...me la partí con un pedazo de hierro que sobresale de una ventana en el jardín de Don Ramón, el papá de Diego. Creo que lo conociste una vez ¿lo recuerdas?"

Demasiado específica y muy rebuscada la respuesta.

"¿Tuvieron que darte puntos?"

"Sólo tres".

Ella evita mi mirada. ¿Habrá hablado con Mikaela?

La había llamado esa tarde para decirle que la tenía que ver con urgencia. Pero ahora frente a ella había quedado sin palabras y me preguntaba si debía inmiscuirme en sus asuntos personales. Ya casi no éramos amigas, nos juntábamos cada tres meses a intercambiar relatos sin importancia y reírnos a costa de las amistades que teníamos en común y, por supuesto, a beber café. Pero eso era todo.

"¿Qué es lo que pasa, Neutri? Sonabas algo preocupada por teléfono".

"Estoy preocupada por tí".

"¿Por...?"

Sentí que utilizó los primeros escudos de la noche. Se alejó un poco de mí y se recostó del sillón. Cruzó los brazos y su vista permaneció recogida en su regazo. Había una pequeña rayita de sangre en la venda en su cabeza. No quería imaginar...sentía como que mi sangre comenzaba a hervir. No me tragaba lo del suegro.

"Pues, me comentaba Mikaela que eres muy feliz con Diego pero me parece que él tiene un temperamento algo fuerte".

"Así es, pero yo puedo manejarlo".

Permanecí un instante observando la venda sobre su cráneo en silencio. Ella cambió de posición en el asiento y puso ambas manos sobre la mesa. Comenzó a hacer pequeñas trenzas con una servilleta.

"Mira, Neka, yo sé que tú y yo nos hemos alejado un poco y no somos las mismas niñitas que cominábamos a la pastelería de tu abuelita hablando sobre la vida en el futuro, pero yo te quiero y no me perdonaría si algo malo estuviera sucediéndote y yo no hiciera nada al respecto. No quiero inmiscuirme en tus asuntos pero soy de la opinión que algo anda mal y que no debes aguantarlo de ninguna forma...de ninguna, ¿me oyes? No hay excusas suficientes en el Universo que justifiquen ese tipo de abuso".

La taza de café retornó al silencio. Tomé un sorbo largo y penoso. Hubiera donado parte de mi hígado por conocer sus pensamientos. Miré su rostro furtivamente y noté que tenía lágrimas en los ojos. Algo se suavizó dentro de mí, sentí el poder de tener la razón. Había hecho lo correcto.

"Mira, Neutrina, es muy fácil llegar a mi vida cada tres meses y redactar un pequeño discursito inteligente en tu cabeza con el objetivo de despertar no se qué sentimientos en mí. Tú no me conoces, no conoces a Diego. Tú no haces preguntas ni te involucras en mi vida para conocer mis verdaderas penas sino que te pones capa de superhéroe cuando escuchas rumores de mis dizque amigas. Entonces decides venir a salvar mi vida".

En este punto, Neka estalla en carcajadas. Por un minuto completo no dejó de reír. Me senté allí mirándola seriamente. No sabía qué pensar, pero mi orgullo se sentía tan ofendido que ni siquiera se había levantado para defenderse. Quizá porque ella tenía razón.

"¿¿Pero qué coño sabes tú de mi vida, Neutrina??"

Nos miramos largamente. Neka encendió un cigarrillo y pidió una cerveza. Cuando habló estaba completamente seria.

"No quiero que te enfurezcas conmigo. Yo también te quiero y te conozco, sé que tus intenciones son buenas en general. Pero no puedo aceptar tus consejos porque no me has incluído en tu vida desde la muerte de Lina. Hasta estos cafés que nos tomamos de vez en cuando son organizados por mí, sino, jamás volvería a verte".

De nuevo tenía razón. Me estaba matando.

"Si quieres puedes llamarme más a menudo y nos conocemos un poquito más. Te he invitado varias veces a comer con nosotros pero nunca tienes tiempo. Te invité al cumpleaños de Diego pero me dijiste que ese día precisamente trabajabas hasta tarde. Siempre me das la impresión de que estas evitando recobrar la cercanía conmigo ¿por qué?"

La taza y yo estábamos mudas. Había llegado con la idea de enfrentar y ahora era yo la enfrentada.

"No creo que tengamos mucho en común, Neka. Me divierto mucho hablando contigo pero no me cae bien Diego. Te lo dije mucho antes de que te casaras con él".

"Pero es que no lo conoces bien..."

"Pero es que lo que he visto de él es suficiente..."

"No lo es, no puedes juzgar a nadie por dos o tres veces que lo hayas visto. Diego tiene muchos intereses, te sorprendería lo mucho que tienen ambos en común. En serio, él me ha dicho varias veces que le gustaría tener oportunidad de hablar más tiempo contigo".

La idea me daba náuseas y Neka debió leérmelo en el rostro.

"¿Ves? Así eres. Te gusta aislarte y no toleras mucho a los demás. Tienes estas ideas fijas de cómo deben ser las cosas y no sales de ahí, no vas más allá".

"No entiendo cómo puedes quererlo si te hace daño".

"Queremos muchas cosas que nos hacen daño, Neutrina".

"¿Fue él que te rompió la cabeza?"

"No, me dí con el hierro en casa de Don Ramón."

Neka tomó mi mano y sonrió.

"Si yo fuera Neutrina, estuviera completamente ofendida con esta conversación. Pero voy a olvidar tus preguntas y te llamaré para el próximo café, a menos que me llames antes y decidas venir a visitarnos".

"Neka, me gustaría comprender..."

"Tú más que nadie debes saber bien lo que cuesta comprender. Es mucho trabajo y no te veo en mucha disposición que digamos. Tú todavía andas buscando a una amiga como Lina".

"Pero Lina al final no me dijo nada. No me contó nada, lo más importante lo escondió. Quizá pude haberle salvado la vida".

"Pero, Neutri, sólo Dios puede salvarle la vida a alguien..."

"Vamos a mantener la conversación real, Neka, sabes muy bien a lo que me refiero".

"Aún así..."

"Yo creo que muchas veces puedes salvar tu vida si quieres, si haces algo para cambiar una situación que sabes muy bien puede tornarse peligrosa. Una persona puede dejar la heroína y evitar una sobredosis, puede decidir no manejar bajo los efectos del alcohol y evitar accidentes. Puede ayudar a una amiga a conseguir el dinero para un aborto en una mejor clínica. Puede hasta abandonar una relación abusiva y seguir viviendo felizmente y sin dolor".

Su silencio era frío.

"Había olvidado decirte que mi hermanita se casa y que Diego y yo hemos decidido tener un bebé. Hemos comenzado a buscar uno y creo que ya estoy embarazada".

Su rostro era lo más semejante a la felicidad que había visto. Allí alojaba mucha esperanza también. De repente, la vida de Neka me pareció sumamente interesante. Recordé la carita morena que me decía sudorosa en el patio del colegio de las monjitas que esa tarde conocería al hombre de su vida en la kermese del colegio Loyola. Era Neka, mi amiguita, y una bestia disfrazada de hombre le estaba haciendo hoyos en la cabeza.

"¿Sabes? Me gustaría ir a almorzar a tu casa. ¿Qué tal te va el miércoles?"

Levantó una ceja, un gesto muy particular en ella.

"¿En serio?"

"En serio. Quiero ser tía. Voy a ser el ángel de la guarda de mi sobrinito porque estoy segura de que si no lo protegemos nosotras, nadie más lo hará".

"Siempre estará Dios..."

"No empecemos con eso...pongamos una tregua al tema de Dios. Tú cree tranquila yo prefiero encargarme de lo real".

Pedí una cerveza también. Mi cerebro había decidido salvar a Neka y a la cría. Pero primero teníamos que averiguar de qué, precisamente, la estábamos salvando.


El brazo despega otra vez. Esta vez no llega muy alto, pero la intensidad es monstruosa. La mano está sangrando, la hebilla en su pequeña cabeza también ha penetrado en su piel. Este dolor actúa en su organismo generando más odio hacia ella, en contra de ella, que, con su cara escondida detrás de cientos de escudos, trata de encontrar su alma entre sollozos; ella, que intenta converncerse de que un hijo calmará sus demonios. "Sólo ansío una vida normal, Señor", reza todas las noches y le pide a su Dios que le conceda el deseo de que sus manos se apaciguen y no la maltraten más.


"Pero tendrás que actuar, Neka, porque tu Dios no está por la labor".



Seguiremos charlando,

Neutrina :)


04:32 | glenys | 9 Comentarios | #

Una nueva religión para Josué

La muerte, a pesar del rechazo con que la encaramos de entrada, es sumamente popular. Sus múltiples formas nos atrae hacia su periferia, raramente hacia el núcleo; en este club, los miembros no se divierten, ni se distraen. Curiosamente, una gran mayoría quiere ver dentro, pero sólo unos cuantos quieren ser socios.

Mis manos te tocan con cariño, estás frío y húmedo.

"Te estás deshidratando", pienso con horror.

Pero ahora ya no hay forma de darte agua, nisiquiera un suero que te sostenga. No hay vida y no hay remedio. La finalidad de la muerte es drástica, cruel, horrenda y difícil de aceptar.

La maquinaria está en pausa, el cerebro no quiere pensar. Hay mucho dolor a mi alrededor, y curiosidad, y pena, y empatía. También el llanto que no parece terminar y oscurece el mundo. La vida parece otra desde que la muerte la tocó.

"¿Dónde está Dios?", me pregunta más tarde Alejandro, de tres años. Su madre es creyente y no tiene ahora tino para hablarle. Sólo piensa en la muerte súbita y violenta de su hermano.

"No lo sé", le digo honestamente, "yo nunca lo he visto". Lo tomo en mis brazos y me lo llevo a la calle.

La muerte viene llena de preguntas sobre Dios, dioses, vida eterna y el más allá. Es lógico, su forma de terminar con nuestras maquinarias es tan cruda, y muchas veces tan inesperada, que era absolutamente necesario que inventáramos el alma. Es la solución pefecta para el momento más desesperante en la vida de una madre, de un hermano, de un amigo, de un hijo.

"Seguro que debe andar por ahí", continúo, y me siento en la acera con él. Me pregunto qué tipo de pensamientos estarán desfilando por ese cerebrito nuevo, enfrentado tan de cerca con el dolor de la despedida final. "Creo que lo mejor es que le preguntemos más tarde a tu mami. Ella debe saberlo".

La clave es pensar en otra cosa, llevar los niños al cine, detenernos en el Malecón a comer helados. Pero no puedo obviar sus preguntas, ni puedo olvidar las mías.

"¿Tío está en el cielo ahora?"

No existe el cielo. No, él está muerto. Pero es que no puede ser. ¿Cómo resuelvo una pregunta así?

Finjo desconocer la respuesta, pero mi ambivalencia y mis circunferencias alrededor del asunto son peores que la mera verdad. Sin embargo, no sólo no debo, sino que no puedo decirles lo que pienso. No son mis hijos.

¿Y si lo fueran? ¿Rompería con sus esperanzas infantiles de encontrarse de nuevo con su querido y joven tío?

"Siempre nos mostraba chistes en Internet", recuerda Gustavo.

"Y mujeres encueras", añade Christian.

Todos reímos. La vida es fuerte cuando ella es la reina única del espectáculo.

En las noches me pregunto cuánto tiempo es el necesario para que mitigue un poco el dolor. Para olvidar que tú cuerpo continúa deshidratándose y que ya nadie puede hacer nada por tí.

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"Inventé una religión para mi hijo".

"No sabía que se podía hacer eso", contesté en broma.

Sonrió. Encontró las hojas que andaba buscando en su escritorio y me las pasó. "He tenido que hacerlo. Él quiere creer en algo y no voy a permitir que las demás religiones que andan por ahí le laven el cerebro algún día".

"¿Y crees que lo podrás evitar de esta forma?"

"No tengo idea, Neutri, pero me he dado cuenta que criar un hijo es mucho más complejo de lo que pensé. No puedes siempre actuar en base a lo que quieres hacer sino en lo que él necesita. Josué me está pidiendo a gritos que le dé algo en que creer y yo no tengo lo que él quiere. Sólo creo en vivir lo mejor que puedas, en ser bueno y tratar de ser feliz, pero eso no lo satisface. Son cosas demasiado reales para un niño. Por eso, hace unos días inventé una religión para él y se la regalé y le ha encantado. Está emocionadísimo y hasta le ha agregado cosas también. Ha sido sorprendente".

"No tengo idea de lo que es tener un hijo pero viéndola de lado, la idea parece emocionante. Un experimento loco ¿no?"

"Pero Neutrina, no creo que ninguna religión que me invente pueda resultar más fantasiosa que cualquiera de las que tenemos ya a la mano. Ponte tu a pensar y dime. Además, la nuestra es completamente pacífica y hasta la he basado en algunas excitantes teorías de la física moderna".

Mastiqué la idea por un momento, sólo unos dos minutos, no requerí de más.

"¿Cómo es la religión que te has inventado entonces?"

"Bueno, todo comenzó con la muerte del hermano de mi exesposo. Tú ya sabes, el que murió de cáncer, estaba muy mal. Josué siempre me rogó que lo llevara con él, adoraba a su tío, creo que más que a su propio padre, por eso me daba pena que lo viera deteriorarse de esa forma...."

Dos lágrimas, en una carrera recta y rápida, se deslizaron por sus delgadas mejillas. Los recuerdos penosos producen goteras en la cabeza. La dejo que se calme un poco; duele, cuando de repente, se te llenan los huecos de agua.

"Pues el asunto es que Josué ha sufrido mucho esta pérdida y quiere remediarla de alguna forma. El otro día me dijo que imaginaba a Dios como a Dumbledore. Te juro que no sabía si llorar o reír. Toda una vida atea y ahora resulta que mi hijo se imagina a Dios como el director del colegio de Harry Potter".

Nos reímos un poco. Era la primera mujer que llenaba dentro de mí el agujero que había dejado Lina. Una amiga de verdad después de tantos años, era un sueño que ya no me permitía ni imaginar. Pero ahí estaba, frente a mí, con aquella figura delgada y musculosa, su cara angular y extraña, sus ojos pequeños y esa curiosa nariz más horizontal que vertical. No era una belleza, pero la adoraba.

"Mira, Isabel, creo que será mucho más fácil descartar todas las religiones si tienes una que tenga a Dumbledore como su dios. De hecho, casi todas las demás creen que hay un dios como Dumbledore en un altar en el cielo desde donde concede cosas gratuitamente".

"Si, eso es lo que he pensado también, pero la verdad es que me preocupan las cosas que hago. Muchas veces no sé si le estoy haciendo un bien, quizá sea mejor decirle lo que creo que en realidad pasa después de la muerte pero es muy duro para un niño de seis años. Él todavía cree en Santa Claus. Mi cerebro me dice que no debo hacerlo y por eso decidí inventarme esta religión".

Isabel estudió física en la universidad. Creo que es la única dominicana en estudiar esa carrera en el país. Para ella, la muerte es el final de la persona.

"Josué y yo ahora somos creyentes en la religión de las dimensiones. De un lado está Dumbledore, que gobierna ciertas cosas en los distintos universos, y por otro lado está una hada-diosa, que posee otros cargos también importantes. De acuerdo con nuestras creencias en 26 dimensiones, cada vez que nos morimos pasamos de una dimensión a otra. Yo iba a dejarlo en que pasábamos a sólo otro mundo, quizá tan malo como éste, pero Josué añadió que cada vez los mundos serían mejores, así que lo dejamos ahí".

La escuchaba y me parecía excitante que pudiera hablar con su hijo de forma tan sencilla sobre algo tan complicado como las religiones. Isabel le estaba regalando a su hijo una religión envuelta en fantasías, fantasías que morirían con Santa y los Reyes Magos y con las demás visiones ilusorias de la niñez. Una religión así, destaca la fantasía en todas las demás.

"También elaboramos reglas para la gente mala. Las dimensiones hacia atrás son lugares horrendos donde existe una infinidad de monstruos, desde vampiros hasta dementores, el diablo también, por supuesto. Estos monstruos te hacen pasar una vida muy desgraciada. Lo bueno de todo, dice mi hijo, es que nadie dura mucho tiempo vivo en esas dimensiones. Pero si continuas trabajando para las fuerzas del mal, entonces seguirás bajando de dimensiones, una y otra vez. Josué me ha dicho que la gente que se mata baja también. Yo agregué una cláusula a favor de la eutanasia, no me pude resistir. Ya lo entenderá después".

"Me alegro que lo hayas tenido en cuenta".

"Josué también dice que si alguien se sacrifica por otro sube una dimesión. Este es un punto que todavía necesito resolver porque no quiero que se vaya a sacrificar por alguien pensando que puede subir hacia un mundo mejor. Hay que tener todas las esquinas cubiertas en estas situaciones. Algunos por ahí se matan, y matan a otros, pensando en vírgenes en el cielo y otras alucinaciones".

"Por lo que veo, Josué es un niñito con valores muy claros. Si algún día salva una vida y muere en el intento, no será por una dimensión mejor. Aunque ahora que lo pienso, Josué tiene razón, debería existir un mejor universo para héroes así. ¿Y qué pasa cuando llegas a la última dimensión?"

"Pues llegas al mundo perfecto, por supuesto, al cielo de las supercuerdas", soltó una pequeña carcajada. "Un mundo donde nadie pasa hambre y donde no hay gente mala. De acuerdo con Josué, en esta dimensión final, todos los niños tienen un PlayStation2, un GameCube y una Caja X".

La risa y el olor a café recién colado disminuyeron un poco la tristeza que la muerte había venido a depositar en nuestras vidas. Pero la vida sabe vivir, y tiene al tiempo, como su más efectivo tratamiento médico.

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No debo pensar más en ello pero algo me impide olvidarlo. ¿Es esta la conocida obsesión de que tanto escucho hablar?

¿Cuántos días van que estás dentro de ese bloque de cemento? Debe hacer calor dentro de esa caja. No me gustan los ataúdes, no me gustan los cementerios. Debimos haberte llevado al mar, te acostaba en una de esas yolas de madera, cubierto de flores, al aire libre. Hubiera preferido verte devorado por las llamas a esta tortura claustrofóbica de pensar que te estás descomponiendo ahí dentro solo, tan solito.

Pero es sólo mi tranquilidad lo que busco. Tu ya no sientes nada, no estás solo. Para tí ya no existe la soledad. No te importa si te devoran las llamas o si pierdes el resto de tí dentro de un ataúd. No me puedes escuchar si grito, si te llamo al celular. No puedes ver, ya no respiras. Ya no hay tú. Moriste. Estás muerto. Y yo nunca inventé una religión para tí.


Seguiremos charlando,

Neutrina

00:50 | glenys | 11 Comentarios | #

Un final de Spielberg para Jesucristo

"Sor Ana, ¿qué se siente estar casada con el Señor?"

Era mi voz, unos decibeles más alta. Mis cuerdas vocales no tenían mucha experiencia aún. Estaba en el preescolar de un colegio llamado “Apostolado”, Neka y Lina se encontraban en mi futuro, y yo en el de ellas, pero no lo sabíamos todavía.

Sor Ana era la profesora, y mi ídolo personal. No somos muy exigentes a los cuatro años y la querida hermana era dulce, cariñosa, le gustaba cantar y tenía una voz melodiosa. Con ella, sin saberlo, comencé a sentir cierta atracción hacia lo sublime, sin entender la palabra pero con una curiosidad espantosa por conocer el sentimiento. Creía verlo en la sonrisa española de Ana, en sus ojos azules, su piel blanca como las nubes, sus manos largas y suaves.

"Es una responsabilidad enorme, Neutri, tu mente de niña aún no es capaz de entenderlo", sus labios sonreían pero su semblante era serio. La ambigüedad en su rostro me provocó un cosquilleo en el estómago. Sentí miedo y pena por Sor Ana, pero no entendía por qué.

"¿Habla usted con Él?"

La hermana me miró con interés, su rostro a media asta de la diversión completa.

"¿Y a qué viene tanta curiosidad, jovencita?"

No estaba enojada conmigo pero en sus palabras leía otro mensaje. No le gustaba mi curiosidad, quizá estaba siendo muy metiche. Me sentí avergonzada y enmudecí.

"Neutrina", escuché su voz al mismo tiempo que sentí su mano delicada sobre mi pelo crespo, "no te preocupes tanto por estas cosas. Eres muy niña aún para comprender y no quiero verte triste. Anda, ve y juega con tus amigas y deja de pensar en cosas de adultos".

Acaté sus dulces órdenes pero no logré apartar de mí la sensación amarga de que había hecho algo mal, de que la había importunado de alguna forma. Aquella preocupación me la llevé a casa. Recuerdo que hasta mi madre lo notó. Ella misma me recordaría aquella conversación mucho tiempo después.

Vivíamos en un barrio de clase-media-baja en el centro de la pequeña y creciente ciudad. En menos de un año mi padre aceptaría un trabajo en una provincia del país donde más tarde conocería a Neka y a Lina y viviría años muy felices. Mientras tanto, mi joven memoria se llenaba de sensaciones extrañas que veía expresadas en mis sueños y que sólo décadas después lograría articular.

Esa noche mi madre leyó La Cenicienta por centésima vez pero no hice las preguntas habituales y ella se mortificó. Era una buena madre mi madre.

"A ver, chiquita, ¿por dónde andan tus pensamientos? ¿Estás en el colegio? ¿Donde los abuelos? ¡Ya sé! Estás pensando en tu lista de regalos para Navidad".

"¿Cómo es que Cristo puede tener todas esas esposas?" le pregunté honestamente, acurrucada entre cómodos almohadones hechos para mí por mi querida abuela Bucha.

"¿Quieres decir las monjas?"

"Ajá".

"Eeehhh...bueno, esas son cosas divinas, cosas de la iglesia quiero decir".

Por supuesto, no la entendí.

"Pero si Cristo puede, entonces papi podría casarse con muchas también ¿no?"

"Oooooh no no no, cariño, la poligamia está prohibida por la iglesia".

"¿Por la iglesia de Sor Ana?"

"Así es, corazón, los hombres cristianos no pueden casarse más que con una mujer y si quieren casarse con otra entonces tienen que divorciarse de la primera ¿entiendes?"

Asentí con la mirada llena de dudas. Mi madre me besó la frente y acarició mis rizos negros.

"Atiéndeme, morsita, la iglesia tiene leyes y yo no las entiendo todas. Imagino que las monjas se casan con Cristo de palabra....eeehhh...a ver como te lo explico..."

"¿De mentira?"

"Pues más o menos, cariño, ellas dicen que están casadas con él porque de esa forma no pueden casarse con nadie más".

"¿Y ellas se pueden divorciar de Cristo?"

Me miró entusiasmada, sus ojos conservaban hermosas huellas, negras, grandes y alargadas, de su padre libanés, sus facciones parecían pertenecerle a uno de los personajes en Las mil y una noches.

"Si, corazón, a estas alturas, hasta a Cristo se le puede pedir el divorcio".

Aquella conversación me colmó de estupendas ideas. Sor Ana no estaba presa ni secuestrada por Cristo y sus secuaces divinos. Si ella así lo quería, podía dejarlos en un santiamén.

"Sor Ana..."

"¿Si, Neutri?"

"¿Usted es feliz con Cristo?"

"Muy muy feliz, niña mía, tan feliz que quisiera esta misma felicidad para todo el mundo".

"Mi mami me dijo que usted podía divorciarse de Cristo si así lo quería".

"Oh, pero Neutri, yo nunca me voy a alejar de mi Señor Jesús. Es lo mejor que me ha pasado en la vida".

"Pero ¿habla usted con él?"

"Todo el tiempo, amor".

"Y él, ¿le responde a usted?"

"Oh, si, Neutri, me responde de muchas formas". La miré y asentí. Sabía que no obtendría mayor claridad de sus respuestas.

Cuando nos mudamos de la ciudad y me inscribieron en el nuevo colegio, "El Cristo Rey", llevaba conmigo la impresión de que las monjas conocían secretos divinos que llenaban de sublimidad sus vidas. Cuando conocí a Sor Alegría, a Neka y a Lina, especialmente a Lina, las cosas sencillamente se complicaron aún más.

"Las monjas tienen dos secretos, Neutri, los vibradores y los curas pervertidos". Cuando Lina hablaba así, Neka se persignaba mientras yo reía a carcajadas. Intentaba ocultar mi nerviosismo ante la incredulidad firme de Lina.

"Eres insoportable a veces, Lina. Creo que deberías mostrar un poco más de respeto".

"¿Por qué?"

"Porque esas personas no te han hecho nada".

"Yo no les hago nada a ellos tampoco. No veo a ninguna monja o cura por aquí".

"Si, pero Dios está en todas partes".

"Creo que te has equivocado, Neka cariño, Dios ha dejado de estar en muchos lugares. Creo que no eran de su agrado".

Neka la miró con ganas de asesinarla delante de todos los arcángeles.

"Seguro que no lo eran, son lugares donde sólo cabe el mal y Dios no está donde se encuentra el mal".

"Wrong again, darling. A Dios le encanta el mal y las tragedias, le gusta inventarlas y pensar en cada detalle morboso. Piensa en todas las que ha perpetrado él solito, y hablo de ese dios tuyo y de Sor Alegría, el mismo Dios a quien le teme mi querida y agnóstica Neutrina. A Dios no le gustan las acciones de Madre Teresa, ni la justicia, su labor es crear odio entre pueblos, guerras, sacrificios, tirar recién nacidos contra las piedras, quemar ciudades completas, programar diluvios, cortar cabezas, tomar bandos, discriminar y salvar a unos pocos, dependiendo de su Divino Estado de Ánimo".

Neka estaba al borde de las lágrimas y yo sentí un nudo, forjado de miedo, que crecía en mi estómago con cada palabra acusatoria que salía de la boca de aquella hereje a quien tanto quería. A veces pensaba que un rayo la partiría en dos en cualquier instante. "Dios gusta de las hijaputas como yo, Neutri, él y yo somos el uno para el otro. Ya me matará algún día", me respondió una vez que le confesé mi temor. "Eres una pendeja", se burló entre risas luego de pensarlo. Ese día logró que me sonrojara.

"No consigo entenderte, Lina, a veces pienso....creo que te sientes di...dis...dif...no sé. Pero no puedes hablar de Dios de esa forma, no mientras yo esté presente".

"Pues por respeto a ti me callo, porque eres mi amiga y eres educada, ni siquiera puedes decirme a la cara que estoy frustrada por ser albina, te lo agradezco". Hizo una pausa se puso de pie y buscó un libro. Cuando volvió a sentarse lo tenía abierto en una página marcada por un pedazo de cartulina negra. "¿Sabes lo que quiere decir ser albino? ¿Sabes lo que me hace una albina?"

Neka me miró y ambas negamos con la cabeza, aunque la mirada de Lina se mantenía fija en nuestra católica amiga.

"Es una condición genética, mutaciones de varios genes que impiden que el organismo produzca melanina que es lo que le da el color a la piel. Hay mucho tipos de albinismo, algunos sólo ocurren en los ojos, otros en algunas partes de la piel, yo tengo hipopigmentación y sufro de síntomas como el movimiento rápido de los ojos". Lina pasó una página y continuó mirando el libro con interés. "Cuando era pequeña, mi papá me regaló este libro y me explicó sobre mi condición. Me dijo que todo el que se burlara de mí era un ignorante que no entendía lo que eran mutaciones genéticas ni condiciones heredadas", sonrió con sus ojos llenos de lindos recuerdos de épocas inocentes, cuando aún existía dentro de un submundo creado para ella por papá y mamá. Miró a Neka y suspiró.

"¿Qué tiene que ver todo eso con Dios?"

La pregunta de Neka produjo en mi cerebro imágenes absurdas. La percibí como una mariposa que vuela inocentemente, Lina era el vidrio del carro que aceleraba indiferente en su metálico camino.

"Mi condición me llevó a la conclusión de que no existe tu Dios omnipotente".

"No entiendo".

"Por supuesto que no".

Se levantó y puso el libro de vuelta en su lugar.

"Para mí fue el hambre en el mundo, especialmente entre niños, lo que derrotó lo de la omnipotencia", dije más que nada para romper el estúpido silencio. "Si no puede acabar con eso es porque no es omnipotente".

"Si, algo similar me ocurrió a mí, pero tenía que ver con genes. Neka, tu dios no es omnipotente, no puede serlo porque si lo es y no hace nada para remediar las cosas entonces es malvado, que es en realidad mi teoría inicial".

"Yo a veces no las entiendo y me parecen crueles y como que suenan muy académicas pero creo que tienen miedo de aceptar lo que el corazón les dice. Dios existe, amigas, escuchen con el alma y no con la carne. Hay cosas inexplicables en el mundo que sólo Dios conoce. Nosotras no debemos preguntarnos ni cuestionar sus decisiones. Él tiene muchas cosas reservadas para aquellos que sufren por él, y es cierto lo que les digo..."

"Pruébalo", la interrumpí.

"¿Qué quieres que pruebe?"

"Prueba que todo eso que dices es verdad. Dile a tu Dios que erradique el hambre en África como una señal de que existe y así todos tendremos que creer en él y sacrificar nuestros hijos por él".

Lina comenzó a reír. Se arrojó de espaldas en la cama y su risa se desplazó por toda la habitación. Con lágrimas en los ojos y respiros entrecortados me aseguró festivamente: "es lo mejor que he escuchado en años".

Lina era lo mejor que me había pasado en la vida.



Una semana después de su muerte, años más tarde, Neka celebraría una pequeña reunión de amigas, para que nos despidiéramos “solemnemente” de Lina. Mis padres me obligaron a ir. Llevé conmigo una mascota de mi último año en el bachillerato. Ese día las odié a todas.

La supersticiosa madre de Neka nos sirvió chocolate caliente y panecillos mientras algunas de sus amigas, de Neka no de Lina, recordaban morbosamente la última vez que habían hablado con ella. Una de ellas decidió que era preciso que oráramos todas por el alma de la difunta.

"Creo que sería una hipócrita si me pusiera a rezar por el alma de Lina. Lo mejor es que les lea este cuento que escribió mi amiga en las dos últimas páginas de mi cuaderno de matemáticas. Creo que refleja muy bien su personalidad, su inteligencia, su visión moderna de la vida, sus creencias, su anticlericalismo, su forma radical de ver la vida, sus esperanzas y sus ilusiones sobre el mundo".

Mi regalo para Jesucristo


Si fuera a escribir de nuevo la Biblia emplearía a Steven Spielberg como uno de los más importantes y confiables profetas. Le daría plena libertad para rescribir el guión y hacer las cosas un poco más digeribles para la población humana que tanto se debate por explicar la divinidad de lo divino.

Le diría que enfatizara la esencia jipi de Cristo y que empleara su magia única en el personaje de Dios, un dictador cruel y temerario donde los haya.

Creo que Steven es el profeta capaz de sacar a la Biblia y a Dios del embrollo en que se encuentran, además, haría las cosas más alegres y menos trágicas. La gente quiere ir a la iglesia a cantar y a olvidar los problemas, no a sentirse culpables por algo que nadie sabe si ocurrió o no.

El final del guión de Steven sería más o menos así:

El Hombre entró a la taberna, lucía cansado, su barba estaba descuidada y la ropa parecía haber franqueado varios tipos de climas. Pero su mirada no era terrenal y el tabernero, al notarlo, tuvo deseos de abrazarlo y lavarle los pies. Lo alimentó y le escuchó hablar por un rato. Su filosofía era pacífica pero revolucionaria, quería cambios para los que estaban mal.

Pero algo en Él iba más allá de sus palabras.

Los profetas llegaron y comenzaron a escribir lo que decía. Uno de ellos se le acercó, lucía consternado. Hablaba sin parar de las profecías y le rogaba que huyeran a otro lado, lejos de allí.

Pero en la mirada de Jesús no había miedo. Estaba seguro.

"¿Por qué he de temer, hermano? Mi padre es Dios. Tengo un padre omnipotente, omnipresente y he hecho todo lo que me ha dicho que haga. No lo he desobedecido, he cumplido sus leyes y lo amo con todo mi corazón. Él también dice amarme. ¿Crees entonces que tenga que preocuparme? Mi padre no me abandonará ni me dejará sufrir. Él estará allí para salvarme".

Pero el profeta no lucía tan seguro. Su escepticismo y la ficción en sus propios relatos lo hacían dudar.

Esa noche uno de ellos lo traicionó y Jesús fue arrestado.

Sentía los cuerpos de muchos hombres a su alrededor pero sus pensamientos yacían con los de María Magdalena, quería volver a besarla en los labios, quería tener una familia con ella, continuar predicando la palabra de su Padre para siempre, literalmente esta vez.

Con todos los milagros que era capaz de hacer y la inmortalidad otorgada por Derecho Divino, era seguro que estaba destinado a ser alguien importante. Seguro que iba a ayudar a la humanidad. Verdaderamente.

Pero ahora escuchaba que lo crucificarían. ¡Lo iban a clavar en una cruz! ¡Los muy bestias!

Lo retiraron de la celda y lo obligaron a cargar la maldita cruz. No entendía nada de lo que ocurría pero por ratos, cada vez menos espaciados, sentía el látigo pegarle en la espalda. Las lágrimas bajaban constantes, no se merecía aquello. Una piedra le pegó en la cabeza y se pensó una hormiga. Sus sueños comenzaban a evaporarse con el polvo que levantaban sus cansados y ampollados pies. Se desmayaría en cualquier momento, aquella cruz era demasiado pesada, le dolía todo el cuerpo.

Y el verdugo que no cesaba con el maldito látigo.

"¿Padre....?" preguntó esperanzado y miró a los cielos. Pero sólo vio nubes grises que se agrupaban. Iba a llover, seguro se caería en el lodo.

"¿Padre...?" esta vez su voz iba cargada de ansias, miedo, sonó un poco más fuerte, temblaba en su garganta antes de dejar su cuerpo para siempre. Observó que un círculo de sol se abría entre las nubes. Un sentimiento fuerte e inexplicable lo llenó de júbilo y exclamó con todas sus fuerzas.

"¡PADRE!"

Del cielo bajó un gigantesco y hermoso arcángel montado en un Pegasus plateado, las alas del caballo producían ráfagas espectaculares de viento por todo el lugar.

"Vengo en nombre de Dios y les ordeno suelten a su único hijo de inmediato".

La aparición hizo que muchos corrieran despavoridos gritando improperios y que otros cayeran de rodillas al suelo alabando con nueva y recuperada fuerza al Señor Verdadero. El arcángel no podía bajar del cielo porque era demasiado grande para la Tierra, su voz se escuchaba por todas partes.

"De ahora en adelante, Dios les ordena honrar y adorar a su hijo Jesucristo y seguir el ejemplo de vida que Él llevará desde ahora".

Los profetas escribían con urgencia cada palabra, lágrimas caían de sus ojos al papel. Las voces angelicales de un coro de niños, o de ángeles, comenzaban a desplazarse como si fueran parte de la brisa y el aire. La melodía regocijó a toda la humanidad.

Muchos aseguran que los sueños de los romanos no fueron los mismos desde entonces. Jesús no quiso ningún puesto político aunque sí tenía la última palabra en las decisiones que afectarían a los miembros de su Iglesia Cristiana.

Se casó, por supuesto, con María Magdalena y la Virgen llegó a tener místicos nietos. Fue el precursor del movimiento feminista y presidió otras muchas organizaciones pacifistas, naturistas, ecológicas (ha salvado a millones de especies) y ha velado por la libertad de creencias y de expresión. Aún trabaja activamente con Dios, y a pesar de las fuerzas del mal que obstaculizan sus caminos, El Hombre ha logrado un mundo donde todos los niños están protegidos del hambre, el abuso y la criminalidad".

Si las cosas fueran así, hoy yo sería cristiana.

Abre los ojos, Neutrina,

Lina.


No volvieron a invitarme a sus reuniones religiosas. Noticia lo suficientemente alegre como para sugerir, por el momento, un delicioso y meloso final feliz, ‘a lo Spielberg’.

Seguiremos charlando,

Neutrina :)

06:43 | glenys | 7 Comentarios | #

Amor y paz en la reunión de la Familia Arcoiris

La invitación llegó por correo, no el electrónico actual sino el otro, el que utiliza a humanos como carteros. Estaba escrita en inglés y traía diminutos arcoiris dibujados en sus esquinas. Decía lo siguiente:

Howdy Folks!

This is a call to gather in the Finger Lakes National Forest from July
15-29, 1990. We invite you in the rainbow spirit to come give homage to
Mother Earth and join in a celebration of life on this planet. This is a
time to gather and rejoice in love, work in unity and harmonize in spirit.
We do this to rejuvenate each other and energize our world. Come with your
visions, come to share it...many hearts...with one mind...to live in peace.

Incluía un mapa con la dirección y algunos consejos y advertencias. Nos informaba que "The Gathering" o La Reunión, se llevaría a cabo cerca de Burnt Hill y the Hector Backbone, en la región de los hermosos "lagos dedos" en el extremo norte del estado de Nueva York, un lugar histórico y antiguo con una elevación de 1,820 pies sobre el nivel del mar. Los organizadores, llamados The Rainbow Family, nos piden que por favor "respetemos las huellas de nuestros ancestros que han sido dejadas para que las cuidemos. Encontraremos allí viejos árboles y muros de rocas además de otras esculturas elaboradas por la Madre Naturaleza y los Nativos originarios del lugar".

La invitación nos advierte que las noches suelen ser frías y que llueve con frecuencia. "Estarán en medio de colinas, lagunas y bosques, así que encontrarán mosquitos, garrapatas y moscas negras, además de mucha belleza".

La familia arcoiris también menciona ciertas reglas para la reunión. Los perros deben estar amarrados todo el tiempo, aún los que son amigables, ya que pueden causar estampidas de animales que pastan en los alrededores. No se admite ningún tipo de radio o altoparlantes, sólo instrumentos musicales acústicos y voces que disfruten del canto. No se permite tirar basura en el suelo, ni siquiera las colillas de los cigarrillos. Tampoco se permite alcohol. Más tarde comprobaríamos que las reglas sobre el alcohol y los perros eran las más violadas en el lugar.

"¡Sexo y drogas, entonces!", exclamó Melissa, nuestra compañera de apartamento, lanzándome la invitación para que la mirara luego de haber terminado su lectura.

"Pero hay que joderse durmiendo en casas de campaña y compartiendo con todo tipo de personas", dijo Sally mientras se pintaba las uñas de verde vómito, como lo llamaba ella.

"Chicos lindos con faldas y melenas...y muchos hongos", murmuré mientras releía. Pensaba descojonar mi cerebro seriamente en la reunión de los jipis. Había terminado otro semestre y había tomado dos clases divertidas y relativamente fáciles para el verano, Teatro y Ópera, que no comenzarían hasta dentro de dos semanas. Mientras tanto, sentía muchas ganas de gastarme como cuerda desenfadada el dinero que había ahorrado en los seis meses que trabajé como camarera en un bar bastante interesante en Soho. Parecía que la mejor forma acababa de arribar por el correo.

"Alquilamos un carro. No creo que sea muy difícil llegar".

Sally observaba a Melissa hablar como si no comprendiera su ingenuidad.

"No llegaremos nunca si nos vamos solas. Mejor buscamos a Benjamin en Penn State y él nos lleva hasta allá. No está muy lejos de aquí, tres o cuatro horas tops. Además, ha sido él quien nos la ha enviado", iba a añadir algo pero decidió callárselo. Me miró de reojo y sonrió. "Creo que a Neutri le va a gustar el amigo de Ben, es decididamente su tipo", miraba a Melissa mientras parloteaba estas últimas palabras.

"¿Y cuál es mi tipo?", pregunté fingiendo más interés del que en realidad sentía.

"Cualquier muchacho con melena que le guste leer", interpeló Mel sonriendo.

"Es más fácil encontrar las melenas".

"Yo, mientras me mantengan enamorada, todo bien, pero desde que comienzan a descuidarse...puf...prefiero que desaparezcan", Sally se soplaba las uñas, tenía ambas manos frente a su pequeña y ovalada cara de donde salía una prominente nariz, su rasgo más brusco, todo lo demás era tan delicado como los pies de un bebé.

"Yo quiero un novio estable", confesó una vez más Melissa mientras apreciaba en el espejo el grosor de una espinilla que se alzaba en medio de su cuadrada barbilla como empujada por placas tectónicas debajo de su piel. "Quiero casarme en dos años. Justo cuando me entreguen mi diploma. Tendré un hijo un año después y al año le presentaré el divorcio a mi futuro marido, para entonces tendré 29 años y estaré mucho mejor que ahora", Melissa siempre contaba con el ejercicio, las dietas, los spas y las terapias que empezaría a hacer de un momento a otro, "será el mejor momento de mi vida".

Lo decía cada vez con más convicción. Yo estaba segura que se lo creía profundamente y la dejaba en paz. Sally, por el contrario, le repetía una y otra vez que la única respuesta seria para sus planes estúpidos era: "Shit happens".

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"Creo que luciríamos ridículas con los trajes de baño".

Melissa tenía razón, además, yo ni siquiera había llevado uno.

"¿Entonces?" Sally parecía angustiada, después de todo, era la única que conocía a alguien en aquel lugar. Es mucho más fácil desnudarse frente a desconocidos.

"Yo creo que hay que tirarse sin la ropa", respondí sonriente y ya medio desnuda. "Además, ¿no vieron las duchas? Todo aquí lo tendremos que hacer en comunidad, amigas, hasta cagar".

"Bueno, no me vendría mal un poco de sexo comunitario", dijo Melissa entre risas mientras se sacaba la blusa por la cabeza. "Nos viene bien quitarnos un poco de urbanismo de encima. Además, andamos con Neutrina, ella sabe cómo manejar a esta gente".

"Quizá me lo hubiera creído antes, cariño, hasta que parqueamos aquí", me lancé desnuda en la laguna y me sentí diferente y bien.

Había sido un viaje largo pero sin inconvenientes. Melissa y yo alquilamos un gigantesco chevy más viejo que una trilobita y tan atractivo como un sapo. Iríamos primero a Pennsylvania a recoger a Ben y a su amigo Vincent, ambos trabajaban para el instituto meteorológico de la universidad del lugar. Ben y Vincent conocían el nombre de cada nube en el cielo, yo lo sabía, pero ellos no hablaron de ello. Eran tipos raros pero amables, su presencia hizo del viaje hasta la Reunión de la Familia Arcoiris una experiencia bastante placentera. Aprendí un montón de cosas sobre los juegos de roles y el mundo fantástico de Tolkien.

Pero una vez allí las cosas cambiaron. La Reunión era mucho más de lo que esperábamos, en distintos sentidos. No había comodidad alguna, la comida comunitaria era preparada en el campamento de los Hare Krishnas y todos los días tenía el mismo sabor peculiar a plantas y a vegetales. Todos los chicos lindos, con o sin melena, sabían y olían a la comida de los Krishnas, cada conversación, cada cigarrillo de marihuana, cada beso, cada suspiro, cada sonrisa, venía acompañada del tufillo particular del sazón Krishna.

A los pocos días, Melissa y yo nos escapamos a un pueblo cercano y compramos pan, mantequilla de maní y muchas latas de Chef Boyardee. Por unos días fuimos la tienda más visitada del área.

Hubo que acostumbrarse también a estar desnudas y a descargar nuestros fluidos corporales acompañadas de otros moradores. Había casi cinco mil personas acampando en todo el parque y los servicios de higiene eran diseñados con naturalidad y para ambos sexos. Las duchas estaban a la intemperie y siempre había gente entrando y saliendo del agua. Era lo mismo en la pequeña laguna. Sally fue quien tuvo más problemas adaptándose al lugar.

Hacía calor en el día y frío en la noche. Había muchos niños jugando y gente cantando, madres y padres leyendo libros en voz alta, amigos cocinando panes en hornos de lodo, jovencitas soplando burbujas de jabón, hombres pintando, personas bailando o rezando y mucha risa y color por todas partes. Disfrutaba con los perros y los niños, especialmente por los nombres que llevaban los chamacos: Sunshine, Rainbow Cloud, Rainbow Rain, Wild River.

Pero lo que más me gustaba eran los chicos. Todos esos hombres con faldas coloridas, adornos curiosos y peinados extraños en todas las formas concebibles. Miles de estilos y poses distintas. Todos esos labios sonrientes que buscaban otros labios sin detenerse a pensar. Todas esas manos varoniles que te atrapan y te hacen pensar que te han salvado de caer sobre el lodo. Todos esos abrazos interminables y eróticos. Todos esos besos con sabor a sazón Krishna y a mantequilla de maní.

Había personas muy pobres, sin dientes y con muchos hijos, había nativos americanos y niños ricos, también chicas dulces y hermosas que parecían flotar en vez de caminar. Y, claro, muchas drogas, primordialmente yerba y alucinógenos.

Salí en busca del Mad Hatter. No sabía quién demonios era pero un tipo calvo con una funda de plástico llena de moñas de marihuana me aseguró que lo reconocería cuando lo viera.

"¿Qué le digo?", pregunté y le pasé el segundo join que nos fumábamos esa tarde.

"Dale un beso. Así como el que me diste a mí".

"Yo no te he besado".

"No, todavía no, pero lo harás dentro de siete minutos. Lo que pasa es que a veces veo y siento el futuro como si fuera el presente".

Claro que lo besé, a pesar de lo que había dicho y a pesar de que no tenía melena. Pero no esperé los siete minutos, sólo le permití siete segundos más.

"Para que luego no se me ande quejando de que le desordené la numerología".

Luego me fui detrás del Mad Hatter, a besarlo. No le había preguntado nada más al chico vidente porque una mujer se había acercado a compartir el petardo y él no quiso continuar con el tema. Se llamaba Edgar y destilaba new age por todos lados.

Caminé un rato y me encontré con Bill, nuestro vecino, que buscaba madera para hacer una fogata esa noche.

"¿Vas a la boda?"

No tenía idea.

"Mark y Donna se casan en una hora, muchos de nosotros vamos para allá a tocar instrumentos y a celebrar", dijo Bill con un cigarrillo en la boca y el rostro bronceado lleno de arrugas, su bigote se movía al compás de su acento melodioso, el cigarrillo mantenía el ritmo también.

Los tambores de todo tipo eran muy populares en las reuniones nocturnas alrededor de gigantescas fogatas. Todas las noches había un mundo entero y nuevo por explorar. A cada momento, una sorpresa nueva salía detrás de algún arbusto.

Recordé al chico de los ovnis. Esa mañana lo había buscado por un rato sin éxito. Era el editor de una revista sobre extraterrestres y objetos voladores en Nueva York. Su creencia en las visitas de alienígenas a la Tierra era contagiosa por la vehemencia extrema con que explicaba todas sus teorías disparatadas. Pero era extraordinariamente tierno, tenía un rostro adorable y besaba como en mis fantasías: largo, muy largo, suave y profundo, como si no existiera el tiempo.

'Anoche me dio un vuelco el corazón, feliz por un momento'. Pero no lo había vuelto a ver y me prometió que me enseñaría un ovni, dice que están por todos lados.

Decidí ir a la boda de Mark y Donna con Bill. Pasamos por las tiendas a ver si Melissa y Sally estaban allí pero sólo encontré un paquete de flores silvestres con una nota escrita en un pedazo de cartón amarillo donde leí: "Neu, esta noche en la fogata frente a The Pond Kitchen, Rich".

Si, lo había olvidado. Se llamaba Rich, pero sus amigos le decían "Schwebee" y me dijo que acampaba cerca de "Calm", la enfermería del lugar. Había pasado por allí esa mañana varias veces, un hombre cantaba viejas canciones frente a esa tienda. Tenía varios perros y su rostro evitaba por todos los medios que le pusiera edad. Aquel día cantaba una canción de Cat Stevens.

Fue una boda sencilla, al estilo de una tribu de indios que una vez vivió allí. Mark, el novio, pertenece a esa tribu. Al final caminé con Bill hasta The Main Circle, donde servían la comida Krishna todos los días. Muchas personas estaban tiradas por todos lados involucradas en diferentes actividades. Bill y yo nos sentamos junto a un chico llamado Tyler y enseguida nos pasaron un join.

"Guru me dijo hoy que quiere lavar tus pies".

Noté que se dirigía a mí y automáticamente mis ojos miraron hacia mis extremidades inferiores que se encontraban descalzas y cubiertas de lodo seco.

"No estaría nada mal. ¿Tengo que intercambiar algo por ello?"

"No, sólo escucharlo".

Guru y otro chico, imagino que el subguru, lavaron mis pies con ternura mientras leían pasajes de El Profeta. Los sentí completamente entregados dentro de aquel misticismo absurdo y sus manos religiosas en mis pies me cargaban el cuerpo de un erotismo exquisito. No escuchaba las palabras sólo me concentré en sus manos y el sonido de sus voces que intercalaban la lectura de párrafos. Sentía que mis músculos más íntimos se contraían involuntariamente y un placer intenso y profundo me recorrió todo el cuerpo. Me estiré un poco y suspiré profundamente. Pequeñas y deliciosas ráfagas continuaban recorriéndome como angelitos que saltan erráticamente de una nube a otra.

Con los ojos cerrados sentí unos labios gruesos y ásperos sobre mi boca semiabierta. Su aliento olía a cerveza y a cigarrillo y la lengua era más exploratoria que sociable. Cuando dejó de besarme se quedó mirándome desde muy cerca, sentí una cosa nueva que merodeaba por mi boca. El extraño con el sombrero negro de copa muy muy alta había dejado algo allí. Un pedazo de cartón.

Sonreí. Mad Hatter me había encontrado primero.

Cuando destruí con mis dientes el cuadrado y amargo cartoncito, lo besé como es debido.

"Did you get a prize?" preguntó Guru observándome detenidamente.

"Dos por el precio de uno", pensaba en el delicioso orgasmo.

Guru comenzó a hablarme sobre Jesús y no pude evitar pensar en Lina. La imaginé allí conmigo, con su escepticismo desafiante y aquellos discursos racionales que usaba para justificar su ateísmo. Estaba segura que ella también se hubiese dejado llevar por la onda hippie que me rodeaba por todos lados, también estoy segura que se hubiese hartado de todo el asunto mucho antes que yo.

"No creo en ningún dios, en realidad...", decía Guru mientras secaba mis pies, ahora notablemente resplandecientes. "Pero el estilo de vida que llevó Jesús y su filosofía son mis modelos a seguir. Nada de divinidad, sólo un estilo de vida y nada más", sonrió y me miró con cara de cómplice. "Me parece que te espera una velada estupenda, Neutrina".

Así era. Cuando por fin encontré a Rich, no tenía la menor duda de que aquella noche vería objetos no identificados por todos lados y no sólo en el cielo.

Irónicamente y como era de esperarse, nos dedicamos más a descubrir nuestra condición de Homo sapiens que a mirar las estrellas y conjeturar sobre otros cuerpos que no fueran los nuestros.

El sonido constante de los tambores llenaba la oscuridad de ritmo mágico. Nos acosaba la juventud y el amor incondicional que deambulaba por todo el lugar. Nos parecía posible cambiar el mundo en ese mismo eterno instante.

"Estoy loco por un buen baño de agua caliente y una cama, mi cama", susurró Rich con los ojos rojos y estrechos y la voz gruesa. Podía ver que el sol estaba por salir detrás de su ancha espalda. El sonoro silencio del bosque nos cubría con una manta vibrante compuesta de distintos ruidos que formaban un resonante bullicio. "Quisiera que conocieras mi cama, creo que te gustará", metió su rostro en mi cabello y sentí su respiración que continuaba algo agitada. Mis manos recorrieron su cuerpo una vez más y pensé en la ciudad al detenerme en sus glúteos esféricos y macizos. En unos días estaría de nuevo en Brooklyn. Una de mis manos abandonó sus nalgas para atrapar su nuca y lo empujé un poco hacia mí, quería que me besara otra vez y olvidarme de la Ópera y el Teatro.

"Me gustaría conocer tu cama, Schwebee", volteó la cara y me pareció tierna su mirada. Estaba tan cerca, su nariz casi tocaba la mía y si me aproximaba tan sólo un poquito sentiría su barba áspera en mis labios. No le gustaba cuando yo usaba el apodo. Pero cometió el error de advertirme que me besaría cada vez que lo llamara así. "Schwebee, Schwebee, Schwebee, Schwe..."


Make love and not war...really.


Hasta la vista,

Neutrina :)

02:34 | glenys | 6 Comentarios | #

Almendras amargas en el té alucinógeno


Almendras. Shirley olía a almendras; todo el lugar parecía sumergido en aquella particular fragancia. Me detuve con Josh frente al ataud y noté que aún se distinguía la herida que sufrió en la mejilla el día de la violenta y abortada boda. Shirley no hubiera estado de acuerdo con la elección particular del atuendo para esta última ocasión, pero Shirley ya no podía opinar. La muerte le había arrebatado todos sus derechos.

Su madre también le recogió el pelo. La vistió como si fuese de nuevo su niñita, su princesita de plata, "para bien malcriada y para bien mimada".

Sally llora en una esquina. El padre de Shirley socializa y finje que se trata de otro evento más. Esa noche llorará largo y tendido. Se meterá en el baño y con todos los grifos abiertos sollozará con el profundo dolor del que está vivo. "Esto es peor que morir", pensará mil veces.

Juliet, por su parte, culpará a su Dios. Con una botella de Johnny Walker en una mano y el revólver de su esposo en la otra, Juliet caminará por el inmenso invernadero de su lujoso apartamento y librará una lucha titánica y de origen cristiana con su divinidad.

"¡Qué coño se podía esperar de un hijueputa que abandona a su propio hijo en la cruz! ¡NADA! ¡VEN! ¡BAJA! ¡Háblame! ¡Devuélvemela, devuélveme a mi Shirley, maldito cabrón!"

En eso pasarían la noche. Ella enredada en un diálogo amenazante y a muerte con un ser invisible y divino y él sollozando con los grifos abiertos en el baño, como para que nadie escuche su dolor.

Pero la casa estaba desierta. Sólo ellos gemían, el llanto de uno ahogando el sonido del otro. En unas horas el mundo había perdido su brillo y ya no importaba si Clinton ganaba o si morían de hambre en Sarajevo.

En la funeraria, sin embargo, lograron aferrarse a sus papeles. Los Friedman-Gordon no eran personas de hacer escándalo en público. Hasta el límite del tono de voz a usar, según la ocasión, parecía haberse acordado previamente.

Pobre Shirley, 28 años, muerta y vestida por su madre para el funeral. Si existiera el alma, la suya hubiese sufrido un cíncope.

"¿Quieres café con leche, Sally?", le preguntó Josh quedamente. Ella negó con la cabeza.

La tomé de la mano y la saqué un momento de allí. Quería saber cosas, que me contara sobre Melina.

Caminamos un rato por los amplios jardines de la funeraria y nos sentamos entre geranios y rosas salvajes.

"¿Qué dice la policía, Sally?"

"No mucho".

"¿Y Melina?"

Me miró con cara de asco.

"No pienso hablar de esa imbécil. Le estoy haciendo un favor llamándola imbécil. Créeme".

No dije una palabra más pero moría por saber algo sobre Melina. Había dormido en casa unos días antes. Estaba nerviosa y lloraba por ratos, pero ser inusual era lo usual en Melina. Mencionó que posiblemente se fuera a Texas por un tiempo.

"Extraño mis caballos", me dijo mirando el suelo y una sonrisa que más bien parecía una mueca.

"¿Tus pades viven en Texas?"

"Si, toda la vida. Mi madre vive en Houston y mi padre tiene una finca donde están mis caballos. Allí pienso pasarme unos meses. Estoy cansada", me miró rápidamente y trató de esbozar una sonrisa. "Tan cansada como para cruzar el puente otra vez y volver a dormir en Brooklyn".

Lucía cansada. Como una persona que había dejado de correr pero sus pies habían continuado haciéndolo. Estaba vacía y en sus ojos noté que ya no tenía nada que aportar.

"Necesito dormir en casa. Aunque sea en la casa del imbécil de mi padre. Por lo menos es cómodo y su nueva esposa me tiene miedo", soltó una carcajada corta y alegre; me pareció divina otra vez.

"¿Cuándo te vas?"

"No lo sé aún; tengo algunas cosas que hacer. Tengo que terminar con todas las relaciones destructivas que he formado aquí".

"¿No piensas volver?"

"Si logro salir de Manhattan no volveré jamás. A menos que", se detuvo brúscamente y me miró directamente a los ojos. Se había cortado el pelo y lo llevaba color azul pálido, algunos mechones le caían en la cara tocándole sus pálidas mejillas y su pequeña nariz. Su labio superior aún estaba hinchado, único vestigio visible de una de las últimas trompadas que le aguantaría a Shirley.

"¿A menos que?"

"Nada, Neutri, nada. Es sólo que he estado pensando mucho y no me gustan mis pensamientos. Quisiera dormir por años, te lo juro".

La dejé dormir en mi cama. Josh estaba en Connecticut, pensaba pasarse allí un par semanas, pero la muerte de Shirley lo traería de vuelta con toda su familia.

Al día siguiente desperté antes que ella y comencé a preparar huevos y salchichas. El aroma fue a buscarla y me la depositó en el desayunador de la cocina, justo frente a mí.

"¿Hambre?"

Sonrió. "¿Tú qué crees?"

Le busqué un plato y le serví de lo que había preparado.

"Me encanta cocinar", dijo con la voz gruesa y ronca de dormir. "Cuando vivía con el viejo le preparaba todo tipo de platos exóticos. Él los devoraba como león a su presa. A veces me parecía que ni siquiera los saboreaba bien y eso me enojaba. Pero siempre he vivido enojada con alguien. Nunca he entendido por qué; hubiese sido mucho más feliz con un temperamento distinto".

Mientras más engullía, más soltaba la lengua. Yo continuaba llenando su taza con chocolate caliente y pasándole el pan, la mantequilla o más queso.

"Soy excelente preparando postres. Hago delicias con todo tipo de ingredientes. Creo que la cocina es la verdadera alquimia del mundo, ¿no lo crees?"

"Pues alguien me dijo algo así antes"´.

Asintió y tragó un pedazo de huevo. Tomó un sorbo de chocolate y continuó con su semimonólogo gastronómico.

"Me gusta usar frutas y nueces. Las cocinas orientales son mis preferidas. Algún día te invitaré a un gran manjar preparado por mí", masticó un poco más de salchicha y sonrió. "Es difícil estar triste cuando se come bien. Eso lo aprendí en mis días de squatter por la ciudad. Pero hay algo que nunca aprenderé y es qué se siente no saber si encontrarás algo para comer o alguna cama para dormir. Yo siempre he tenido esas cosas seguras aún cuando pretendía no saberlo".

"Muchos chicos huyen de sus casas porque prefieren vivir con ese miedo que aguantar más abusos de quienes se supone deben amarte incondicionalmente..."

"Yeah, no matter what", interrumpió.

Estuvimos masticando en silencio por largos segundos.

"¿Qué le pasó a tu niña?"

"¿Qué niña?"

"Me dijiste una vez que habías tenido una hija".

Permaneció en silencio un momento.

"No debes creer todo lo que te digo, Neutrina, soy muy buena mentirosa".

Asentí.

"Una vez aluciné que tenía una bebé que se me cayó de los brazos al sumirme en la deliciosa nube que me provoca la nota del 'smack'. La dejé caer, así, pum. Por eso he jurado nunca tener hijos, no sería una madre cuidadosa y lo más probable es que termine matándolos accidentalmente".

"La verdad es que ya no sé qué creerte y qué no".

Cerró los ojos y sabroreó despacio lo que tenía en la boca. Cuando los abrió su mente estaba en otro lado.

"Voy a cocinar algo rico en mi apartamento antes de irme. Hoy vi un vestido muy bonito y pensé en comprarlo para Shirley. Quizás tú se lo puedas dar de mi parte. Quisiera que no me odiara tanto. Pero ella me odia porque me ama y Shirley no puede amar a nadie sin que se cree un cortocircuito en su cerebro. Es por eso que actúa como una loca. Me hubiera tragado lo de la boda si me hubieran dicho que se casaba con un hombre, pero cuando supe que era con una chica sabía que lo estaba haciendo para molestarme".

Busqué jugo para ambas y Melina encendió un cigarrillo.

"Hay gente muy destructiva", continuó mientras exhalaba humo por la boca y la nariz; aún así lucía hermosa. "Yo lo soy, no aprendí a ser de otra forma, Shirley también lo es, lo lógico es que nos hagamos daño", soltó una pequeña carcajada nasal. "Es una imbécil igual que yo y nos odiamos a muerte".

"¿No estás exagerando un poco?"

"No, para nada. Nos odiamos a muerte porque nos amamos a pesar de ser tan distintas, es un desastre amoroso y estas cosas nunca acaban bien porque terminamos haciendo lo que sentimos y no lo que nos conviene. Es una maldición y estoy intentando librarme de ella".

Terminó con el cigarrillo y se puso de pie. Pensé que se iría pero sólo agarró su plato y se sirvió las salchichas que quedaban y tomó más huevos del sartén.

"Tú te has enamorado alguna vez de alguien así, ¿equivocadamente?"

"Todos mis amores han sido equívocos", le dije con cara de tragicomedia. Nos reímos quedamente y pasamos de nuevo a su amor por la comida.

"Estos huevos están deliciosos. Tienen vinagre ¿no?"

Asentí. Era un truco que había aprendido de mi madre que le encantaba comer con el arroz blanco, sus huevos cocinados con vinagre.

Melina se marchó dos horas después y dos días más tarde la policía la encontró debajo del cuerpo muerto de Shirley. Estaban rodeadas de distintos manjares. Había frutas regadas por doquier. Albaricoques, cerezas, ciruelas, manzanas, melocotones. Había también trozos de distintos pasteles regados por todos lados y mermeladas de frutas teñían con mensajes indescifrables casi todas las paredes del apartamento. En la cocina el desastre era total. Entre los escombros de lo que parecía había sido una lucha a muerte entre cientos de miles de personas de partidos políticos, religiones y equipos deportivos distintos, los detectives habían encontrado una olla dónde se había cocido un té alucinógeno de hongos frescos.

Shirley y Melina estaban entrelazadas sobre la cama. Sus cuerpos desnudos también habían sido cubiertos con todo tipos de mermeladas y otras salsas diversas. Sus extremidades estaban intricadamente enlazadas y sus cuerpos permanecían aún tibios a pesar de que Shirley ya había dejado de respirar. Ambas mujeres habían resistido un sinnúmero de golpes, raspaduras, magullones y heridas.

La policía había respondido a un llamado de los vecinos que no estaban acostumbrados a escuchar tantos gritos, música y desorden en la mañana de un domingo habitual justo cuando se disponían a leer la edición del Sunday Times.

Melina no estaba muerta pero nadie supo decirme si continuaba en un hospital en Nueva York. Escuché comentarios de que sus padres estaban con ella.

Desde aquel momento las noticias que recibí del caso provenían de Josh quien no era muy dado a los detalles.

"Parece que estaban bien drogadas, la policía encontró heroína en Melina aunque no en Shirley".

"Melina habló de un pacto suicida. Mi madre me dice que llora todo el tiempo. La tienen bajo observación suicida".

"La policía habla de envenenamiento por arsénico".

"Encontraron almendras amargas en el té alucinógeno y en algunos postres y mermeladas".

"Melina estaba cubierta de vómito cuando la encontraron. El vómito era de Shirley. Ella dice que intentó darse una sobredosis de heroína. Confesó que Shirley había elaborado el té con una receta bien especial que no le había revelado".

"¿Sabes qué, Neutri? Aquel primer encuentro en el restaurante no fue casual. Melina nos estaba siguiendo por mis lazos familiares con Shirley. La niña está loca y según tengo entendido estará por mucho tiempo encerrada en un manicomio en Texas".

Meses después me enteré que había regresado a Texas con su padre. No estaría en un manicomio, 'el imbécil' consiguió apresarla en la finca, bajo su custodia, con tratamiento psiquiátrico regular y en observación suicida. La imaginé triste pero no tenía la seguridad de que fuera así. Por el contrario, algo me decía que no sabía ni la mitad de lo que había ocurrido aquella madrugada en el apartamento de Shirley en el Upper East Side.

Traté de imaginarlas cocinando aquella última cena. Un manjar de dioses no apto para mortales. Quise pensar que ambas querían aquel suicidio pero algo me decía que no era así, que cada mujer entró con la idea de matar a la otra y Melina ganó la partida, pero no por mucho. Aquel abrazo no podía ser un final romántico, aquello era la continuación de esa lucha que llevaban. Una tratando de doblegar a la otra, a muerte.

Imaginé que Melina sólo supo que había ganado cuando despertó en el hospital. ¿Habrá sonreído? ¿Preguntaría enseguida por Shirley? Seguro que le fue fácil engañarlos a todos, su amor por Shirley era real, demasiado real. Y Melina es descarada y mentirosa.

Quizá también engañó a Shirley; a muerte. Mientras más lo pensaba más me convencía de que Melina estaba loca y había deliberadamente asesinado a Shirley.

Melina, la hermosa asesina gastronómica. Tal vez lo hizo todo ella sola. Quizá se trataba de aquel manjar de que tanto me habló aquella mañana.

'Seguro que fuiste al norte a recogerlos tu misma en esas fincas de ganado por allá por los lagos Finger. Aquí en la ciudad es imposible conseguir hongos frescos, no de los alucinógenos, ésos los venden secos y hay que comerlos y masticarlos por una eternidad'.

'Pero elaboraste el gran manjar, sin "Shir". Y le mentiste. Ella bebió y comió porque no tenía idea de tus planes. La abrazaste para contener sus temblores y las convulsiones que se apoderaban de su cuerpo como si estuviera poseída por espíritus extremadamente malignos. Pero eras sólo tú, Melina y una sobredosis de ácido cianhídrico. Tú eres la peor y por eso sobreviviste, a pesar del temperamento, la querida Shir era sólo una niña mimada con mucho dinero y tiempo. Tú no, Melina, tú estás enferma'.

No tengo forma de saber qué pasó. Nunca más supe de Melina y los rumores murieron con el tiempo. Igual todo lo que le confesó a la policía es la pura verdad y ambas intentaron suicidarse.

Por mucho tiempo su imagen ocupó mis pensamientos más íntimos. Muchas veces creí que la distinguía en los alrededores del Tompkins Square: una cara ovalada y pequeña, pelo lacio y azul y la mirada irregular, entre los cabellos estirados y pintados de colores extravagantes de sus amigos, entre los aros de metal y las botas altas y pesadas de cuero negro. Allí la había encontrado muchas veces, sentada sobre la acera con el rostro preocupado; pensaba quizá en el asco que le daba comer al aire libre o tal vez en la mejor forma de matar a Shirley y volver a ver a sus caballos.

Seguiremos charlando :)

Neutrina

11:47 | glenys | 3 Comentarios | #

Cariños necios entre los rascacielos de Manhattan (Primera parte)

A Melina le gusta presionar el acelerador con el pie descalzo, ver televisión con la luz apagada y aparentar frente al espejo que sabe hablar francés. Su cerebro sucumbe ante los primeros besos de un nuevo amor y el sabor exquisito del chocolate. Para adornar su cuerpo prefiere un anillo y varios tatuajes; para beber, un refresco rojo con vodka y para fumar, marihuana.

Su cabello natural es color naranja aunque a veces lo tiñe de azul pálido o rosa brillante. Su estilo es punk y su actitud de abandono y dureza. "She's pretty fucked up", opinaba Josh. Y es cierto, la mina está bien jodida.

Melina a veces duerme en edificios abandonados y con orgullo declara: "¡soy una squatter! ¡Una maldita indigente!".

Si caminas con ella por Christopher St notarás que mira con avidez los platos de los comensales que aprovechan el hermoso día de verano para almorzar al aire libre y estremecer a la Gran Manzana con aromas internacionales y conversaciones plurilingües. La Melina real piensa que es asqueroso comer en las aceras porque la comida se llena de toda esa contaminación que se traga poco a poco a la roca que es Manhattan.

Pero ahora ella interpreta otro papel. La joven mujer es una naranja en la sección de mangos, un canguro en la Quinta avenida, es la gota que sigue rebosando el vaso.

La conocí así. Caminaba un día y se detuvo a contemplar mi ensalada. Su belleza nos sedujo, a Josh y a mí, y pronto la teníamos sentada en nuestra mesa, comiendo de mi plato y hablándonos sobre un edificio que estaban restaurando ella y sus amigos. Manhattan aún no conocía a Giuliani y había cabida para lo absurdo, lo sucio y lo inadmisible.

Nos invitó a una fiesta.

"Es cerca de Tompkins Square, en un apartamento del amigo de un amigo", sonrió de forma enigmática. En ese instante deseé que una de las dos fuera hombre.

Caminamos rápido hasta llegar a la "ciudad alfabeto". En una calle cerca del bar Sophie's, Josh se detuvo a comprar yerba y regresó con seis diminutas pastillitas amarillas. Los tres sonreímos. Era mezcalina, la parranda iba a estar divertida.


Melina durmió en Brooklyn esa noche.

"Creo que si mi única opción fuera vivir en Brooklyn me largara de Nueva York. Lo siento, chicos, ustedes son cool y todo pero Brooklyn sucks big time".

Era una niña encantadora y caprichosa.

"¿Qué edad tienes, Melina?"

Me miró por unos segundos e inició una lenta caminata por todo el lugar. Estaba descalza y para mi sorpresa, sus pies no eran mugrientos. Tampoco olían mal.

"Tengo 25 años", me gritó desde la primera habitación.

"Pareces más joven", le dije mientras me acercaba a ella por el largo pasillo de madera.

"¿Qué edad pensabas?"

"¿18?"

Comenzó a reír y me contagié de su risa loca y extraña. Noté desdén en su rostro al dirigirse a mí.

"Deja los temas aburridos para otras ocasiones. ¿Qué coño importa la edad que yo tenga? ¿Cambiará eso algo? ¿Crees que habrá muerto una estrella en el firmamento o un hijueputa dejó de abusar de su hijita?"

Sonreí. Dentro de mí algo trataba de encontrar un pedazo de información, datos, una pieza que faltaba. Ella no era genuina pero aún no sabía ni siquiera por qué lo sospechaba. La escudriñaba intensamente para descubrir por qué me era imposible creer todo lo que decía

"Tendrás que enviarme una lista de temas, entonces. Tampoco tenemos que hablar ni tienes que quedarte. Puedo pagarte un taxi hasta tu edificio..."

"Tengo dinero para el subway", su tono se intensificó en esta última palabra. "Me quedé porque me caes bien pero la gente siempre comienza a desencantarme".

"Si, bueno, en eso no eres la única".

"¿Te he desencantado?"

"Lo que pasa, Melina, es que no logras encantarme aún".
Ambas sabíamos que mentía.

Esa noche hablamos poco. Josh trajo pizza y vimos varios episodios de Seinfeld.

Cuando le dije que tenía sueño Melina tomó mi mano. En ese preciso instante la imagen de mi abuela muerta, tejiendo unas medias que nunca usaría, llegó desde algún lugar perdido en mi memoria. No creo que haya conexión alguna, el cerebro actúa de formas misteriosas.

"Desde que comenzaron los bombardeos mi amigo no ha podido hablar con su esposa ni sus dos hijas. Él y sus padres ya estaban aquí pero ella se quedó allá. Decidieron venir definitivamente cuando la guerra se intensificó pero ella ni las niñas tienen visa y no han podido salir de Sarajevo".

La miré en silencio. No tenía ni puta idea de lo que hablaba esta chica.

"¿Tu crees en dios?"

"No, en ninguno".

Ella asintió y cerró los ojos.

"Yo una vez tuve una hijita y se me fue, así, pum", dejó caer sus brazos simultáneamente desde los codos hacia abajo. "Me siento triste por mi amigo".

"Yo no quiero tener hijos. No voy a tener hijos. Es mi mantra personal", dije bromeando.

"Es mejor así, se puede seguir siendo egoísta sin sentimientos de culpa".

Me salió una carcajada pero al ver que ella continuaba pensativa la reprimí.

"Tampoco entenderás muchas cosas pero por lo regular es así. Yo tengo una pena que es única, únicamente mía".

No dijo más y la dejé con los ojos cerrados y las manos entre las rodillas. Parecía un hada; joven, fresca y bella. Pasaron meses antes de que la encontrara de nuevo.

Porque la busqué. La busqué como si se me hubiese perdido. Porque era misterio sin ser misteriosa, porque me sentía atraída por su belleza física y, más que todo, porque quería verla completa y que mi cerebro la entendiera, la clasificara y la archivara como Tal de Tal.

Pero no la encontré. Caminé por las calles de la ciudad alfabeto, me senté varias veces en el mismo restaurante donde la conocimos. Pregunté a todo bicho raro que encontré en las inmediaciones del parque Tompkins Square o comiendo pizza en Ray's. Pero los que la conocían tampoco la habían visto.

"Melina desaparece así a veces. Una vez me dijo que le gustaba regresar a su casa en Jersey. Se queda haciéndole compañía a su mamá", me contó en un tono aburrido un chico calvo con el cuero cabelludo lleno de alfileres y que no parecía pasar de los 16 años.

"Definitivamente Melina no es de Nueva Jersey", pensé.

'Se muerde las uñas. ¿Será posible que se haya hecho una pedicura? Sus labios. Su risa. Su mirada. Pum'.


La vida me absorbió de nuevo. Ensayos, exámenes finales, profesores caprichosos, conciertos, las discusiones sobre "the former Yugoslavia" y el sexo nuevo, fresco y continuo con Josh. Todo andaba bien. Casi la había olvidado.

Es entonces cuando aparece Shirley.

Shirley nunca tomaba el tren. En su opinión, Nueva York era Manhattan, y no toda la isla. El mundo de Shirley comenzaba en Soho y terminaba en la calle 97.

"No viajo más allá de ese número y para ser más precisa tendría que excluir muchos barrios horrendos que tenemos por ahí", decía con su aire de princesa neoyorquina. Shirley hubiese amado a Giuliani.

"Shir", como la llamaba su madre con un tono monótono que sonaba algo así como "Sheur", tampoco tomaba taxis, su padre le había puesto un chofer y ella había elegido un apuesto italiano con quien demostraba tener mucha confianza. Tenía 28 y aparentaba 23, no era bonita pero estaba demasiado bien cuidada para pasar por ordinaria. Era una mujer fuerte que le gustaba interpretar el rol de niña débil, sus actuaciones son merecedoras de varios premios de la academia.

Shirley es prima de Josh. La única hija del único hermano de su madre. Josh dice querer mucho a sus tíos, yo lo traduzco como agradecimiento familiar. El pobrecito se atraganta con la culpa sino les paga siendo hipócrita de vez en cuando. Porque a ambos nos parecen insoportablemente pretenciosos.

Esta vez Shir ha montado todo un melodrama moderno. La madre de Josh ha llamado para contarle que la diva ha elegido casarse con una actriz madrileña con varios años en la ciudad.

"Nadie la conoce a esta chica", explica Mrs. Friedman desde su cómoda casa en Conneticut. "Parece que no es famosa ni nada y que ni siquiera tiene dinero. Mi pobre hermano dice que de ésta se muere de un infarto. Una cosa es participar en el carnaval de los gays y otra es venir y anunciar que se casa y que quiere una boda gigantesca. ¡Hasta quiere que inviten al párroco de la iglesia y no precisamente para que las case!"

Esa noche reímos juntos mientras Josh me lo contaba. Enroscados y entre las sábanas nos preguntábamos qué se traía Shirley entre manos. No era sorprendente que se casara con una chica, podría haber anunciado que se casaba con un elefante o con el obispo del estado, daba igual. Habría que escudriñar hasta descubrir su objetivo porque Shirley sólo amaba a Shirley y a nadie más.


Desde el ventanal contemplaba el río East. Me encontraba en un apartamento sobrecogedor en el Upper East Side de Manhattan. Había estado allí antes pero sólo había llegado hasta el vestíbulo. Me parecía que se necesitaban horas sino días para descubrir en su totalidad la morada de los Friedman-Gordon, también sentía que había que ser alta y espigada para vivir allí.

La conversación del grupo más cercano a mí estaba centrada en Bill Clinton. La mayoría parecía querer que ganara la presidencia en los próximos comicios.

"Habría que prohibir que otro Bush llegue al poder en el futuro", comentaba con voz de político el padre de Shirley. "Los republicanos van a conseguir que el mundo nos odie aún más".

"Pues me han dicho que Jodie Foster también. Fíjate en el pasado, Virginia Woolf, las cosas han cambiado, Juliet", le susurraba la madre de Josh a su cuñada mientras la sentaba frente a uno de los bares orientados en el salón, para la inopinada ocasión, según las leyes del Feng Shui. "Creo que está muy bien que la gente comience a expresar sus verdaderos sentimientos. ¡Estamos en 1992! Las cosas están cambiando; además, vives en Manhattan, querida, aquí la gente piensa que esto es algo sofisticado", ambas rieron mientras llenaban sus copas de vino e intercambiaban pastillas de sus respectivas carteras.

"Creo que hay que asesinar a Milosevic es la única forma de terminar con el genocidio en Bosnia por parte de los serbios nacionalistas. Hay que intervenir de forma colectiva, las Naciones Unidas no se está dando cuenta que esta gente necesita ayuda. Morirán de hambre en Sarajevo si no paramos esto", comentaba un chico apuesto que parecía haber salido directo de una charla en una de esas universidades reconocidas del este del país.

Entonces ella hizo su entrada. Melina. Parecía una alucinación. Llevaba un vestido verde como el color de la grama en una tela de terciopelo algo gruesa y aparentemente inalterable y rígida. Una sola manga le cubría el brazo izquierdo, el otro estaba desnudo desde el hombro pero ella lo había cubierto hasta el codo con un guante del mismo color del excéntrico atuendo. Sobre el guante, en el dedo del medio, se había colocado un anillo de plata tamaño familiar con una enorme piedra negra y cuadrada.

Su pelo naranja estaba subido en un moño tipo colmena o beehive, de esos que se llevaban en los años sesenta; su maquillaje, por igual, la hacía lucir como las modelos de esa época, especialmente por las colosales pestañas postizas y la intensidad de los colores que adornaban su exquisito rostro.

El vestido era largo pero era posible admirar las extravagantes sandalias de piedras brillantes con tacos altos y finos que adornaban sus pies. Lucía singularmente hermosa y fuera de lugar, algo que parecía ser una insignia que manejaba con naturalidad. Melina tenía el don de dejar a todo el mundo sin las palabras adecuadas para ridiculizarla. Ella era la reina del ridículo.

Caminó lentamente hasta donde se encontraba el padre de Shirley y le dijo algo en el oído. En pocos segundos su rostro varonil se transformó y una luz siniestra oscureció su mirada. Se dirigió hacia una de las puertas y salió por ella, pero antes se detuvo y miró a su mujer. Parecía angustiado.

Entonces, Melina cambió su dirección e impulsó su lánguido cuerpo hacia el bar donde se encontraba Juliet. Un escalofrío se deslizó por mi espalda. El Feng Shui no parecía estar funcionando, para variar.

Nunca imaginé que encontraría a la squatter aquí, vestida como una campesina adolescente que ha sido elegida reina en la fiesta de graduación de su colegio. Cualquier otra persona le hubiese atribuido al destino toda esta historia maniática o tal vez a uno de los designios indescifrables de algún dios aburrido, sin embargo, mi mente se rebelaba ante esta excesiva y descomunal coincidencia. Busqué a Josh con la mirada y en su rostro pude leer la pregunta “What are the fucking odds??”.

Eso. Cuáles son las jodidas probabilidades.

Una mano fría me toco el hombro y un pequeño y sofocado gritó salió de entre mis labios. Era Sally que se disculpaba por asustarme.

"¿Quién es ella?" Le pregunté sin saludarla.

"Ah, Melina, es una amiga de Shirley. Creo que sigue enamorada de ella. ¿Recuerdas aquella vez que te conté que Shirley casi mata a una chica que no dejaba de seguirla? La vez que su padre la mandó a Francia por un año. ¿Lo recuerdas?"

Lo recordaba. Shirley la amarró a su cama y trató de asfixiarla con una almohada. Su padre, que regresó inadvertidamente, logró salvar a la chica que yacía semiinconsciente debajo de la suave y olorosa almohada de su amante la psicópata. Por poco muere Melina por amar de forma avasalladora, por no aceptar el rechazo, por no desaparecer. Parecía imposible que se tratara de la misma persona. Deseaba tanto hablar con ella.

"¿Qué te pasa?"

"Es que la conocí el otro día. Me dijo que era indigente y que no tenía donde vivir".

"No me sorprendería nada de ella. Aunque su padre es uno de los hombres más ricos en Texas y ella vive en un apartamento sólo un poco más pequeño que éste".

"¿Crees que vino a impedir la boda?"

"Por supuesto".

"Voy a hablar con ella".

Josh había llegado primero y estaba visiblemente molesto. Me acerqué pero no dije nada, Melina me miró desde algún lado inalcanzable de su cerebro. Ni siquiera me reconoció. Ignoró a Josh y salió por la misma puerta que el padre de Shirley había usado anteriormente, la madre de Josh y Juliet partieron tras ella, no sin antes rebosar sus copas de vino.

Minutos más tarde, los gritos de Shirley y Melina secuestraron cada rincón de aquel suntuoso apartamento en el Upper East Side.

Era curioso, lo único que le pedía Melina a gritos era que la perdonara. Shirley, por el contrario, la amenazaba con que iba a matarla de una buena vez.

El silencio dominó a cada uno de los invitados en el gran salón y permanecimos allí, reservados y absortos, como engullidos por aquel inquietante y resonante espectáculo.


Seguiremos charlando,

Neutrina


Me alegra que llegaras hasta aquí :)

¿Te gustaría leer la segunda parte de esta historia?



23:45 | glenys | 2 Comentarios | #

Media historia sobre Neutrina y su primer ciberpríncipe

'Me ha minimizado estoy segura. Hace rato que le pregunté si había ido a la reunión anoche y no me ha contestado. Quizá fue a buscar mate o leche o una cola, no lo sé, no se ha dignado a escribir una sola letra y ya han pasado varios minutos, o quizá hayan sido segundos...'

Una ventana parpadea en mi pantalla y brinco en el sillón.

"¿Edad? ¿Fotos?"

'¡Mierda, mierda!' No entendía aquella ansiedad. Tenía meses conociéndolo pero en realidad no lo conocía.

'Abro un browser y busco: "romance por internet". Una interminable lista de temas que no vienen al caso aparecen en mi pantalla. Abro otra ventana y busco en otros lugares sin encontrar mucha diferencia'.

Pero el irc continuaba en silencio, las palabras de mi última pregunta yacían contra aquella pared virtual como prisioneras en un paredón. Me urgía borrarlas y ya no quería que respondiera.

"Sal, entonces, Neutrina". Pero nunca aprendí a llevarme de mis propios consejos. Una verdadera lástima porque muchas veces han sido apropiados y sensatos.

Un tal TRON truena en mayúscula.

"DE DONDE ERES BELLEZA"

En la red, la mayoría ha decidido abandonar el uso de acentos y otros signos significativos del idioma. No importaba, de todas formas aquella no era la voz que quería leer.

"ESTAS OCUPADA AHORA? SOY MEXICANO DE LA MAS IMPRESIONANTE CIUDAD EN EL MUNDO"

Otra ventanita asalta mi desolada pantalla, "me gusta el sexo con gorditas", interpela Sultán, desde Perú, según pude percatar en su dirección de correo.

'Decido entonces cerrar SU ventana; esa que dice "undiablo", y al hacerlo, algo me molesta en el pecho'.

'Como si fuera parte de un pésimo drama virtual, comienzo a escuchar las primeras notas de "Hotel California" justo cuando la ventana de "otrodiablo" se dibuja sobre mi pantalla como por arte de Merlín'.

"Me caí. ¿Estás ahí?"

'Él usa los acentos y todos esos signos que algunos han olvidado. Se cambia el nick varias veces al día y le gustaría que el mundo entero fuera virtual. No he visto su foto, nunca me he atrevido a pedírsela, es la única persona que conozco en la red que jamás me ha pedido una foto. "SI ES DE CUERPO ENTERO MEJOR", escriben los trones del ciberchat'.
'Quizá por eso no puedo dejar de entrar noche tras noche a buscarlo y me quedo con él hasta la madrugada, escribiendo de cosas inimaginables y riendo con un desconocido-conocido a miles de kilómetros de aquí'.
Si aquello no era magia que vayan y le pregunten a Arthur C. Clarke.

"Si, aquí estoy".

"¿Estás en algún canal?".

"Sigo en #Manicomio pero no hay nadie aquí...oh...espera...acaba de entrar Miel45, para variar".

"Entonces mejor me quedo en privado contigo. Ya no tengo deseos de discutir con troles"

"¿Crees que la miel sea un trol?"

"Igual me da, neutri".

Lo imaginaba de tantas formas; pero nunca me atreví a preguntarle por su apariencia física. Temía que juzgara mi curiosidad como algo frívolo y superficial; 'me pasa que desde que lo conozco sin conocerlo he estado tratando de impresionarlo. He desempolvado libros, he escaneado dibujos, he retomado mis lecturas de ciencia y he buscado y leído la mayoría de los autores que ha mencionado en nuestras conversaciones. Hace una semana, coloreé mis labios para sentarme frente a la pantalla de mi ordenador'.

Aquel estúpido día reí más que un Santa en mezcalina porque no lo encontré, también descubrí en el tono de mi risa destellos de ansiedad y confusión.

Luego de un mes de conocernos me regaló un canal de chat al que llamamos #Manicomio. Allí nos reuníamos en las noches con otros sobrenombres que pasaban, se quedaban o se iban, pero sus personajes virtuales siempre dejaban algo escrito en nuestras ciberparedes.

Fue extremadamente novedoso y divertido hasta que el tipo de los mil nicks comenzó a abandonar mi pantalla y a acompañarme a todos lados. De repente pensaba en él mientras manejaba, me bañaba, escuchaba una canción o leía un libro y una noche pensé en sus palabras mientras me masturbaba. Pero no se lo dije, debía asimilarlo primero.

"¿Estás cansada?"

"No. ¿Por? ¿Tienes algo en mente?"

"Quería ver si funcionaba el programita de voz que te envié. ¿Lo instalaste?"

"Of course, darling :)"

Me encantaba que quisiera escucharme aunque a veces dudaba si no se trataba sólo de curiosidad técnica. Su forma de interesarse por mí no parecía compleja aunque me empecinara en que lo fuera. Antes de que yo apareciera él ya madrugaba chateando con personas en otros canales, la única, y para mí gran diferencia era que había abandonado a los demás por mí. Esta conducta se había intensificado con el tiempo y ya nos conocíamos por nuestros nombres de pila y nos contábamos anécdotas de nuestros respectivos pasados. Me parecía que noche tras noche ambos preferíamos y buscábamos cierta intimidad en la compañía del otro.

"Somos ciberamigos", había escrito una vez. "Es sorprendente ¿no te parece?"

"¿Qué te sorprende? ¿La tecnología que lo ha hecho posible o que podamos ser amigos en circunstancias tan extrañas como ésta?"

"Ambas cosas me parecen impresionantes".

"¿Crees que es posible enamorarse de alguien de esta forma?"

"No, no lo creo".

Aquella respuesta no fue de mi agrado.

"¿Por qué no?"

"Estoy convencido que para enamorarse la gente tiene que verse personalmente".

"¿Tuviste alguna experiencia por aquí?"

"Si".

"¿Me quieres contar?"

"No".

"¿No te fue muy bien?"

"Simplemente no pasó nada".

"¿Te enoja que te pregunte?"

"Bastante".

"Lo dejamos entonces".

Aquella vez lo imaginé feo, sucio y abandonado por una princesa virtual. Pero aquella imagen duró poco, estaba enamorada y todo lo que mi príncipe invisible escribía mi cerebro lo dotaba de belleza, sabiduría y sarcasmo del mejor. Mi hombre de los mil nicks era reservado y capaz de pasiones extremas, comencé a envidiar a aquella cibermujer de la que no quería hablar.

"¿Conectaste el micrófono?"

"Todo está listo pero no te escucho".

"Espera, espera..."

Era el año de Fargo y El paciente inglés. El año en que el Nobel de Química fue compartido por los investigadores que descubrieron los fullerenes y los premios Pulitzer en fotografía fueron galardonados a imágenes perturbadoras de circuncisiones y niños pequeños rescatados de los escombros de horrorosos actos terroristas.

Yo prefería a Beck y él a los Butthole Surfers. Él odiaba lo poético yo rechazaba lo didáctico. Me fascinaban su humor y su honestidad y a él lo enternecían mi optimismo y mis fantasías. Era el hombre perfecto para cibermí y yo era la cibermujer ideal para los cibermiles que eran él.


Nuestra situación me traía recuerdos del episodio Damián. Durante mi adolescencia me hice amiga de un chico por teléfono. Él había llamado para dar lata y nos habíamos quedado hablando por horas. Mantuvimos un amor platónico y telefónico por meses. Recuerdo que hasta llegó a dedicarme una balada cantada por John Travolta, antes del fenómeno Manero, en un programa de televisión que ponía videos, mucho antes de MTV. Fue una decepción conocerlo porque no sólo no era mi tipo sino que me desagradaron sus gestos, sus movimientos y su actitud en general. Me preguntaba si algo parecido le había ocurrido a mi querido ciberamigo.

"¿Me escuchas?"

"Nada de nada".

"Debería sonar tu teléfono, el telefonito ese que tienes a la izquierda de tu pantalla ¿lo ves?"

"Lo veo, lo distingo fácilmente y hasta lo podría tocar, copiar y pegar si me lo pides, pero no lo escucho, tal vez si gritaras un poco más alto".

"Hija de puta, que tienes un morro que te lo pisas, chavala, burlándote de mí de esa forma tan insolente".

"Jaajaaja, jamás me burlaría de tí, never, ever".

Un ruido extraño se mezcló con mi risa y descubrí que el pequeño icono telefónico sonaba. "Doctorteveo" me llamaba.

"¡Está sonando! Un tal doctorteveo ¿eres tú?"

"Nunca usaría un nick como ése".

"Eres tan presumido".

"Lo se, ya me lo has dicho varias veces, no me vas a cambiar recordándomelo".

"No intento cambiarte sólo molestarte".

"Por eso estoy aquí, linda".

Entonces lo veía llegar, caballo galopante y todo, me tomaba por mi no muy estrecha cintura y me alzaba hasta lugares donde amar era fácil. Allí también parecía fácil, si lo dejas ahí y no despiertas al dragón que duerme en la cueva, ése que puede matar tu fantasía momentos después de hacerla realidad.

El icono vuelve a sonar. "Tiene una llamada de un_ateo". Tenía que ser él.

Aceptar.

"¿Me escuchas, neutri?"

Lo escuchaba, lo escuchaba.

"No hables todavía. Es mucho más fácil si no nos interrumpimos. Cuando termine de hablar te diré algo así como tu turno, preciosa. ¿De acuerdo?
Tu turno, preciosa".

"¡Holaaaaa! Es lindo escucharte, Javier, no imaginé que te oiría tan bien y pensar que estamos tan lejos. Ahora me he quedado sin tema y sin habla, hombre que me has puesto nerviosa. ¡Tu turno, precioso!".

Tenía que esperar unos largos segundos hasta que todas mis palabras llegaran a sus oídos y las suyas iniciaran su largo recorrido por todos esos cables hasta mi ordenador.

"¿Tú nerviosa, Neutrina? No lo imagino, te he visto espantar a los más cínicos..."

"¡Tú eres el más cínico de todos!" interrumpí sin pensar. "¡Ayayay! Lo siento, precioso".

Escuché sus carcajadas al otro lado del Atlántico y caí un poco más. Era canario pero había pasado más de veinte años viviendo entre México y Argentina donde se encontraban los negocios de su padre. Estudió en una universidad en Madrid y pronto cumpliría 38 años, pero no quería decirme cuándo.

"Odio los cumpleaños, las bodas, las despedidas, las religiones, las sectas, la política, los tours y la gente estúpida", me había dicho una vez.

"Eres un presumido", le había respondido.

"Y tú una hipócrita", escribió enseguida. Esa noche estuvimos discutiendo por horas.


"Entonces crees que soy el más cínico de todos", permití que su voz derritiera mi piel.

'No tienes razón, Javier, es posible enamorarse aquí. Que logremos que ese amor se desplace y continúe en el mundo real es algo completamente distinto. Y es que son dos mundos diferentes, Javier, y en este pequeño cibermundo donde nos hemos conocido yo sencillamente te amo'.

"Eres el mejor de todos, cariño", respondí y sentí los latidos de mi corazón retumbarme en la garganta. Ya no habían palabras que señalaran el final de nuestras oraciones, las modulaciones en nuestras voces hacían lo suyo y nos leíamos bien ahora que nos escuchábamos.

"¿Eso crees?" Lo sentí titubear y me arrepentí de haber hablado, de haber sentido mis palabras con vehemente firmeza.

"No, no vale creer contigo. No debería creer en nadie, es mejor así ¿o no?"

"Tú ya estás hablando de otra cosa".

"Así es, pensé que así lo preferías".

Entonces una ventanita destelló en mi pantalla. Otrodiablo me preguntaba: "¿Y tú qué prefieres, Neutrina?"

Abandoné el micrófono, el lag y la estática y comencé a martillar el teclado con las ansiosas yemas de mis dedos que morían por hablar.

"Me gustaría contarte lo que siento".

"Pero yo no quiero escucharlo".

"Lo sé, es precisamente el problema que tenemos".

"Ya sé lo que me vas a decir, neutri".

"Eso es patético. ¿Tan predecible soy?"

"No, no es eso..."

"Entonces es que tu también lo sientes, ¿es eso?"

"Prefiero que lo dejemos así".

"Pues me parece que sólo estás posponiendo algo que es imparable".

"Si, puede que tengas razón pero es que lo vamos a estropear todo".

"¿En qué te basas para hacer tal afirmación? ¿En la experiencia anterior de la que no me quieres hablar?"

"No se te va una, mujer".

"No, últimamente cuando de tí se trata me siento muy meticulosa".

"Uy, me gusta esa palabra :)"

"Vaya, me has escrito un emoticón, presiento que aparecerá dios en cualquier momento".

"¿Cuál de todos?"

"Ya te estás tranquilizando porque has logrado cambiar el tema. Es un arte que posees".

"¿Te apetece seguir por el micrófono?"

"No, mejor me voy a dormir", lo dije sin sentirlo pero con la esperanza de que él me complaciera y continuara hablando de sus sentimientos con tal de que no me fuera.

Pero los hombres como él no actúan como una quisiera ni siguen jueguitos infantiles de ciberneutrinas inseguras. A veces me sentía desnuda por toda su pantalla.

"De acuerdo, neutri, ve y descansa. Nos vemos mañana".

"Espero que sueñes conmigo todas las noches. Mi maldición para tí".

"Me alegra no creer en ellas".

"Maldito descreído".

"Ese soy yo. Ve y descansa, niña, que ya has hecho suficiente desorden por hoy".

"Es posible, Javier, es muy muy muy posible. Tan posible que lo siento".

"Buenas noches, neutri, ya te estás repitiendo. Dale al alt f4, nos hará bien a ambos".

A menudo también lo odiaba, por supuesto.

Alt F4.



Seguiremos charlando,

Neutrina :)


12:55 | glenys | 18 Comentarios | #

Encuentro en Rivadavia y Callao


Salí temprano del pequeño hotel, confundida y empeñada en no admitirlo. Quería caminar, verme desde fuera, pensar. Pero los enamorados no piensan, son bichos raros con sus cerebros congelados y una sobredosis hormonal continua; no hay manera de llegar a una solución lógica, objetiva y que deje a todo el mundo satisfecho. El amor no está para eso.

Marcelo estaría esperándome en un café en la esquina de Rivadavia y Callao dentro de unas horas. Esa idea me angustiaba y me vigorizaba. Pensarlo era mi combustible y mi agonía. Son estas las mismas malditas y contradictorias emociones que protagonizan extraordinarias tragedias y actos heróicos así como las más cursis telenovelas. Amor, amore, love...

Pero soy yo, Neutrina, algo iba a salir mal en cualquier momento y saberlo me estaba haciendo pedazos.

Me senté sobre una pequeña y pesada silla de hierro en una de las mesitas que adornan el paseo de la Recoleta. Luego de ordenar una cerveza, una señora como de setenta y largos años se acerca y comienza a hablar. Cuando me dí cuenta que se dirigía a mí ya tenía varios minutos charlando y me costó trabajo comprender de qué iba el tema.

"Es que las cosas ya no las hacen como antes. Todo eso es puro cartón, todo ese modernismo es sólo la superficie, pero la vieja Buenos Aires era de puro hormigón y piedra", decía la señora con ese temblor característico de los ancianos. Su atuendo incluía sombrero, sombrilla y colores en varios tonos rosas, su cara conservaba rasgos de una juventud hermosa.

Asentí y sonreí.

Ella caminó unos pasos más y señaló hacia los restaurantes con su paraguas rosa oscuro.

"Mirá, mirá, todos hechos de cartón y todo el centro comercial es pura apariencia. Por eso se incendió el teatro..."

Mientras la señora me explicaba el evento percibí cierto caos a mi alrededor. Un camión de bomberos se materializó en una pequeña calle contigua y noté que una manada de adolescentes, con distintas tonalidades de risas nerviosas, se encontraba desperdigada a mi alrededor. Sus voces regresaron a mí gradualmente. El centro comercial estaba siendo evacuado. Me voltée un poco para contemplar mejor lo que ocurría, noté que salía humo de uno de los restaurantes, como a veinte pasos de donde estaba sentada.

"Rivadavia y Callao", pensé, y mi corazón se transformó en un trapecista profesional.

"Menos mal que han controlado todo a tiempo", continuaba la señora quien había tomado asiento en otra silla frente a mí, "porque si no se nos viene abajo toda la plaza".

Recordé que había estado la noche anterior en un club cerca de aquel lugar. Sahara. Unas chicas habían entrado haciendo malabares con antorchas encendidas. Me pareció impresionante que nadie saliera chamuscado teniendo en cuenta que el lugar estaba atiborrado de gente borracha con ganas de bailar, saltar y gritar.

Él me sostuvo cerca toda la noche. Me hablaba al oído, nunca muy alto, cuando lo hacía me acercaba, su mano presionando mi espalda, siempre cerca, sobre mi piel. Haría cualquier cosa por él.

Recordé mi pasaje en la cartera. Marcelo estaría en unas horas en la esquina de Rivadavia y Callao, "frente al edificio del Congreso, ¿te acordás?".

Si, claro que lo recordaba.

Dos semanas desde que nos besamos por primera vez y ya sentía que no podía vivir sin él.

La señora tocó mi mano y regresé al presente. Le sonreí.

"¿Perdón?"

"Las cosas ya no son como antes", dijo la ancianita con cara de desencanto.

"Así es".

De lo que me alegro mucho, pensé. Uno de los bomberos estaba parado frente a nosotras. Intentaba que los chicos no se agruparan en el paseo. Dos jovencitas detrás de mí cantaban una canción de moda de una de las artistas de moda, una pareja en la mesa de al lado conversaba poco y en francés, unos italianos ordenaban la comida en español y Marcelo me esperaría en dos horas en la esquina de Rivadavia y Callao. Estaba feliz. Nada más angustiante que estar feliz.

"Quisiera que la felicidad no dependiera tanto de los demás", le dije una vez a Neka mientras caminábamos hacia la repostería de su abuela. En unos años más, la abuelita de mi amiga moriría de un infarto y la madre de Neka se encargaría de la repostería.

"Te entiendo. Especialmente cuando se trata de chicos ¿no?"

"De todo, no sólo de chicos. La gente vive imponiéndote cosas desde que naces. ¿No te has fijado?"

Los ojos negros de Neka me miraron con exagerado asombro.

"Claro que me he fijado. Conoces a mis padres ¿no?"

Nos reímos un poco y yo comencé a patear una piedra mientras avanzábamos.

"Sor Alegría siempre me dice que busque la felicidad dentro de mí pero no sé cómo. Puedo sentirme contenta con cosas que hago pero sólo cuando mis padres o mis amigos me halagan y me piropean me siento feliz. Me jode depender tanto de los demás para ser feliz. ¿Crees que es sólo un hábito que tengo que cambiar?"

Neka se detuvo. Nos encontrábamos frente a un pequeño destacamento de bomberos que el barrio había construído y organizado con voluntarios. Un tío de Neka trabajaba allí. Hacía calor y el sol brillaba con los bríos de la tarde joven. Acabábamos de salir del colegio y por el resto del día trabajaríamos juntas en un proyecto de biología. Noté que la frente de neka estaba cubierta de bolitas de sudor y que una se deslizaba por su cuello. Yo también sudaba.

"El otro día escuché a mi mamá hablar de la meditación. Parece que es una buena forma de lograr la paz interna", dijo Neka pensativa.

"Pero es que no quiero paz interna, quiero felicidad todo el tiempo".

"¿Y qué te haría feliz todo el tiempo?" me preguntó con voz cínica y mirada sagaz.

Lo pensé un momento.

"Quisiera que todo el mundo me quiera, que todos piensen lo mejor de mí", le respondí con mucha seriedad.

"Eso es imposible", opinó Neka luego de unos minutos.

"Lo sé. He llegado a la conclusión de que nunca seré feliz todo el tiempo".

"Pues fíjate Neutri que no creo que alguien lo sea".

Pero una a veces llega a creer que existen ángeles de testosterona y que el cielo se consigue con besos y caricias. En días así, un detalle se transforma en un milagro y sólo quieres escuchar canciones de amor.

"No quiero que te vayas".

"Tampoco quiero irme".

"Quedate entonces".

"Tengo que terminar la universidad, sólo me queda un año..."

Malditos estudios. Es odiosa la responsabilidad. Pero no podía abandonar la maestría. Estaba becada y había trabajado muy duro para mantener mi índice alto en los últimos dos años. Era un consejo que había escrito por todos lados en mi diario "no abandones nada por él, no abandones la universidad por él, no enloquezcas, no enloquezcas, no enloquez..."

Pero las cosas iban tan bien ahora. Todo era fenomenal, surreal, increíble. Una anciana me hablaba sobre el pasado vestida hasta los pies de color rosa mientras una plaza se incendiaba a mis espaldas. Mi primera visita a Buenos Aires y ya estaba enamorada del lugar.

"Tenés que cambiar el vuelo, che, me cuesta pensar que vos no estarás aquí, conmigo, siempre..."

Siempre. Aquella palabra la había escuchado por primera vez de los labios de un hombre en una lengua extranjera. "We´ll always be together, hondip" (hondip era el apodo que usaba Josh en los momentos cariñosos). Pero Josh ya no estaba y Brooklyn me parecía infinitamente lejos desde el sur del continente.

"Todo esto es bien jodido, Neutri. Pareces Olivia Newton-John en Grease pero en ácido", repetía mi cerebro constantemente.

Pasaba casi todo el tiempo que estaba sin él, escribiéndome consejos que no pensaba seguir. Me sentía caer desahuciada en los laberintos del amor estúpido y complaciente. Siempre me ha gustado estar en control pero ahora volvían a emanar de mis labios palabras ridículas que eran contestadas con las respuestas deseadas y desencadenaban las reacciones esperadas. Él me hacía sentir como alguien que no era. Alguien muy especial.

La señora se despidió y comenzó su lenta caminata por el paseo. Chicas, chicos y bomberos adornaron su marcha en mi memoria. Pagué las cervezas y decidí caminar unas cuadras antes de tomar un taxi, así evitaría los desvíos creados por el pequeño incendio.

"Me encanta como te reís", me había dicho esa mañana por teléfono desde el trabajo.

"A mi me fascina tu acento", pensé, pero no se lo dije. Al fin y al cabo todos tenían el mismo acento allí, no era lo mismo en Brooklyn ni para mí. Era la primera vez que me enamoraba de un argentino y que comía tanta carne en las noches.

"Entonces qué me decís, Neutri ¿vas a cambiar la fecha de vuelta o te vas a empecinar en volverme loco?"

El viento arreció y sentí frío. Un chico apuesto inició una conversación en una de las calles cercanas al antiguo cementerio. Nos reímos un rato y me detuve un momento a escucharlo tocar la guitarra.

"¿Vivís cerca de aquí?" me preguntó mientras encendía un "join".

"Vivo en Brooklyn por el momento".

"¿En Nueva York?"

"Así es". Acepté el cigarro de sus manos e inhalé con todas mis ganas. "¿Tu vives por aquí?"

"Yo no vivo en ningún lado ni pertenezco a ningún bando, Neutrina. El mundo está podrido y siento vergüenza de mi especie. ¿No crees que las cosas andan mal?"

Asentí y fumé de nuevo antes de devolvérselo. No tenía deseos de hablar de lo mal que iba el mundo. ¡Estaba enamorada y de vacaciones! No había por qué arruinarlo con realidades que no venían al caso.

"Quiero que todo argentino se de cuenta que estamos podridos, el mundo entero está podrido..."

Sin embargo, a mí nada me olía mal. Buenos Aires me trataba como a una reina.

"Está muy buena la yerba", comenté para cambiar de tema.

"Si, está bestia".

Sebastián comenzó a entonar la guitarra y yo miré el reloj con pánico. Por unos segundos pensé que el tiempo me había jugado una treta pero aún me quedaba una hora hasta mi encuentro con Marcelo.

Me reí, cerré los ojos y disfruté de la dulce voz de aquel hermoso porteño.

"¿Querés que toque otra?"

"Ajá".

Sentí que me acariciaba el cabello y lo miré, su rostro era joven y sus facciones melancólicas.

"Todo estará bien mientras pueda tocar mi música para gente como vos", anunció el chico quedamente. Me pareció mágico aquel momento.

Por supuesto, estaba muy buena aquella yerba.

Después de la tercera canción me despedí de Sebas y jamás volví a pensar en él hasta años después cuando leí su nombre entre las páginas de uno de mis diarios.

Decidí tomar el taxi entonces y llegar primero al café para esperarlo allí, tomándome un capuccino y esforzándome por no quererlo más de la cuenta. Lo observaría al llegar, con su traje de oficina y su pelo oscuro un poco largo. Me distinguiría entre la gente con aquellos ojos saltones y verdes y sonreiría acercándose rápidamente para darme un beso en los labios.

Y yo, cerraré mis ojos y pensaré las mismas palabras que han estado conmigo todo este tiempo: "una semana más y me voy. Sólo una semana más. Tengo que cambiar el boleto pero sin enloquecer. Sólo una semana y prometo que lo dejo y me voy...".


Seguiremos charlando,

Neutrina :)

08:23 | glenys | 4 Comentarios | #

En honor a los fantasmas en Park Slope

La mañana despertó llorosa pero radiante. Sería un día hermoso, los árboles lucían verdes y brillantes y la humedad no molestaba porque no hacía calor. Comenzaba a sentirse el otoño en Nueva York

Me tiré de la cama incómoda. Era un día perfecto para salir a pasear pero tenía que ir a trabajar y no me gustaba mi empleo.

Al entrar al baño recordé por décima vez esa semana que debía comprar pasta dental. Había doblado el tubo hacia arriba y ya casi ahorcaba el orificio de salida. Muy pronto no podría extraerle ni un poco más. Josh siempre se encargaba de comprar esas cosas. Ahora lo notaba. Pero Josh ahora ya no estaba.

Una ráfaga de viento entró por la ventana de la habitación y me refrescó el ánimo. Era un día lindo para caminar por el parque, sentarse sobre una de esas grandes rocas y mirar a los demás llevar sus vidas plácidamente. Pero había que trabajar, por el dinero, por el maldito dinero.

Hacía ya más de cuatro meses que Sally me había conseguido una entrevista con la editora de una revista llamada "eclectic", así, todo en minúscula y entre comillas. Era un mezcla disparatada de sucesos trágicos y pseudociencia y mi trabajo era buscarle el lado misterioso a cualquier asesinato, violación, acto de violencia o cualquier otro tipo de crimen cometido en Brooklyn.

La idea me pareció divertida hasta que estuve frente a mi primer cadáver y escuché a unos niños llorando detrás.

"No puedo hacerlo", le dije esa tarde a mi jefa con la cara verde y los ojos despistados. Una cosa era ver CNN y otra muy diferente era observar, en vivo, a las moscas volar sobre un charco de sangre viscosa.

"Claro que puedes, Neutrina, es sólo que debes esperar un tiempo hasta que te acostumbres".

Joan Lichtenwald no era una mujer paciente. Pero en mis primeros días envió a los peores escenarios al otro reportero que cubría Brooklyn y me permitió trabajar por un tiempo desde mi escritorio. Pero todo lo bueno tiene un fin. Por lo menos en mi vida. La misma Joan me sacó del terreno escudado donde me había permitido estar por unas semanas.

"Neutrina, necesito que cubras esto hoy. Es en Manhattan, Marion está enferma, además de muy embarazada", Joan puso la cara de frialdad que usaba cuando necesitaba que no le hicieran muchas preguntas.

"¿Qué es?"

"Es un suicidio, Upper East Side. Gente rica, ya sabes..."

"¿Y qué quieres que haga yo allí? ¿Me van a dejar entrar?"

"Pues no creo que te dejen entrar a menos que tú hagas tu trabajo bien y te metas como puedas. Busca información, indaga, investiga y tráeme un artículo sobre ese suicidio. Tengo entendido que la chica se ahorcó, tenía 19 años".

Desde ese día ya no estuve más en el banco. Me enviaban a todos lados. Una vez tuve que ir al Bronx y ver dos chicos muertos a balazos, resultado de un macabro juego que al final no quise ni entender.

¡Oh, mundo cruel! Eres mucho más cruel que las imágenes por la tele o por el internet porque eres cruel todo el tiempo. La bestialidad humana no cesa, no para ni se detiene por nadie. Para mucha gente no vale apagar el televisor o dejar que el salvapantallas trabaje para su causa favorita.

La mayoría ni siquiera sabe lo que es un salvapantallas.

Trabajar para aquella revista me recordaba toda esta mierda diariamente. Todos los días un problema. Parejas pegándose, familias matándose y abusando de sus menores, crímenes pasionales, pandillas de chicos peleando por territorios, mujeres con una necesidad de atención bárbara; dicen cualquier cosa sólo para salir en una revista.


Aquella mañana llorosa entré con temor a la oficina de Joan. Me arrellané en el cómodo sillón que había en una esquina y la miré de reojo.

"Lindo día ¿no crees?"

"Odio estos días. Son horribles para el cabello". Noté una pizca de mal humor en el tono de su voz. Lucía cansada y hasta se había amarrado en un moño alto su melena rubia y sustanciosa.

Asentí.

"Dime algo bueno, Joan".

"Pues estás de suerte. No hay sangre para tí hoy. Sólo una mujer en un apartamento viejo que dice ver los fantasmas de personas que vivieron allí anteriormente".

"Uuuuuhhh", exclamé con misterio pero alegre de que los muertos no fueran reales.

"Dame la dirección. ¿Quieres que confirme datos y refute a la mujer o quieres una historia dramática y fantasmal?"

"Estamos flojos esta semana, Neutri. Necesito datos, pero sólo para que corroboren la historia. ¿Estamos de acuerdo?"

"¿Has hablado con esta mujer o debo llamarla?"

"Te dejé todos sus datos sobre tu escritorio. Llámala enseguida".

"Ok".

Caminé despacio y tranquila hasta donde Roger, el fotógrafo con quien generalmente trabajaba. Roger tenía el cabello de un hada: largo y rubio; rizos tupidos formaban sus puntas. Tenía los ojos azules y las pestañas amarillas, eran grandes y ovalados pero se veían pequeños detrás de sus lentes gruesos y pesados. A Roger le encantaba su trabajo pero en realidad no era fotógrafo. El lánguido muchacho de 27 años fue contratado por Joan para resolver los problemas con el sistema de computadoras en el lugar. Su trabajo era ser el nerdo a quien le gritábamos por el teléfono cada vez que perdíamos otro trabajo "por el bien del avance tecnológico en el mundo", suspiraba a veces Marion desde su esquina, "y para el incremento del bolsillo de Gates", sostenía Ewan, un reportero inglés de 32 años que cubría Queens.

Pero el fotógrafo anterior cometió el error de acostarse con Joan. Cuando terminó con ella también acabó con su trabajo. Joan lo despidió luego de pasar dos semanas intentando no parecer demasiado herida y de actuar "como una maldita adulta" como solía murmurar entre dientes y fastidiada por todo.

Yo se lo notaba en los ojos. Ese deseo de hacerle daño.

Sin embargo, aquel hombre no parecía enterarse de nada. Se le veía feliz y tranquilo. Joan me confesó un día, unas gotitas de sudor se habían formado sobre su labio superior, que le había enviado unas flores felicitándola por su comportamiento tan maduro.

"Eres única, Joan, cualquier otra mujer en tu posición me hubiese despedido. Pero te has portado como una verdadera dama y te mereces un hombre mucho mejor que yo".

Joan Lichtenwald nos leyó aquella nota con la voz llena de rabia. Ella tenía cuarenta años, su nueva rival tenía un poco más de veinte.

"No creo que pueda soportarlo más", comentó en voz baja un día que salíamos todos de una reunión.

"Deshazte del motherfucker", le susurró Marion y continuó caminando a su escritorio como si no hubiese dicho nada, su panza siempre un paso a la delantera.

Aquellas dos semanas Marion y yo preferimos la calle a trabajar atrapadas allí. El ambiente apestaba a venganza.

Un día, durante la reunión, el pobre fotógrafo parecía estar más contento que nunca. Y no era para menos, con 48 años, dos divorcios y cinco hijos, nuestro amigo, ya sin poderse contener, susurraba por toda la oficina que esta vez estaba seguro: "he encontrado el amor de mi vida". Una chiquita de veinte y cortos años a quien había fotografiado para un artículo. Aquella portada era ahora una pesadilla recurrente en las noches solitarias de Joan.

La verdad era que aquel afortunado hombre estaba encantado y se le notaba. Pero del otro lado de la balanza estaba Joan, y su humor se encontraba a la misma altura que el de su ex amante, pero en el extremo negativo.

Esa mañana se atrevió a debatir con ella. La reunión era para elegir la foto de portada y nuestro protagonista enamorado siempre había tenido la última palabra. Era un fotógrafo bueno y con varias décadas de experiencia, pero ese día eso no sería suficiente. Ese día, él pagaría por el error de acostarse con su jefa.

"Ya elegí la foto de portada anoche. Es esta, creo que va perfectamente con la temática de la semana", el tono de voz de Joan no daba cabida a ninguna duda.

"Permíteme, Joan", interpeló la víctima tratando de parecer maduro, usaba el tono de voz propio del que no involucra lo personal con el trabajo, "tengo tres fotos, una de ellas fue tomada por mi colega Truman aquí y creo que merecen que las tomes en cuenta..."

"Ya las tomé en cuenta y las descarté. Esta es la foto que va para portada", luego de interrumpirlo fríamente Joan se levantó para irse. Entonces él mismo comenzó a halar de la soga sin saber que estaba alrededor de su cuello.

"Creo que tenemos que discutir un poco más sobre este asunto", dijo.

Ella se detuvo y lo miró sin expresión alguna en el rostro. Cuando habló levantó la ceja izquierda. Supe que había llegado el momento de matar a uno de los personajes.

"¿Ah si? A ver, dime tú por qué hay que discutirlo. ¿Alguien más cree que hay que discutirlo?"

Joan miró a su alrededor para confirmar el silencio que esperaba. Entonces volvió su vista hacia él desafiante.

"¿Entonces?"

"¿Te pasa algo, Joan?", dijo el hombre algo herido, una mueca comenzaba a formarse en sus labios.

"Yo estoy bien ¿tú?"

Entonces él sonrió y movió la cabeza de forma condescendiente, como si no diera crédito a su conducta.

"Creo que voy entendiendo...", comentó con la voz un poco más baja, como si hablase tan sólo para ella.

En ese momento yo decidí abandonar el lugar pero Joan no me dio tiempo. Caminó rápidamente hacia la puerta no sin antes dirigirse fríamente al fotógrafo.

"Si tienes algún problema personal ven a mi oficina y hablamos. No mezcles tus asuntos íntimos con el trabajo".

Él no supo qué decir y permaneció mirándola hasta que desapareció del lugar. Una sonrisa falsa se le había congelado en el rostro.

"You´re fucked, man", murmuró Truman antes de salir.



Y así, Roger se convirtió en fotógrafo. Al principio sus fotos eran bastante incomprensibles. En varias ocasiones, Joan nos llamaba a Marion y a mí para que entre las tres decidiéramos una buena interpretación del ojo amateur de Roger. Pero hemos admitido varias veces que ha mejorado, por lo menos ha añadido las imágenes requeridas para "eclectic", las demás las publica en una página bizarra que tiene en la red. Joan, Marion y yo somos asiduas visitantes.

Roger es del tipo lento. Su trabajo anterior había sido en Kinko´s, una cadena de tiendas con fotocopiadoras y servicios varios de imprenta que están regadas por todas partes en Estados Unidos. Había sido despedido de allí porque lo encontraron "hackeando" páginas porno para sus amigos.

"Creaba contraseñas y las vendía. Tenía una biblioteca impresionante de lugares porno a los que podía entrar de gratis. Estaba haciendo una fortuna", había comentado Moony, la secretaria de Joan, cuyo nombre era en realidad Moonshine, una mujer diminuta y aguda que se jactaba de tener sangre "comanche".

Yo los miraba a todos incrédula. No entendía lo de Roger y me parecía sospechoso todo lo que me contaba Moony o Moonshine.

"A decir verdad, Moony, es difícil tomar en serio a alguien con un nombre como el tuyo", le dije un día que estábamos borrachas en un bar de homosexuales en Washington, D.C.

Moony se echó a reír. "Como decía mi tatarabuelo elríoquesuena, la gente siempre debería mirarse al espejo antes de criticar ¿No crees, Neutrina?"

Capté la ironía y me reí. Pero aún así, no me parecía un dicho propio de un ancestro con un nombre como elríoquesuena. Pero la vida no deja de darme sorpresas, somos más de seis mil millones de personas, es inevitable que existan tantas anécdotas, cuentos, historias y demás verdades y mentiras.


Roger estaba actualizando su página cuando fui a hablarle sobre el trabajo. Cuando vio que me acercaba sonrió y me hizo su pregunta habitual:

"Who got killed this time, Neutrina?"

"No creo que los muertos de hoy sean muy fotogénicos, Rog".

Noté que su cara se iluminaba. Se paró de la silla, era alto, me llevaba más de una cabeza y, mientras me hablaba, caminó hacia su cámara fotográfica que estaba junto a otros equipos sobre una mesa.

"¿Están desfigurados o algo así?"

"Eso quisieras; pero no, bebé, no están desfigurados, sólo que han estado muertos por mucho mucho tiempo", sonreí enigmáticamente y noté que el interés de Roger aumentaba con mi misterio.

"¿Cuerpos desenterrados de niños asesinados hace años?"

"Eres peor de lo que pareces, Roger. No, esta vez tu morbo no va a conseguir su dosis diaria de sangre y tripas. Vamos a fotografiar fantasmas".

"What?"

"Así es, darling, hay una doña que dice que puede ver los fantasmas de personas que vivieron hace mucho tiempo en su apartamento".

La cara de Roger cambió de expresión y el chico dejó la cámara a un lado y volvió a su lugar frente al ordenador.

"¿A qué hora hay que irse?"

"¿Qué pasa, Rog, no crees en fantasmas?", pregunté mientras me acercaba a tocarle el cabello. Todas las mujeres en la oficina tocábamos el cabello de Roger, estábamos bajo la mágica influencia de esas moléculas amarillas y brillantes que nos deslumbraban con su belleza tan antigua y nórdica. Además, el chico siempre mantenía el cabello limpio y oloroso. Era irresistible.

"Veamos, algunas fotos de la vieja, quizá tenga fotos de pasados habitantes del lugar, eso ayudaría. Fotos de las partes más oscuras y misteriosas del lugar y quizás de rayos del sol o de luz que entran místicamente por una ventana".

Aplaudí sonriente.

"Rog, cada día te conviertes más y más en el fotógrafo 'ecléctico' por excelencia. Mi consejo es, no te acuestes con Joan", ambos sonreímos y yo le recogi el pelo en una cola alta y lo sostuve un momento allí mientras continuaba hablando. "Pero ten un poco de fe, hombre, tal vez veamos un fantasma".

"Seguro."

Le solté el cabello y le dí un besito en la mejilla. "Gracias, bebé, en un momento te digo a la hora que nos vamos. Quizás la señora también necesite el servicio de Ghostbuster, ¿eh? ¿Tienes el teléfono? No me gusta la idea de entrar a una casa llena de fantasmas sin un guardaespalda como Murray o Aykroyd ¿no crees? Who you gonna call?"

Salí de la pequeña oficina de fotografía tarareando el tema de la famosa película. Estaba contenta porque no iba a ver sangre ese día, ni violencia, sólo una viejita loca de la cabeza o demasiado sola en la gran ciudad, que creía o necesitaba ver fantasmas. Ya lo descubriríamos Roger y yo en unas horas. Primero había que llamar a la señora, luego intentaría convencer a Roger de que camináramos hasta Park Slope. El día continuaba lindo afuera.


Seguiremos charlando,

Neutrina :)

04:58 | glenys | 2 Comentarios | #

Un semestre en la vida de Tamara

Tamara lucía furiosa; su cuerpo largo y delgado se desplazaba tenso y veloz por la habitación. Estaba vestida como la había visto esa mañana en la universidad, una falda larga tipo hindú y una blusita blanca que dejaba al aire sus huesudos hombros. Hermosa como siempre, a pesar de la espinilla que estaba a punto de hacer erupción en su mejilla derecha y de su cabello crespo que, apresado en una densa cola, pedía a gritos un nuevo alisado.

Tamara no se movía, se deslizaba. Su elegancia se destacaba más porque ella hacía todo lo que estuviera en sus manos para eliminarla, pero era imposible.

Cuando llegué hasta su habitación, en la ajada pensión que quedaba cerca del Parque Independencia, lo que me disgustó no fue que estuviera tan furiosa sino que no estuviera asustada. Pero no intenté analizar nada en ese momento, estaba allí para escucharla gritar.

"¡Ese maldito hijoeputa!", rugió furiosa, sus ojos verdes latían brillantes sobre su cara morena. Tamara era sureña, de la provincia de Barahona, y los colores de esas costas caribeñas parecían haberse recogido en su mirada. "Lo que me jode es que me lo mandara a decir, maldito cobarde, hijueputa, si lo pudiera agarrar....pero es seguro que se ha ido a otro lado..."

"¿Lo has buscado?", le pregunté con cautela, Tamara ardía de pura rabia.

"¡¡Claro que lo busqué, coño, ¿cómo no buscarlo al hijoeputa!!?"

Asentí como una niña ante un padrastro malvado. No quería estar allí. Nunca me sentía segura junto a Tamara, no era mi tipo, ni siquiera me gustaba su nombre. Pero ella me había adoptado como su amiga y su fuerte carácter me había impedido decirle que no. Al final, le había tomado cariño.

Tamara encendió un "join" y tomó varios largos y profundos copazos. Esperé que su mirada se tornara difusa para interrogarla de nuevo.

"¿Te hiciste la prueba?"

No me contestó enseguida. Se sentó en la cama y me miró con los ojos llenos de marihuana.

"No. Quería pedirte que fueras conmigo."

Asentí.

"¿Quieres ir mañana?"

"No."

"Mientras más esperes..."

Me interrumpió, y toda la furia que se había esfumado en el humo del cannabis regresó a su rostro.

"Ya sé lo que me vas a decir pero tú no tienes derecho a opinar. ¡Es mi vida la que está en juego!"

Se puso de pie y comenzó a caminar. No pensé en irme, y mi decisión de permanecer allí me sorprendió. Sólo en ese momento supe que me necesitaba más que nunca. También entendí que esa hermosa mujer no tenía amigas en la Capital.

Permanecí callada. Muchas veces es cierto aquello de que el silencio puede ser más elocuente que las palabras. Quizá porque en ese momento el interlocutor llena tu silencio con sus palabras.

"Lo siento, Neutrina, estoy muy..." se quedó pensando, como si estuviera buscando la palabra apropiada. Pero no era eso; ya ni le importaba. "No tengo idea qué voy hacer si esa vaina sale positiva. ¡¡Tengo 27 años por Dios!!"

Su novio, "el hijueputa", tenía 24 y le había mandado a decir con una prima que había salido VIH positivo.

"Mira, hazte la prueba y sal de eso. Te estás torturando sin saber", pensaba que era lo más sensato.

"A veces dudo que me la haga alguna vez", habló con un tono elegante y a la vez desafiante. Su mirada me retaba a que la contradijera.

"Bueno, en algo sí tienes mucha razón, es tu vida y no creo que sea el momento apropiado para dar ni aguantar sermones. ¿Quieres salir a caminar?"

"Ok".



"¿Sabes lo que he llegado a pensar?" me preguntó mientras caminábamos por la Zona Colonial de la ciudad.
Era una tarde fresca y el cielo estaba pintado de rosado y azul, entre los cañones de la vieja fortaleza se reflejaban los últimos rayos del sol sobre el río Isabela. "Que quizás sea todo mentira del hijueputa de la mierda ese, que el muy cobarde me tiene miedo y no sabe cómo terminar su relación conmigo. Pero creo que sólo quiero engañarme y comprar un poco de tiempo. Para no volverme loca".

Asentí y cerré los ojos. El viento se sentía bien. Pensé en el sexo y algo se me arrugó muy adentro. Estaba saliendo con Axel, un muchacho de mi edad que me había seguido varias veces por la ciudad y que al final se acercó a pedirme el teléfono. Era hermoso y mujeriego, así que su estadía por mi vida sería corta.

Lo que me molestaba en ese momento era no haber usado condones con él ni con nadie. Después de la muerte de Lina decidí tomar anticonceptivos pero no me pasó por la mente lo que estaba viviendo Tamara o Rafa, el pobre "hijueputa".

"Me parece que cada vez más se están acabando las cosas que una puede disfrutar a plenitud", le dije pensativa. "Ya no se puede comer lo que a uno le venga en gana porque te mueres más rápido, no se puede tomar el sol porque te sale cáncer en la piel, no se puede fumar como un murciélago porque mueres asfixiado por el cáncer y ahora nisiquiera puedes tener sexo sin pensar en la muerte..."

Tamara me miró sonriendo.

"Quizás yo deba hacerme la prueba también", le dije seriamente.

Caminamos hacia el Drake´s, un bar de un exmarino estadounidense que también había hecho una vez de "Bozo, The Clown" en aquel famoso programa de televisión. Tamara me tomó de la mano. Su mirada había cambiado y ahora reflejaba lagos esmeralda llanos y tranquilos.

"Mañana vamos y nos hacemos la prueba y que sea lo que Dios quiera".

"Yo me cago en Dios", pensé. Pero me limité a ordenar dos shots de tequila y me alegré de no estar en su lugar.

Después del tercer "shot" ya no estaba segura de nada. Tamara comenzó a llorar y yo inicié una perorata pseudofilosófica sobre la existencia humana y lo efímero de la vida. Unas horas después ambas estábamos bailando con tres voluntarios del Cuerpo de Paz de Estados Unidos.

A la hora de marcharnos noté que Tamara seguía acaramelada con su muñeco de ojos azules del estado de Utah. El hombre estaba encantado con la mulata preciosa y no había forma de que la dejara partir.

"I´m under the spell of a caribbean beauty!" vociferaba el pobre muchacho más borracho que embrujado.

Tomé a Tamara de la mano.

"¿Qué vas a hacer?" le pregunté tratando de recordar cómo se actúa y se piensa cuando se está sobrio.

"Me voy con el gringuito", contestó entre risas.

Yo también reí, fuerte y largo. Por un momento nuestras carcajadas era todo lo que se escuchaba en la pequeña calle empedrada y desolada. Eran las cuatro de la mañana de un martes y empezaba a sentirme cansada.

Cuando paramos de reír notamos que el chico de Utah ya estaba de nuevo pegado de la cintura de Tamara. Ella le acarició el cabello y lo besó. Actuaba distinto. Como si se sintiera dueña de algo muy poderoso.

En aquel momento, un poco de realidad llegó a mi alcoholizado y drogado cerebro y tuve que irme a la cuneta para no vomitarles encima.



Al otro día no llamó ni respondió a mis llamadas. Tampoco apareció esa semana por la universidad así que el domingo decidí pasar por la pensión.

Allí la encontré con el voluntario de Utah y no quiso dejarme entrar.

"Hablamos otro día, Neu, porfa, la estoy pasando muy bien. No me lo arruines".


En los meses que siguieron conseguí un trabajo en un proyecto nuevo y me involucré tanto con el producto que me olvidé de Tamara.

Axel hizo lo que tenía que hacer y se fue con una estudiante de medicina, cubana y hermosa.

A mi amiga Tamara la ví de nuevo precisamente en el Drake´s. Habían pasado unos meses desde nuestro último encuentro y toda aquella realidad volvió a pegarme en la cara cuando la ví sentada en el bar, vestida de cuero negro y besando de forma inclemente al voluntario. Por un momento imaginé que presenciaba un capítulo de una obra teatral macabra y cruel.

No me acerqué. Leí en su cuerpo y en su rostro que no quería verme ni hablar conmigo así que me mantuve bastante alejada y escudada entre la gente.

Pero no pude resistir estar allí mucho tiempo. Tamara me recordaba nuestra humanidad en todo su mortal esplendor. Al verla allí, pretendiendo ser libre, entendía que ni ella, ni él ni yo lo somos nunca del todo. Somos esclavos de la muerte y hacemos cualquier cosa para evitarla. Hasta ignorar que se encuentra aquí, ahí y allí.

Pero una vez nos vemos envueltos en su mundo visceral y real, verdaderamente real, puede que el desenlace nos sorprenda a todos. El cerebro es un órgano caprichoso y hace cualquier cosa por defender su estado de cordura, aunque para eso tenga que recurrir a la locura. Cosas de mamíferos.

Me marché del bar con un nuevo amigo y admirador. Nos detuvimos a comprar coca en un parqueo por el Malecón y continuamos hasta su casa. Luego de hablar de libros, de cuentos y de historias mágicas, nos dedicamos a lamernos y a comernos. Todo estuvo delicioso, pura carne, saliva y pelos...y nada más.

"La indiferencia a veces mata más certeramente que el odio o la pasión", escribió Lina en uno de sus diarios un martes de 1989.

Seguiremos charlando,

Neutrina :)




12:39 | glenys | 4 Comentarios | #

A la velocidad del amor

El ratoncito estaba muerto. Su cosida y ensangrentada cabecita blanca yacía quieta sobre una bandeja metálica del laboratorio.

"Por lo menos lo mantuvimos vivo por un día", dijo sonriendo mi compañero de clase. No estaba segura si aquello era una buena noticia. Pero daba igual, mi padre los mataba sin anestesia cuando se atrevían a asomar sus diminutos hocicos por la casa.

Pero no podía perder mi tiempo pensando en el roedor. Tenía toda mi atención puesta en mi querido "Monsieur Michel". Nada me importaba mientras el profesor estuviera cerca, por algún lado, mirándome con sus ojos pequeños y grises.

Era espectacular compartir un secreto tan íntimo. No creo que alguna vez me vuelva a sentir así, tan despiadadamente excitada.

El doctor Miguel Lorié tenía la reputación de crear exámenes absurdos y de acostarse con una o dos de sus alumnas por semestre. En el oscuro submundo femenino de aquella institución, ser la elegida por el investigador de origen francés se había convertido en una especie de concurso que todas decíamos desdeñar y que a la vez añorábamos ganar como tontas.

"Lamentablemente", dijo con tono burlón mi amante secreto, "ninguno de los animalitos sobrevivió sus inexpertas manos. Mañana, preparénse para un teórico fuerte, a ver si aprendieron algo de este asesinato en masa", su sonrisa, en ese primer mes de delirio, me ponía a temblar.

Aquel semestre yo había resultado ganadora del "Concurso Lorié" y aquello hizo maravillas con mi ego. Me sentía reina y señora de aquel territorio y por nada del mundo me perdía una clase con mi querido "Monsieur Michel".

Mikaela fue la primera en enterarse, creo que lo dedujo. Neka y ella iban a la misma institución y los chismes, aparte de que vuelan, se ensucian de mentiras bien rápido, especialmente en sistemas cerrados. Quizá exista una ley física al respecto.

"No puedo creer que no me hayas confiado lo del profe Miguel, Neu", me soltó Neka recelosa un día que caminábamos del instituto a su casa.

"Bueno, amiga, te lo iba a contar, sólo quería asimilarlo primero. Ha sido todo muy rápido y ando como en un remolino. Que sea buen amante no le quita que sea un pésimo profesor".

Ambas reímos con el comentario y Neka no me dejó ir hasta escuchar todos los detalles del "amorío", como le llamó Mikaela, despectivamente. "La hermosa Mika", como le decía su papá, había tomado el curso el semestre pasado y el Monsieur no se había fijado en ella. En realidad no se había fijado en nadie el semestre pasado, ni el anterior, ni el anterior a ese tampoco.

"Salí una vez con una estudiante de mi clase. No era bonita ni nada pero era una chica muy curiosa y siempre me llamó la atención la forma peculiar que tenía de hacer preguntas. Era diferente ¿sabes? Lo diferente siempre me ha gustado", me confesó una vez mientras pasaba su dedo índice por mi nariz.

Me sentí halagada.

"Entonces, ¿todo lo tuyo ha sido pura reputación?", le pregunté con cara burlona mientras procedía a morderle el dedo.

"Más o menos", dijo riendo. "Tú eres sólo la segunda. Sin contar las profesoras, por supuesto".

Su risa ahogó mis protestas y nos revolcamos desnudos en otro delicioso encuentro sexual. Él vivía solo. Era soltero y huérfano, según pude discernir de sus cortas y complicadas respuestas. Nunca le pregunté su edad y no tengo idea qué tan mayor era. En ese entonces, las personas de más de cuarenta años me parecían antigüedades. Pero la pasamos bien el doctor y yo, mis memorias no parecen tener dudas al respecto.

"¡Nadie te quita lo bailao!", le gritó una vez mi abuela a mi madre en una de sus tantas discusiones.



Pero no dije nada sobre aquella confesión íntima. No quería arruinar su reputación, ni la mía. Me sentaba bien que las demás pensaran que el hombre era una verdadera bestia masculina y que yo había sido la elegida.

En mi opinión, Mikaela se hubiera aburrido como atea en iglesia con él. Monsieur Lorié era un hombre extraño que valoraba mucho su privacidad y su "status quo". Cuando me dejó entrar lo hizo siempre con la idea de que un día iba a salir con la misma rapidez y ternura.

Pero la vida te da sorpresas. Justo cuando estás cayendo sin control de tu elevado trapecio es cuando te das cuenta que pusiste la red en el lugar equivocado.

Monsieur Michell se enamoró de su estudiante. Pero yo andaba sin planes y sin rumbo. Nada lograba atraparme por mucho tiempo.

Al final del semestre, un estudiante de arquitectura llamado Antonio me invitó a salir. Cuando me llevó a su apartamento, después de cenar y bebernos varios y más tragos, ya estaba completamente enamorada de él.

Enamorarme resultaba inexplicablemente fácil. Lo difícil era mantenerme enamorada después, cuando llegaba a conocer al hombre con quien tuve sexo.

Al otro día, lo único que quería era escuchar la voz de Antonio. Sentía un miedo atroz de que no llamara. Esa tarde me comí las veinte uñas sentada frente al teléfono con un libro en la mano que ignoré completamente.

"Monsieur Michel" llamó primero. El doctor quebrantó su propia regla, "sólo hasta el final del semestre", y me invitó a un café.

"Me encantaría", le dije fingiendo que me interesaba.

Pero los celulares y la doble línea no eran artículos populares entonces y me sentía atrapada en aquella esquina al lado del teléfono porque necesitaba desesperadamente escuchar la voz de Antonio diciendo. "Buenas, ¿se encuentra Neutrina?".

Por eso le mentí. Le dije que tenía una cita con el dentista y que mi madre me esperaba en el carro. Quedamos en que lo llamaría, no recuerdo bien, mi atención estaba centrada en otro lado.

A las 6:34 de la tarde Antonio llamó.

"Si, buenas tardes, ¿está Neutrina?".

¡Ah! de nuevo el corazón que se acelera, aquella emoción de triunfo, de que hemos rebasado otro obstáculo más.

Hablamos un rato largo. Me contó sobre su trabajo mientras yo pensaba en un nombre para nuestro primer hijo. Me dijo que le había gustado mucho estar conmigo mientras me observaba escogiendo el vestido de novia en una tienda junto a Mikaela y a Neka. Luego me preguntó si quería salir de nuevo con él y mi cara completa sonrió, sentí la magia que producía sus palabras mientras lo escuchaba preguntarme si quería casarme con él.

Mi cuerpo volaba y veía la respuesta, que llegaba hasta mí, montada sobre una nube negra y tormentosa.

Cenicienta, corre.

Corre.

¡Corre!

Pero no hice caso, como siempre.

"Me encantaría, Antonio", por primera vez mi voz me pareció sumamente sexy. A él parece que le gustó.

"¿Qué tal si te recojo ahora?"

"¿En cuánto tiempo estás aquí?"

"Quince minutos".

"No necesito más". Unos tejanos, una camisa negra y mis botas. Estaba segura que no iba a permanecer vestida mucho tiempo.


Era un buen día para celebrar el cierre del semestre pues había pasado todas mis asignaturas. Creo que he sido la única estudiante en pasar la materia de Monsieur Lorié con notas excelentes. Además, después de mí, su reputación creció y se afianzó por todo el instituto.

Mi querido profesor me llamaría una vez más pero era un hombre inteligente. Cuando se abrió el próximo semestre decidió ignorarme, algo que le agradecí profundamente. Aunque no por mucho tiempo.

Lo de Antonio no duraría tampoco. Descubrí en poco tiempo que era un tipo muy religioso y aquello nos separó irremediablemente.

Durante la última discusión que tuvimos él se echó a llorar derrotado. Dijo que lloraba por mi alma perdida. Estoy segura que lo hacía por su fe que se descalabraba ante mis argumentos y mi negativa rotunda de aceptar la existencia de su dios sin pruebas ni evidencias. Y ni hablar de Cristo y el Espíritu Santo.

Yo, por el contrario, no lo amaba ni quería salvar su alma inexistente, pero necesitaba demostrarle que estaba equivocado y probarle que nunca podría convertirme a su religión.

Lo mismo hacía él, sólo que intentaba disfrazar sus propósitos con una capa fea y nauseabunda de misericordia. Aquello era atroz, me dieron ganas de matarlo.

Cuando llegué a casa descolgué el teléfono y me tiré sobre la cama. No quería escuchar su voz. Temía vomitar si llamaba y repetía todas aquellas sandeces.

"La vida está repleta de sarcasmo, Neutri, por todos lados. Sólo tienes que detenerte y observar. El humor más negro es producido constantemente y de forma natural sobre el planeta Tierra", me diría mi querida Lina un día que ahogábamos nuestras penas en el Anís del Mono de mi mamá.



"Vas arder en el infierno", había vociferado aquella tarde Antonio, con los ojos ahumados por el ímpetu y la desesperación.

"Espero que exista el infierno, Antonio", le dije sonriendo, pretendía lucir lo más diabólica posible frente a él, se lo merecía, "porque ahí es donde volveré a ver a Lina, es seguro que me está esperando allá, apostando almas con el mismísimo Lucifer para ver quién hace el chiste más negro y más cruel", el portazo fue mi punto final. Como debe ser.

Por eso estaba segura de que llamaría, un buen fanático siempre ansía tener la última palabra.

Hay que joderse.

Seguiremos charlando,

Neutrina :)


01:43 | glenys | 11 Comentarios | #




		
 

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